Mar 18, 2018
La ejecución a sangre fría de la representante del ayuntamiento de Río de Janeiro, Marielle Franco, ha lanzado los brasileños a las calles en una torrente de dolor, indignación y lucha.
El asesinato del miércoles por la noche dejó a Franco y a su conductor muertos. Franco acababa de salir de un evento sobre el empoderamiento de las mujeres negras.
El jueves, miles protestaron en la plaza Cinelândia y en otras partes del centro de Río. Miles más cerraron la Avenida Paulista en São Paulo. Se han llevado a cabo demostraciones en la capital, Brasilia, y en prácticamente todas las ciudades principales de todo el país, al igual que manifestaciones de solidariadidad en Nueva York, Lisboa y en otras ciudades del mundo. Innumerables muestras de apoyo han inundado las redes sociales.
La vida y la lucha personal de Franco reflejaba la realidad de millones de residentes pobres y marginados de Río de Janeiro. Una mujer negra y madre soltera, Franco nació y se crió en la Favela da Maré, una de las comunidades más pobres y violentas de Río de Janeiro. Comenzó a trabajar a los 11 años de edad, superando grandes dificultades para obtener un título en Ciencias Sociales y una maestría en Administración Pública. Era una activista de derechos humanos, miembro de la comunidad LGBTQ, luchadora feminista y antirracista.
Su elección a la Cámara Municipal de Río de Janeiro en 2016 tomó a la clase política por sorpresa. Cuando se postuló con el partido de izquierda PSOL (Partido del Socialismo y la Libertad) como candidata por primera vez, llegó a ocupar el quinto lugar entre los 51 miembros electos de la cámara legislativa. Su victoria impactante le brindó una voz valiente y sincera a los oprimidos dentro de un ámbito político dominado por representantes de los ricos y las elites de Rio mayoritariamente blancas. Era amada por las comunidades que representaba y admirada por sus principios.
Entre las muchas luchas que emprendió, Franco fue una oponente intrépida y valiente de la brutalidad policial. Fue la muerte de un amigo por una bala perdida disparada durante una redada policial en el 2000 lo que la impulsó a convertirse en una activista de derechos humanos. Franco no vaciló al hablar para condenar los asesinatos de la policía en las favelas de Río y la prevalencia de la impunidad y la injusticia.
Después de la toma del aparato de seguridad de Río por el ejército brasileño en febrero de este año, las críticas de Franco adquirieron una nueva dimensión.
La intervención militar, autorizada por el presidente golpista ilegítimo Michel Temer, ha tocado un nervio dentro de la sociedad brasileña y ha despertado recuerdos de la dictadura militar que gobernó desde 1964 hasta 1985. Las fuerzas derechistas están utilizando a Río para tantear el terreno para la intervención militar y ya están considerando extenderlo a otras partes del país.
Un motivo probable detrás del asesinato de Franco fue su condena sin arrepentimientos de las fuerzas de policía brutales y corruptas y de la intervención militar.
Vivir para el pueblo, morir para el pueblo
La evidencia apunta a una ejecución planificada por la policía. No se robaron objetos de valor del automóvil donde mataron a Franco. A pesar de tener vidrios polarizados, los asesinos sabían dónde estaba sentada Franco. Las balas pertenecían a un lote de municiones vendido a la Policía Federal, el mismo lote relacionado con la masacre de Osasco 2015, donde la policía cobró la vida de 23 personas—la matanza extrajudicial más grande que se ha llevado a cabo en el estado de São Paulo. Un testigo cuya identidad no ha sido revelada le dijo a los investigadores que la policía de São Paulo le vendió las municiones a la policía de Río.
Los brasileños están muy familiarizados con la brutalidad policial. Según el Instituto de Seguridad Pública, tan solo en Rio ocurrieron 1.124 asesinatos a manos de la policía en 2017. Este patrón se repite en otros centros urbanos importantes, donde la derecha intenta utilizar el miedo al crimen violento para obtener apoyo para la intervención policial y la represión en las favelas. En las zonas rurales, campesinos sin tierras enfrentan la muerte a manos de la policía y de sicarios por desafiar la concentración de la tierra en manos de los terratenientes ricos. El Consejo Ciudadano de Seguridad Pública y la Justicia Penal declara que Brasil tiene 19 de las 50 ciudades más violentas del mundo.
Pero la ejecución de Franco no es solo otro dato estadístico. Es una expresión brutal del desprecio racista del aparato estatal y de las élites brasileñas por los pobres y las personas de color. Sus asesinos no buscaban silenciar a un individuo, sino silenciar las demandas y las aspiraciones de los trabajadores oprimidos a quienes Franco había venido a representar. Es parte del ataque a las ganancias sociales y al espacio político creado por las masas brasileñas durante décadas de lucha.
Con la exclusión fraudulenta inminente del expresidente Lula de la carrera presidencial de octubre—una que de seguro hubiese ganado— y el asesinato de Franco, está claro que las estructuras de poder en Brasil no están dispuestas a concederles nada a la clase obrera, y pisotearán incluso los derechos democráticos más básicos.
Este intento criminal de intimidación política ha fracasado.
Los brasileños están de pie en contra de la violencia política y la intervención militar, exigiendo justicia. Si la vida de Franco Marielle simboliza los avances realizados por los brasileños pobres y marginados, su muerte es ahora una inspiración para millones de personas de asumir esta lucha. Como dicen las pancartas de los manifestantes: “Transformo luto em luta” – “Convierto luto en lucha”.
¡Marielle Franco, presente!
El autor nació y se crió en Río de Janeiro, Brasil.
Traducido por Joel Marcos Gallegos