Foto: Arrastreros pescando bacalao en exceso. Asc1733, CC BY-SA 4.0 , vía Wikimedia Commons
Tina Landis es autora del libro Climate Solutions Beyond Capitalism.
Después de 15 años de negociaciones, esta semana por fin se ha alcanzado un acuerdo internacional para proteger la biodiversidad de los océanos, conocido como el Tratado de Alta Mar de la ONU. Este tratado tiene un impacto potencial sobre dos tercios de los océanos del mundo en zonas situadas a 230 millas o más de la costa, y aborda los impactos climáticos -como la acidificación y el calentamiento-, la contaminación y el uso insostenible mediante el establecimiento de áreas marinas protegidas. Actualmente, el 43% de la alta mar es vulnerable a la minería submarina sin regulación, la sobrepesca y la bioprospección, y un tercio de las pesquerías mundiales se enfrentan al colapso. Sólo el 1% de las zonas de alta mar están protegidas en la actualidad.
Este pacto jurídico se deriva de la iniciativa 30×30, que procura proteger al menos el 30% de la superficie terrestre y el 30% de las aguas oceánicas de todo el mundo para 2030. Se trata de un componente crucial para responder al cambio climático y revertirlo. La biodiversidad es un estabilizador clave del clima. Cada especie de planta, animal, pez y hongo desempeña un papel en la creación conjunta de nuestro sistema de mantenimiento de la vida planetaria. Y un sistema abundante y biodiverso es más capaz de resistir los impactos climáticos que ya se están produciendo.
Los ecosistemas marinos son responsables por la producción del 70% del oxígeno que respiramos.
Los océanos son también una fuente fundamental de proteínas para tres mil millones de personas en todo el mundo y sustentan las economías de las regiones costeras y las naciones insulares.
Los océanos se ven muy afectados, no sólo por la sobrepesca y la contaminación, sino también por el cambio climático, y han absorbido el 90% del exceso de calor atmosférico y el 25% de las emisiones de CO2. El aumento de CO2 está provocando acidificación -que impide el desarrollo de corales y crustáceos-, mientras que el calentamiento de las aguas altera la cadena alimentaria marina y las rutas migratorias, desencadenando fenómenos de blanqueamiento del coral.
Aunque el tratado aborda la contaminación, todavía se está negociando otro tratado específico sobre la contaminación por plásticos. Esto es lamentable si se considera que la contaminación plástica constituye el 80% de la contaminación marina y tiene importantes repercusiones en la vida acuática, desde los microplásticos ingeridos por la vida marina hasta las enormes redes fantasma que atrapan a los animales. Además, el tratado carece de una visión holística del problema de la contaminación y no aborda las 415 zonas oceánicas muertas producidas anualmente en todo el mundo y causadas en gran medida por las prácticas agrícolas industriales que inundan las aguas litorales con la escorrentía de fertilizantes sintéticos agrícolas, agotando el oxígeno del agua y matando toda la vida marina de la zona.
Para alcanzar el objetivo de “30 x 30” del tratado será necesario establecer cada año 11 millones de kilómetros cuadrados de aguas oceánicas como áreas marinas protegidas desde ahora hasta 2030. El tratado tiene que superar algunos obstáculos adicionales antes de convertirse realmente en ley internacional, junto con la necesidad de establecer mecanismos para determinar de manera equitativa qué zonas se convierten en AMP y cómo se hará cumplir la protección. El siguiente paso es una reunión para adoptar formalmente el texto, y luego cada país debe ratificar el tratado a través de sus procesos legales internos. Una vez que 60 países hayan ratificado el tratado a nivel nacional, en un plazo de 120 días se convertirá en derecho internacional.
Es importante destacar que el predecesor de este tratado -la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, firmada hace 40 años y que establece normas sobre la caza de ballenas, el transporte marítimo y la explotación minera de los fondos marinos- nunca fue ratificado por Estados Unidos, uno de los principales responsables del uso insostenible de los océanos.
En el capitalismo, la sobrepesca es el resultado inevitable de ver el mundo natural como un medio para obtener lucro, en lugar de considerar que toda vida contribuye a la salud del planeta. La sobrepesca, impulsada por la mercantilización de la vida marina, se deriva principalmente del uso de superarrastreros y arrastreros de fondo que emplean redes kilométricas y datos por satélite para rastrear los bancos de peces. Estos arrastreros recogen todo lo que encuentran a su paso, incluidas 100.000 o más capturas incidentales -especies no rentables para la venta, cuyos cadáveres se devuelven al océano-. El arrastre de fondo es especialmente destructivo y es responsable por el 95% de los daños al océano, perturbando el sensible ecosistema del fondo marino, que también libera carbono almacenado a la atmósfera sólo para capturar los peces más rentables. Estos superarrastreros son operados en gran medida por las naciones y corporaciones más ricas. Como ocurre con todos los problemas que plantea el cambio climático, son sobre todo los países más industrializados y ricos los que impulsan la crisis, mientras que el Sur Global, menos desarrollado, es el que más sufre.
A través del Tratado de Alta Mar de la ONU, el Sur Global presionó para que se incluyera el “patrimonio común” de la alta mar y una mayor participación en la “economía azul”. Esto establecería el requisito de compartir a escala mundial los descubrimientos de cualquier recurso genético marino que pueda utilizarse en el desarrollo biotecnológico, como en productos farmacéuticos u otros productos comerciales. Por lo general, sólo el Norte Global rico es capaz de financiar este tipo de investigación y desarrollo, lo que deja al Sur Global al margen de estos beneficios potencialmente derivados de alta mar.
Si este tratado de la ONU se ratifica y se convierte en ley internacional, será un pequeño paso adelante para abordar los impactos de nuestro sistema económico sobre el medio ambiente, pero necesitamos mucho más para superar los retos del cambio climático. Necesitamos una visión integradora y soluciones sistémicas para abordar de verdad el deterioro de la vida marina y la salud de nuestros océanos, lo que está ligado a lo que ocurre en tierra. Debemos abordar la raíz del problema: el insaciable impulso del capitalismo hacia las ganancias , el que considera toda vida como “capital natural” que debe explotarse para la acumulación de ganancias de corto plazo por parte de los propietarios de las empresas, la élite gobernante. Sólo a través de una planificación económica a largo plazo que sólo puede darse bajo el socialismo, donde las necesidades de la sociedad y del planeta son la prioridad, podremos avanzar realmente hacia un futuro ecológicamente sostenible.