En un inusual destello de trabajo honesto de la prensa capitalista, en febrero de este año el periodista de ABC Jon Karl preguntó lo siguiente a Jay Carney, secretario de prensa de la Casa Blanca: “¿Cómo pueden arrojar una bomba sobre un ciudadano estadounidense sin ningún tipo de orden judicial, sin juicio alguno, sin plantearse ninguna pregunta acerca los derechos humanos más básicos…?” y continuó, referiéndose a la oposición de Obama a algunas tácticas de tortura.
El periodista señaló la contradicción de el presidente Obama en numerosas ocasiones estar en contra de las torturas a sospechosos de terrorismo, mientras que ahora insiste en que es legal matarlos. Carney respondió con evasivas.
Éste no es el único reportero que se devana la cabeza con estas contradicciones. Un buen número de activistas en pro de la democracia, muchos de los cuales ostentan con orgullo la etiqueta “progresista”, manifiestan cada vez más su malestar, o incluso desdén, por una política que es directamente una réplica de las doctrinas jurídicas que sustentaron la “guerra contra el terror” de Bush.
Añadiéndolo a las revelaciones del año pasado sobre las secretas “listas de la muerte”—en las que quedó probado que el Presidente selecciona y ordena personalmente quiénes serán asesinados por estos aviones no tripulados—su cultivada imagen pública de pacifista comprometido ha resultado dañada.
En lugar de una nueva era de transparencia y respeto por las libertades civiles, como él mismo había prometido, los últimos cuatro años han acelerado la tendencia habitual de Bush: la continua vigilancia masiva, una nueva ley que permite la detención indefinida sin juicio, la represión contra el movimiento Occupy, y ahora la justificación legal para el asesinato impune de ciudadanos estadounidenses presuntamente terroristas.
El liberalismo of icial, completamente incompetente
Los prominentes personajes del mundo liberal y progresista que se mostraron eufóricos y orgullosos tras las elecciones de noviembre, volvieron forzosamente a la realidad gracias a la filtración de las notas del Departamento de Justicia demócrata en las que justificaban estos asesinatos. Rachel Maddow y el equipo de la MSNBC que hizo carrera criticando la política exterior de Bush, sólo puede hablar de la “complejidad” de la cuestión y de ciertas “preocupaciones”. En la cámara baja del Congreso, el demócrata Caucus Progresista, el ala izquierda de la política burguesa, tan sólo emitió la exigencia de que la administración facilitase un comunicado con más información acerca del inconstitucional programa de asesinatos. La Casa Blanca se negó.
Es evidente que la clase política no proporcionará ninguna solución al estado de la seguridad nacional. Dado que los dos partidos y la clase dominante en su conjunto han consensuado su apoyo, la “oposición leal” en el Partido Demócrata lo ha aceptado también.
Como siempre, la tarea de promover un cambio social y político real recae en la clase obrera, en los pueblos oprimidos y en los radicales que se niegan a aceptar la situación actual.
Mostrar la enorme brecha entre las promesas del gobierno y su práctica real, y así acabar con la lealtad política del pueblo con el Partido Demócrata, es una prioridad para los que quieren construir una alternativa revolucionaria en Estados Unidos. La cuestión es cómo.
La creación de un movimiento en las condiciones políticas actuales no es tan fácil como hablar sobre ello. Se requiere una evaluación serena del estado de ánimo político de aquellos a los que queremos llegar y una organización que sintetice las experiencias de los organizadores en todo el país y a partir de ellos diseñar una estrategia de futuro.
Obama mantiene aún un profundo apoyo entre las comunidades afroamericanas, unidas especialmente contra sus críticos derechistas y todos aquellos que podrían ser tachados de racistas. También contó con importantes márgenes de victoria entre latinos, asiáticos-americanos, nativo americanos y la comunidad LGBT. Cientos de miles de auto-definidos como progresistas hicieron campaña y votaron por Obama, a pesar de sus dudas o reticencias hacia sus políticas.
Entonces, ¿qué se puede hacer? El planteamiento del PSL es crear oportunidades para la lucha contra el gobierno, campañas a través de las que los crímenes del sistema puedan ser expuestos y entendidos por el pueblo. La experiencia demuestra que la conciencia de la gente cambia más eficientemente a través del proceso y la experiencia de la lucha en sí. La manifestación del próximo 13 de abril contra la guerra de los drones en África es un ejemplo. Las marchas contra la brutalidad policial son otros.
No hay ningún requisito político previo para que alguien pueda unirse a estas actividades. De hecho, esperamos que también atraigan a aquellos que todavía se puedan considerar partidarios de Obama, pero se ponen a las contradicciones de las políticas de su gobierno.
El arte de nuestras políticas debe residir en encontrar maneras de construir conciencia de clase a partir de estas oportunidades.
¿Traición personal o problemas sistémicos?
Mientras que en última instancia el presidente Obama ostenta la responsabilidad moral y política de las acciones de su gobierno, es de muy poca utilidad atribuir estas políticas a la traición personal o un defecto de su carácter. Tales explicaciones sugieren que un presidente más bien intencionado, que presumiblemente podría llegar pronto, lo haría mejor. Tampoco debemos atacarlo personalmente, ya que por esta vía es más que probable que no se pueda convencer a nadie que no esté ya convencido. De hecho, los ataques personales tienen más probabilidades de empujar a sus partidarios a unirse en su defensa, cuando es claro que muchos de ellos aceptarían la esencia de la crítica a su programa si ésta se plantease correctamente.
La voluntaria prolongación de la guerra de dron por parte de Obama, la vigilancia masiva y la supresión de las libertades civiles pueden ser explicados como parte de un sistema más amplio. Es el programa del imperialismo de EE.UU. desarrollándose en una era de gran vulnerabilidad, con la drástica disminución de los niveles de vida domésticos y la paulatina pérdida de confianza en el liderazgo político del país como trasfondo. Refleja una clase dominante extremadamente insegura acerca de la aparición de nuevos competidores globales y, a raíz de la guerra de Irak, también acerca de la insuficiencia del poderío militar puro. Todo esto apunta a una tendencia a vigilar y encarcelar a aquellos sectores de la clase obrera que son desempleados crónicos en esta era de alta tecnología. Muestra también la preocupación del Estado por el potencial de los medios de comunicación instantáneos y masivos, tecnologías que pretende convertir en instrumentos de recolección de información en masa.
Resumiendo, estas políticas odiosas son producto de una sociedad en la que una pequeña camarilla de personas controla la riqueza y el poder político, mientras que la gran mayoría está apenas sobreviviendo. Mantener la estabilidad de esta estructura es una gran preocupación de la clase dominante, que para tal efecto se rodea diariamente de planificadores, legisladores, analistas y gerentes. Las políticas emanadas de la administración Obama no se elaboran casualmente: son una versión comprimida de la opinión de la clase dominante.
Consecuentemente, la única manera de derrocar a esta tendencia cada vez mayor a la vigilancia, a las guerras no declaradas y a los asesinatos extrajudiciales es deshacerse de la desigualdad básica en la que se fundamenta esta sociedad, así como de las burocracias e instituciones que se han creado en torno a la desigualdad con el fin de sostenerla.
Algunos pueden sentirse intimidados por el poder creciente de la policía y la vigilancia del Estado, pero lo cierto es que estas herramientas, utilizadas para intentar mostrar un poder absoluto y omnipresente, son de hecho un signo de debilidad y miedo subyacente del gobierno. Por lo tanto éste es el mensaje y la confianza que deben ser transmitidos: que somos muchos más que ellos, que también nosotros podemos organizarnos y que algún día venceremos.