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Por qué China no es la agresora

Día tras día en la televisión, en los periódicos, en internet y en los pasillos del Congreso, la Casa Blanca y los “think tanks”, la élite moldeadora de opinión pública repite un mismo mensaje una y otra vez: En el escenario global, China es el país agresor.

Es una acusación falsa. Para revertir el impulso imprudente del Pentágono hacia una confrontación potencialmente catastrófica, los ciudadanos de nuestro país deben ser conscientes de la verdadera naturaleza de las relaciones entre Estados Unidos y China. De hecho, son los Estados Unidos los que participan en un esfuerzo integral para rodear y aislar a China mediante la agresión militar, económica y política.

La máquina de guerra del Pentágono se traslada al Océano Pacífico

Sintiendo cómo su dominio en el Pacífico se desvanecía frente al rápido desarrollo económico de China, la administración Obama adoptó el “Giro hacia Asia” (Pivot to Asia) como pieza central de su visión de política militar y exterior. Esta política implicó una redistribución de la mayor parte de la maquinaria de guerra de EE.UU. del Medio Oriente hacia el Borde Occidental del Pacífico. Esto se expuso explícitamente en un artículo de 2011 escrito por la entonces Secretaria de Estado Hillary Clinton. En ese momento, la administración de Hu Jintao en China seguía la doctrina del “ascenso pacífico”, que enfatizaba la cooperación mutuamente beneficiosa con todas las naciones y que el deseo de China de hacer crecer su economía y elevar el nivel de vida de su población no estaba vinculado a ningún objetivo hegemónico.

Desde el comienzo de la Guerra Fría del siglo XX, el gobierno de los EE.UU. ha tratado de convertir a las naciones del este de Asia en un escenario para la guerra mundial. Los planificadores estadounidenses idearon una estrategia basada en instalar bases militares a lo largo de varios archipiélagos e islas frente a las costas de China, así como el extremo este de la Unión Soviética.

En los últimos años, Estados Unidos ha tratado de expandir su presencia militar en esta “cadena de islas”. En Japón, se han desplegado unidades avanzadas de radar de banda X y se han construido nuevas instalaciones adyacentes a las bases existentes, obviando las protestas por parte de residentes locales, incluso en Iwakuni y Okinawa. Se han desplegado bombarderos de largo alcance con capacidad nuclear en Guam, cuya gente ha vivido bajo el dominio colonial estadounidense desde fines del siglo XIX. Estados Unidos también ha resistido amargamente ante la terminación del “Acuerdo Militar de Visita de Tropas” neocolonial en Filipinas. Aunque no es una isla, el despliegue del sistema de misiles THAAD en Corea del Sur en 2017 también fue un componente clave del cerco militar de China.

La administración Trump se retiró del Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio en 2018 con el pretexto de que Rusia estaba violando los términos del acuerdo. El motivo real fue el arranque de una nueva carrera armamentista potencialmente catastrófica en el Pacífico. Una vez liberado de las restricciones del tratado INF, el Pentágono tiene pensado desplegar misiles que podrían aniquilar sus objetivos en China en cuestión de minutos. Los misiles convencionales también son parte del plan: un artículo reciente de Reuters reveló la intención de los militares de equipar a las unidades marinas en el Pacífico con misiles de crucero Tomahawk y aumentar la presencia de misiles antibuque de largo alcance.

Invocando ridículamente la “libertad de navegación”, la Armada de los Estados Unidos ha enviado sus buques de guerra para patrullar a través de aguas disputadas en el Mar del Sur de China, en un movimiento calculado para provocar a China e inflamar las tensiones con los países cercanos. China y la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático están involucradas en un proceso diplomático para ayudar a resolver los desacuerdos territoriales sobre una serie de pequeñas islas en el área, pero Estados Unidos no tiene derecho a meterse en esta disputa entre vecinos.

El frente económico

Si bien los Estados Unidos han oscilado entre la ortodoxia neoliberal del “libre mercado” y el proteccionismo comercial, el objetivo sigue siendo el mismo: aislar a China económicamente y garantizar que Wall Street y las grandes multinacionales de EE.UU. mantengan su hegemonía.

Bajo la administración Obama, Estados Unidos impuso de forma agresiva un nuevo acuerdo de libre comercio, el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica. Etiquetado por los activistas progresistas y laborales como “TLCAN en esteroides”, el ATCE buscó debilitar las regulaciones, los estándares laborales y todos los demás obstáculos entre las naciones firmantes para el libre flujo de capital. Como lo expresó una declaración oficial de la Casa Blanca de febrero de 2016, “El ATCE permite a Estados Unidos, y no a países como China, escribir las reglas del camino en el siglo XXI”.

Por razones demagógicas, la administración Trump cambió de táctica e inició una guerra comercial contra China. Se han impuesto aranceles elevados y las principales empresas chinas como Huawei han estado sujetas a severas restricciones y persecución judicial. Esto no ha traído empleos de manufactura a los Estados Unidos, sino que ha debilitado la economía de China al tiempo que han aumentado los precios para los consumidores estadounidenses.

Según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, un tercio del comercio marítimo mundial y el 64 por ciento de los envíos comerciales de China pasan por el Mar del Sur de China. Teniendo en cuenta el resto de aguas que rodean Asia, la región representa el 60 por ciento del comercio mundial por mar. El despliegue masivo de los activos del Pentágono en el Pacífico está dirigido no solo a enfrentar las fuerzas armadas chinas, sino también a establecer su capacidad para aislar militarmente a China de la economía global.

Intriga e histeria al estilo de la Guerra Fría

También hay un fuerte elemento político y diplomático en la agresión del gobierno de Estados Unidos contra China. Existe un consenso bipartidista entre las élites de EE.UU. para promover la división y el caos dentro de China, mientras que dentro de los Estados Unidos se fomenta un clima de hostilidad extrema hacia China, el pueblo chino y los demás pueblos asiáticos.

Al igual que los imperios coloniales europeos en el siglo XIX, la élite política y militar de los EE.UU. quiere desmembrar a China para poder controlarla más fácilmente. El gobierno de EE.UU. y los medios corporativos han brindado su respaldo incondicional a las organizaciones separatistas en la Región Autónoma Uigur de Xinjiang, en el noroeste de China, a pesar de los muchos lazos entre esos grupos y organizaciones que Estados Unidos afirma estar combatiendo como parte de la “guerra contra el terrorismo”. A pesar de su retórica y políticas abiertamente islamofóbicas en su país, Donald Trump se designó a sí mismo como el defensor de la población musulmana de China y difundió informes no fundamentados y unilaterales sobre una supuesta red masiva de “campos de concentración”.

Del mismo modo, en Hong Kong, Estados Unidos ha respaldado un movimiento de protesta que busca distanciar aún más la ciudad semiautónoma del resto del país o incluso separarse por completo. A pesar de su apariencia “prodemocrática”, los manifestantes de Hong Kong llevan a cabo terribles actos de violencia e intimidación contra sus oponentes mientras promueven la nostalgia por la era del dominio colonial británico.

La isla de Taiwán se separó políticamente del continente después de la revolución que estableció la República Popular de China en 1949. Las fuerzas derrotadas del dictador pro-estadounidense Chiang Kai-shek se retiraron a Taiwán y se auto-proclamaron como el verdadero gobierno de China. Beijing siempre ha mantenido que la isla sigue siendo una parte integral de su territorio. Como parte de su impulso contra China, la administración Trump realizó ventas masivas de armas de aviones de combate, misiles y tanques muy avanzados a Taiwán mientras realizaba provocativas patrullas navales y aéreas a través del Estrecho de Taiwán.

A nivel nacional, los promovedores de guerra saben que la única forma en que la población de los Estados Unidos aceptaría algo tan catastrófico como una guerra con China es si son sometidos a un constante tambor de propaganda. La administración Trump se ha centrado en los últimos días en promover la ridícula (y sin pruebas) teoría de la conspiración de que el gobierno chino desató deliberadamente el Coronavirus sobre el mundo. Los medios corporativos han dado credibilidad a estas afirmaciones ridículas, cumpliendo su función de siempre: ser un megáfono para el Pentágono.

La dirección del Partido Demócrata está totalmente de acuerdo con la campaña contra China, y de hecho trata de competir contra Trump en la escalada de su discurso. La campaña presidencial de Joe Biden, por ejemplo, recientemente lanzó un anuncio acusando a la administración Trump de “darse la vuelta por los chinos” y permitir que demasiados chinos entraran al país. El resultado de este ambiente de hostilidad sin frenos ha sido un marcado aumento en los casos de discriminación y violencia racista hacia los estadounidenses de origen chino y otras comunidades asiáticas dentro de los Estados Unidos.

Los promovedores de guerra estadounidenses quieren que creas que China está intimidando y amenazando a Estados Unidos. No caigas en la trampa, la verdad es todo lo contrario. Ahora más que nunca, el mundo necesita cooperación y diálogo internacional, no una “competición entre grandes potencias” que conduzca a un conflicto potencialmente devastador.

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