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Trump y Nixon: Una lección no aprendida por la izquierda estadounidense

La trayectoria radical e izquierdista del movimiento de resistencia de base de la década de los 60 y a principios de los 70, se detuvo en seco como resultado del “Watergate,” evento en el cual una coalición de facciones de políticos burgueses de derecha y liberales se unían para hundir a Richard Nixon en 1974.

En lugar de encabezar un movimiento de masas en contra de Nixon y del sistema, el sector progresista de la sociedad fue reducido al estado de sencillos espectadores, que observaban mientras la élite de políticos santurrones, corruptos, reaccionarios de ambos partidos vociferaban acerca de los delitos de Nixon. Los liberales podían quedarse en casa y aplaudir mientras que políticos pro-imperialistas y racistas (a quienes llamamos funcionarios electos), se unieron para derrocar al detestado Nixon.

La izquierda radical, quien hasta el momento había estado al frente de la lucha por la paz y justicia, perdió por completo el liderazgo del movimiento anti-Nixon.

Fue el FBI, o elementos dentro del FBI, quienes derrocaron a Nixon. Mark Felt, número dos en el poder luego de J. Edgar Hoover, fue la principal fuente delatora para los reporteros Carl Bernstein y Bob Woodward del Washington Post, cuyos artículos encabezaron la investigación congresional y renuncia eventual de Nixon.

El FBI tenía sus propios motivos para odiar a Nixon. Puesto que el FBI era, y sigue siendo, la principal agencia espía que encabeza los ataques contra los luchadores socialistas, progresistas y del movimiento de liberación negra, su oposición a Nixon nada tenía que ver con cualquier tipo de causa “progresista.”

Hoy, luego del despido de James Comey, el Partido Demócrata y montones de organizaciones liberales que funcionan como sus fieles sirvientes, se están uniendo detrás de un llamado para designar a un “fiscal especial” para “proteger nuestra democracia” de la amenaza rusa. De repente, James Comey, el propio Mr. FBI, aparece en el flujo de diatribas de los medios de comunicación masiva como mártir y promotor de “nuestra democracia” y por el estado de Derecho.” Comey inesperadamente es presentado como el único hombre que podía haber expuesto la toma de control rusa de los Estados Unidos.

Nos dicen que Trump lo despidió en un intento semejante al de Nixon, de encubrir la interferencia rusa en las elecciones del 2016—como si Comey fuera el único que poseía el botín sobre Rusia, y que Trump sabía que al despedirlo silenciaría a Comey y que la investigación del FBI desaparecería repentinamente. Sin nuestro héroe James Comey, “nuestro amado FBI” no hubiera podido cumplir su tarea en esta investigación de vida o muerte que finalmente probaría que fueron los rusos los que inclinaron la balanza a favor de Trump en los estados indecisos el día de las elecciones.

La vil hipocresía, sosería, y vulgares políticas partidistas—sin mencionar la obvia estupidez—de esta situación no podría ser más evidente.

Si Hillary Clinton hubiese ganado la presidencia, indudablemente habría despedido a James Comey, a quien acusó de su derrota inesperada en la elección presidencial del 2016. Clinton podría haber alegado convincentemente que de no ser por el sistema de colegio electoral (Electoral College), una reliquia de las instituciones políticas de la era de la esclavitud, hoy sería presidenta luego de haber ganado el voto popular por más de 3 millones de votos. Pero no lo hizo. En lugar de esto, culpó primeramente a Comey por su derrota. Los rusos siguieron muy cerca en segundo lugar.

Todos sus seguidores en los medios corporativos del oficialismo, hubieran apoyado el despido de Comey, a quien habían estado tachando de no-confiable y no apto para la posición de director del FBI.

Pero ahora que Trump despidió a Comey, la totalidad de la clase dirigente del Partido Demócrata y la prensa capitalista han cambiado su postura, llamando el despido una gran parodia de la democracia y de la justicia, incluso una “crisis constitucional.”

La falla total de Trump como líder político, su narcisismo, superficialidad y sanguínea arrogancia lo hacen un blanco fácil. Trump es tan ingenuo que de hecho esperaba que las élites del partido demócrata aplaudieran su despedida de Comey, dado que todos ellos habían estado denunciando al director del FBI. En febrero, el propio comité editorial del New York Times dijo, “No podemos confiar en que Comey, el asediado director del FBI, llevará a cabo una investigación neutral” en el asunto de Rusia.

El hecho de que parte de la izquierda progresista se pueda convertir en embelesados defensores del jefe del FBI indica su total bancarrota política. Otra prueba más de que la etiqueta “de izquierda” casi no tiene significado en los EEUU.

Comey era el policía número uno en los EEUU. Fue él quien introdujo la frase “el Efecto Ferguson,” queriendo decir que el rango de acciones brutales de la policía empezaría a ser limitado por el extraordinario Movimiento por las Vidas Negras, haciendo que la policía sea responsable de sus rutinarias ejecuciones y violencia racista.

Una gran diferencia entre Watergate y Rusia-gate

A diferencia de la investigación Rusia-gate, la investigación Watergate estuvo basada en un verdadero acto criminal que Nixon y los Republicanos encubrieron. Agentes del Partido Republicano infiltraron las oficinas del Comité Nacional Democrático en junio de 1972 para implantar dispositivos de espionaje.

Los asaltantes no lograron escapar a tiempo y fueron arrestados. Luego se descubrió que sus acciones eran parte de una gran operación encubierta que fue llamada “The Plumbers” (“Los Plomeros”).

Las alegaciones de que Trump conspiraba con los rusos, o incluso de que el gobierno ruso hackeó los servidores de correo electrónico del Partido Demócrata, no solamente no han sido probadas hasta la fecha, sino que no ha habido un sólo hecho concreto producido hasta ahora que las confirmen.

De hecho esas alegaciones, hasta la fecha no sustanciadas, provinieron originalmente del FBI.

Fue el FBI quien le comunicó al Comité Nacional Demócrata (DNC) que sus servidores de correo electrónico habían sido comprometidos por “hackers rusos”. El DNC se aprovechó de la alegación para culpar a los rusos luego de revelaciones probando que el DNC había inclinado la balanza en contra de Bernie Sanders en el proceso de la nominación. Sin embargo, el DNC le negó al FBI en repetidas ocasiones el acceso a su servidor de correo electrónico para llevar a cabo investigaciones forenses.

Si el DNC fue blanco de un hackeo ruso, ¿Por qué no cooperar con el FBI? Y con la seriedad del caso, que supuestamente afectaba la seguridad nacional, ¿Por qué Comey y el FBI no demandaron cooperación por parte del Partido Demócrata? Ciertamente el FBI podía haber ordenado la presentación del servidor dada la naturaleza grave de la alegación—que un gran poder extranjero estaba directamente intentando manipular la elección presidencial de los Estados Unidos.

En lugar de esto, el FBI permitió que CrowdStrike, una empresa privada de seguridad cibernética, alineada con el Partido Demócrata, produjera la evidencia de que fueron “los rusos” los que lo hicieron. CrowdStrike es encabezada por Dmitri Alperovitch, quien es ruso y virulento opositor de Putin.

¿No deberían los progresistas detenerse para pensar en esto último? Vale la pena detenerse por un momento en medio de esta cacería de brujas y recordar cómo empezó todo. Es importante hacerlo, porque esta cacería de brujas es una expresión de histeria. Sin hechos ni evidencia, aquellos dentro de la histeria exigieron que todos acepten su premisa fundamental. Todos aquellos que desafíen la suposición se convierten en brujas.

Hay miles de razones urgentes para luchar contra Trump—para enfrentarse a su racismo y sexismo, para defender la cobertura de seguro médico, para detener sus obsequios corporativos, para oponerse a su militarismo, para salvar y expandir las protecciones medioambientales, para luchar por los derechos de los inmigrantes, los derechos de la comunidad LGBTQ, entre otros. Las raíces de un poderoso movimiento de base para luchar precisamente por estas causas ya habían comenzado a brotar. Ahora el partido Demócrata amenaza con sabotear tal potencial, dirigiendo la indignación popular contra Trump en la más reaccionaria manera, al luchar contra Trump con un fiscal, usando como argumento la “seguridad nacional” y la “traición.”

Los billonarios racistas oligarcas y halcones que Trump ha plenamente empoderado no vienen de Rusia, y su guerra contra el sector público, los pobres y contra la clase trabajadora no es ningún complot ruso. Este ha sido su programa durante décadas y no será revertido o derrocado por ningún “fiscal especial,” ni reemplazando a Trump con Pence o Ryan.

La iniciativa Congreso Popular de Resistencia ofrece un camino a seguir para aquellos que quieren luchar contra el régimen de Trump sobre la base de políticas independientes, para organizar al pueblo, defender sus comunidades e intereses y ofrecer una verdadera resistencia a la guerra de clases del régimen de Trump.

Nixon desapareció después de Watergate, pero con el rápido declive del movimiento radical de base, la clase corporativa dominante—habiendo derrocado al villano Nixon—lanzó una guerra durante décadas que depauperaron los derechos y las condiciones de vida del pueblo. Es hora de aprender la lección de Watergate.

Traducción por Ernesto Alfonso

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