El mundo escuchó de Donald J. Trump por primera vez en 1973, cuando el New York Times publicó un artículo de primera plana que detallaba una demanda del Departamento de Justicia donde se describía que él y su padre habían implementado una política estilo Jim Crow en su imperio de apartamentos. Con ello, de cierta manera, Trump estaba cerrando el círculo cuando apareció en un tribunal de Manhattan esta semana, nuevamente acusado de prácticas comerciales turbias. La acusación, el arresto y la lectura de cargos de Trump han creado una tormenta política a medida que el sistema legal penal entra al territorio desconocido de juzgar a un expresidente.
Los cargos del fiscal de distrito de Manhattan son solo uno de varios problemas legales que enfrenta el 45.º presidente de los EE. UU., vinculados a sus prácticas comerciales y su intento de robar las elecciones del 2020. Dado que Trump sigue siendo el favorito en las primarias republicanas, las implicaciones de estos juicios en las elecciones del 2024 ya son significativas. Las y los liberales están, por supuesto, jubilosos, regocijándose por cualquier cosa que tan solo parezca derribar a Trump. Millones de personas en todo el país que odian la política intolerante e hipercapitalista de Trump también celebraron al ver a Trump entregarse.
Los diversos casos contra Trump son de hecho “políticos”, pero esto es solo una revelación para aquellas y aquellos lo suficientemente ingenuos como para pensar que las y los fiscales y el sistema de justicia penal alguna vez han sido apolíticos. Todos los días, las y los fiscales toman una variedad de decisiones por razones políticas, principalmente para parecer “duros contra el crimen”. Las y los partidarios de Trump ahora dicen lo que muchas y muchos han sabido hace algún tiempo–—que el sistema legal es arbitrario, caprichoso y, a menudo, injusto. Este es exactamente el comportamiento que estas mismas personas buscan del sistema penal cuando sus blancos son la clase trabajadora negra, latina e indígena que son víctimas de la política de “ley y orden” que tanto aman. También es algo hipócrita que las y los partidarios de Trump lloren por la “persecución” cuando Trump, como presidente, fue un ávido defensor y practicante de enjuiciamientos políticos contra aquellas y aquellos a los que consideraba enemigos, a menudo instando a sus funcionarios a emprender acciones flagrantemente ilegales.
El caso de Manhattan también refleja la “oposición” vacía de la élite liberal a Trump que se concentra en los asuntos de menor importancia. Esta es una estrategia que refleja el deseo de la sección “Demócrata” de la clase dominante de incluir a una sección de votantes del Partido Republicano en su coalición electoral sin cambiar sus puntos de vista sobre ningún tema sustantivo. El alboroto por la acusación del fiscal de distrito Bragg también ha ensombrecido investigaciones legales mucho más importantes como el intento de Trump de robar las elecciones del 2020.
En última instancia, los problemas legales de Trump en Nueva York y en otros lugares son un reflejo de la lucha en curso entre las élites gobernantes sobre cómo enderezar el barco del capitalismo estadounidense, el que se está hundiendo en tiempo real.
¿Tienen algo contra él?
Si bien describir esto como “persecución” es una exageración, claramente los problemas legales de Trump están envueltos en sus luchas políticas. Las y los enemigos de Trump en la élite política lo odian no tanto por sus políticas, sino porque la forma en que las aplica amenaza la cohesión social del país.
El sistema bipartidista dominado por los plutócratas claramente no está logrando beneficios sociales sostenidos para ningún subconjunto de la sociedad. Está precariamente equilibrado en torno a dos ideologías “conservadoras” y “liberales” cada vez más fatulas, las que utilizan un ecosistema de propaganda masiva para argumentar que el sistema estadounidense es fundamentalmente sólido y que cualquier problema es solo el resultado del “otro lado”. Bajo este marco, en lugar de buscar un cambio fundamental en la sociedad, lo único necesario es cambiar el partido que esté en el poder. Pero especialmente a partir de la administración Bush, la fe en la fuerza y la legitimidad subyacentes del orden político existente se han ido erosionando a medida que no aborda los problemas apremiantes que enfrentan los diferentes sectores de la población.
Trump es un síntoma de esta decadencia. En muchos detalles, el programa de Trump se lleva bien con amplias corrientes entre la élite gobernante. El núcleo económico de su programa incluye destripar las obligaciones fiscales de las megacorporaciones y las y los ultrarricos; el aplastamiento de los sindicatos y la eliminación de las regulaciones de salud, seguridad y salarios de las y los trabajadores; e ignorar totalmente el cambio climático para que salvar el planeta no sea un obstáculo en el camino de las ganancias. Todos estos fueron elementos centrales del programa del Partido Republicano antes de Trump. Los republicanos siempre han construido una coalición en apoyo a estas políticas impopulares vinculándolas a la oposición a los derechos civiles y humanos del pueblo negro, las mujeres, la comunidad LGBTQ y, cada vez más, contra inmigrantes de todo tipo.
Trump, sin embargo, llevó esto al extremo. Operó con una presentación pública abiertamente racista que desechó las décadas de trabajo que los republicanos habían hecho para hacer que sus políticas racistas parecieran simplemente “neutrales en cuanto a la raza”. Aún más, Trump promovió una retórica imperialista que recuerda a la que se vio en el periodo previo a la Segunda Guerra Mundial, remontándose a la política “aislacionista” de puertas abiertas en la que la coerción militar y económica estadounidense se utilizó de manera más limitada para “abrir” o mantener abiertos los mercados en todo el mundo y con menores pretensiones de moldear ideológicamente el orden mundial. Consideradas en conjunto, estas cosas fueron disruptivas para el precario equilibrio del sistema político estadounidense.
Al poner al descubierto las contradicciones más agudas y tratar de resolverlas de una manera semifascista, Trump abrió un espacio real para el surgimiento de la resistencia al orden actual. Al cuestionar el consenso imperialista, abrió aún más el espacio para los desafíos internos al orden mundial unipolar amado por la clase dominante estadounidense que lo creó. Entonces, Trump no es de ninguna manera una amenaza para el capitalismo o para las y los ultrarricos en general, pero su modo de gobierno es excepcionalmente perturbador. Como resultado, mientras reúne una colección de figuras de la clase dominante a su alrededor al estilo de una tripulación de un barco pirata, Trump se ha convertido en un blanco importante para una sección amplia de la élite gobernante.
Desde “Russiagate” hasta la acusación formal de delito en Manhattan y la investigación del Departamento de Justicia de que Trump guardó algunos documentos en su mansión, las fuerzas lideradas por el alto mando del Partido Demócrata han buscado consolidar la oposición de la élite contra Trump y aislar electoralmente a su ala del Partido Republicano. Estas fuerzas del Partido Demócrata están contando con que las políticas antiobreras de Trump les permitirán mantener su presencia en los sindicatos y las comunidades oprimidas a nivel nacional. Y, al mismo tiempo, las y los líderes demócratas esperan utilizar su propio apoyo total a las aventuras imperialistas en el extranjero para enganchar al ala “neoconservadora” de las y los republicanos militaristas de línea dura. Para hacer más repulsiva la grosería de Trump, las y los demócratas han buscado construir una mayoría electoral de centro-derecha para mantener su ventaja en las elecciones nacionales al dejar a Trump con solo una base minoritaria MAGA.
Debido a que la élite del Partido Demócrata se niega a desafiar las políticas de Trump en favor de las grandes corporaciones, esta utiliza diversos ataques legales y mediáticos en torno a cuestiones de menores consecuencias. La clase trabajadora no puede simplemente mantenerse al margen en esta situación. La estrategia de las y los liberales empodera a las y los belicistas más despiadados y fomenta políticas peligrosas y dañinas como la expansión de las fuerzas armadas y la policía. Esta estrategia de las y los liberales permite a los elementos más fascistas del Partido Republicano participar en campañas electorales con solo dos candidatos, fomentando la difusión de ideas de extrema derecha en la sociedad.
No todos los casos son iguales
Sin embargo, no todos los ataques legales contra Trump son iguales. De hecho, tres de los cuatro casos que enfrenta tienen implicaciones importantes y positivas para la clase trabajadora. El primero y más importante son las investigaciones federales y de Georgia sobre el intento de Trump de robarse las elecciones. Si bien se ha visto atrapado en la contienda retórica partidista, es innegable que el intento de Trump de manipular los resultados de las elecciones presidenciales es profundamente antitético a los intereses de la clase trabajadora. Trump estaba tratando de imponer una agenda que consistía en la destrucción total de los derechos de las y los trabajadores, los sindicatos, el derecho de la mujer al aborto y los impuestos a los ricos. Según la visión de Trump, todo esto sería impuesto por un estado policial masivamente empoderado con sanción presidencial para disparar y matar, con la oposición principal aplastada por la fuerza militar.
Además de eso, trató de lograr esta visión a través de una letanía de mentiras como la afirmación de que China envió decenas de miles de boletas electorales fraudulentas (hechas de papel de bambú) y que la clase trabajadora negra y latina votó ilegalmente en números asombrosos. Más aún, cuando sus esfuerzos totalmente fraudulentos fracasaron en los tribunales y recuentos, Trump coordinó una turba para invadir el Congreso y evitar que certificaran la votación.
El hecho de que Trump no enfrente ningún tipo de sanción grave en ese frente sienta un precedente peligroso. Como nos enseña la historia de la Reconstrucción posterior a la Guerra Civil, esto solo conducirá a retrocesos más drásticos de los derechos democráticos. Defender estos derechos preserva nuestra capacidad de combatir los peores excesos del capital y organizarnos para transformar la sociedad.
Claramente, Trump solo representa una oposición falsa a las “élites”. Detrás de la retórica hay simplemente una agenda procapitalista extrema. También está claro que el resto del sistema político “convencional” no es una mejor opción, y sus tácticas esencialmente están allanando el camino para una deriva más lenta hacia la derecha. Lo que se necesita ahora más que nunca es detener esta atracción inexorable hacia la política de destrucción total de los pueblos y el planeta. Necesitamos una resistencia real arraigada en la comprensión de las verdaderas causas de los problemas que enfrentan el pueblo trabajador y las y los pobres. A partir de ello, solo podemos concluir que el capitalismo ha dejado de ser útil y que la única respuesta es una reorganización socialista de la sociedad.