Esta es una reproducción del artículo publicado originalmente en la revista Breaking The Chains.
La melodía se siente como una brisa suave o una canción de cuna que inmediatamente pone la piel de gallina. La letra está en árabe fonémico, lo cual no la hace más comprensible. La canción es una tarweedeh, que es una forma artística de crear mensajes cifrados, creada por mujeres palestinas durante el periodo de la ocupación colonial inglesa (1923-1948) para envíar mensajes de resistencia en código.
Durante la gran Revuelta árabe de Palestina de 1936-1939, los británicos encarcelaron a un gran número de hombres palestinos solo por manifestarse en contra de su mandato. Estos encarcelamientos imposibilitaban la comunicación entre los revolucionarios y las familias que habían dejado en pequeños pueblos, repletos de mujeres cuyos hermanos, padres, maridos e hijos, habían sido injustamente encarcelados. Ante esta situación, las mujeres palestinas desarrollaron y utilizaron el tarweed para secretamente comunicar instrucciones para la liberación de sus seres queridos.
La codificación en tarweed implica invertir las últimas letras de las palabras, insertando repetidamente la letra L (“lam” en árabe), además del uso de poesía, símbolos y analogías con significados escondidos. Este proceso transforma el mensaje original, convirtiéndolo en un “sinsentido” que ni los colonizadores ni sus traductores podían descifrar. Las mujeres caminaban a lo largo del perímetro de las prisiones, transmitiendo sus mensajes en forma de canciones que se colaban por entre los barrotes de las ventanas de las prisiones. Para los colonizadores, ver mujeres deambulando y cantando canciones folklóricas no representaba amenaza alguna, y sin embargo, resultó ser un elemento central para el escape de los prisioneros.
La tarweed sobrevivió a la Nakba (“catástrofe”), la limpieza étnica de los palestinos de 1948 en la que al menos 700,000 indígenas palestinos fueron violentamente expulsados de sus hogares y su tierra por milicias terroristas y fuerzas militares israelíes para establecer el estado de Israel. Hoy, estas canciones folklóricas continúan siendo—junto con la cocina tradicional, la vestimenta, las historias, la poesía, y la danza folklórica—signos de la identidad palestina que buscan preservar una herencia cultural amenazada por el desplazamiento forzado, un sistema de apartheid y un genocidio. Los palestinos en los territorios ocupados y aquellos en la shatat (“diáspora”) mantienen estas tradiciones y su transmisión es una forma de resistencia a un sistema que pretende borrarlos por completo.
La tarweed representa un aspecto de la historia palestina que tiende a ser minimizado por la narrativa hegemónica occidental: el indispensable rol de las mujeres en la lucha. Mientras que esta narrativa presentan a las mujeres palestinas como entes sin voz en una sociedad “inherentemente patriarcal”, en la realidad los movimientos de resistencia encabezados por mujeres han sido parte esencial de la lucha de más de un siglo en contra de la colonización y opresión de Palestina. La destreza del tarweed es una muestra más de la inventiva y el ingenio necesarios para la continuidad de esta resistencia.
Si bien existen una multitud de ejemplos de la resistencia de las mujeres palestinas, cabe destacar a Fatima Bernawi y Shadia Abu Ghazala, dos mujeres que han contribuido decisivamente a la lucha por la liberación de Palestina. Bernawi nació en 1939 y sobrevivió la Nakba junto con su madre palestina, y poco tiempo después ambas pudieron reunirse con el padre, quien era un nigeriano de Bernawi, y luchó en la revuelta de 1936. Bernawi llegó a participar activamente como líder de la lucha por la liberación, y fue la primera mujer cuyo nombre se registró en la lista del movimiento palestino de mujeres encarceladas. Shadia Abu Ghazala formó parte del Frente Popular para la Liberación de Palestina desde sus inicios en 1967; Abu Ghazala, por su parte, lideró las unidades militares femeninas y siempre estuvo profundamente comprometida con la educación popular hasta su muerte en 1968. Una escuela en la Franja de Gaza que lleva su nombre fue el sitio de una masacre cometida por fuerzas israelíes en diciembre del 2023.
El liderazgo de las mujeres en la Primera intifada
Las mujeres palestinas fueron una piedra angular en la Primera intifada (“insurrección”), que estalló en diciembre de 1987. Después de décadas de ocupación y la expansión de asentamientos ilegales, un camión israelí chocó contra un auto civil en Gaza, matando cuatro palestinos. Este incidente resultó ser la gota que derramó el vaso. Palestinos de la Franja de Gaza y de Cisjordania se movilizaron en un frente unido, tomando por desprevenidas a las fuerzas israelíes. La respuesta de Israel fue inmediata y brutal; un sinnúmero de hombres palestinos fueron detenidos y encarcelados, deportados o asesinados. Las mujeres palestinas se movilizaron rápidamente para llenar los vacíos, y constituyeron la columna vertebral de la insurrección.
Mujeres de las ciudades tanto como de los pueblos tradicionales se movilizaron en igual medida como parte de la Primera intifada, unidas sin importar generaciones, facciones políticas o líneas de clase. Se organizaron desde bases populares para movilizar a miles de palestinos en una serie de esfuerzos coordinados en contra de la ocupación israelí. Todas las facciones palestinas más importantes formaron comités de mujeres, disfrazados como grupos para tareas domésticas, puesto que era ilegal pertenecer a partidos políticos o grupos estudiantiles. Públicamente convocaban a reuniones para tejer, cocinar, o coser, pero en realidad se reunían para planificar la intifada.
Durante la Primera Intifada, las mujeres palestinas iniciaron huelgas políticas masivas y lideraron el primer boicot en contra de Israel; desafiando abiertamente las leyes restrictivas de Israel, encontraron maneras innovadoras de suplir productos israelíes con alternativas locales que comenzaron a cultivar en sus jardines o en cooperativas agrícolas, en las que las mujeres aprendieron a producir su propia comida. Cuando Israel cerró escuelas y universidades palestinas para impedir que los estudiantes se movilizaran políticamente, las mujeres palestinas organizaron reuniones y talleres en sótanos y en edificios abandonados. Se enseñaron medicina unas a otras y establecieron equipos para proporcionar cuidados de emergencia a los manifestantes que fueran heridos por la violencia israelí. Las huelgas civiles y los boicots organizados a lo largo de toda Palestina asestaron tal golpe a la economía, que el entonces ministro del exterior, Shimon Peres, declaró que la economía israelí se encontraba “en peligro”.
Para sorpresa de nadie, el gobierno israelí redobló sus tácticas de intimidación y agresión, imponiendo un toque de queda, ordenando detenciones masivas, y dándoles órdenes a sus soldados de “romperles los huesos” a los palestinos. Además, cortaron líneas de teléfono en pueblos y ciudades pequeñas, y pusieron bajo arresto domiciliario a un gran número de organizadores. Sin embargo, las mujeres palestinas, y la resistencia en general, encontraron siempre, maneras creativas de superar cada uno de los obstáculos impuestos en su contra. Cuando Israel prohibió la bandera palestina, las mujeres formaron grupos de tejedoras para confeccionar sus propias banderas y ondearlas en las manifestaciones. Cuando las líderes palestinas eran puestas bajo arresto domiciliario, horneaban pan que contenían comunicados dentro de cada hogaza y que después eran distribuidos por villas, pueblos y campos de refugiados sin ser detectados por las fuerzas israelíes.
Todos estos esfuerzos de las mujeres durante la Primera intifada captaron la atención mundial, forzando con ello al aliado más recalcitrante de Israel, Estados Unidos, suspender su apoyo financiero ante la negativa israelí para negociar con Palestina. Por primera vez desde 1948, Palestina asestó un golpe decisivo que puso a Israel de rodillas, y las mujeres estuvieron al frente de este movimiento.
La fuente de la resistencia pacífica que conocemos como la Primera Intifada fue socavada en 1991 con la firma en secreto de los Acuerdos de Oslo en la Casa Blanca, acuerdo que ha empeorado significativamente las condiciones de vida de los palestinos hasta el día de hoy. Además de aumentar significativamente el número de asentamientos ilegales, los acuerdos crearon una clase política corrupta, conocida actualmente como la “Autoridad palestina” que activamente colabora con las fuerzas de ocupación israelí para acabar con la resistencia.
Sumud como práctica política
Para comprender plenamente la incansable lucha de las mujeres palestinas en defensa de sus thawabit (“derechos inalienables”), es necesario reconocer el valor cultural de la sumud, o determinación. La sumud irrumpió definitivamente después de la guerra de junio de 1967, también conocida como Naksa (“revés” o “derrota”), cuando Israel comenzó la ocupación de Cisjordania, Jerusalén Oriental, y Gaza, triplicando así su territorio. Desde entonces, la sumud continúa como ideología y como estrategia política para resistir la colonización, ocupación militar, y hegemonía israelíes.
Todos los esfuerzos de resistencia organizados y llevados a cabo por parte de los palestinos a través de todos estos años se basan en la sumud, que implica una fuerza de resistencia a nivel psicológico, comparable incluso con el optimismo revolucionario, en cuanto que representa un antídoto al nihilismo a manos de un gobierno opresor y enciende la esperanza en el poder del pueblo, para crear la realidad que este merece. La sumud ha mantenido en pie al pueblo palestino a pesar de las severas embestidas políticas que Israel ha utilizado incesantemente para derrotarlo por completo.
La misión de Israel ha sido volver insostenible la vida de las y los palestinos, con el objetivo de forzarlos a dejar sus hogares en busca de una mejor vida en otro lugar, y para ello ha utilizado todo tipo de tácticas criminales: desde masacres, expulsiones, despojo, guerras genocidas, hasta tácticas de ocupación, control y vigilancia—puntos de control, barreras, toques de queda, zonas cerradas militarmente, asentamientos, caminos “solo para colonizadores”, torretas de vigilancia, portones, redadas nocturnas, y detenciones masivas. Se le ha negado al pueblo palestino el acceso al agua, servicios de salud, y educación; han quemado sus olivos y han demolido sus casas. La sumud declara al colonizador: ¡puedes romper nuestros huesos, pero no puedes romper nuestro espíritu!
La sumud comprende una serie de prácticas diarias que los palestinos utilizan para defender su derecho a existir en su tierra, a mantenerse arraigados en su cultura, a conseguir vivir algo parecido a una vida normal, bajo condiciones que nada tienen de normales.
El espíritu de la sumud se ve claramente expresado en el compromiso inquebrantable de las mujeres que crean y cuidan la vida en los territorios palestinos, aún cuando se ven forzadas a vivir como prisioneras en las condiciones más deplorables. Para una sociedad que ha vivido bajo la inminente amenaza de su extinción por más de 75 años, la decisión de tener y criar hijos está inextricablemente ligada a la supervivencia y la solidaridad. Las tareas domésticas y el cuidado de las infancias en los territorios palestinos, que han sido ocupados desde 1948, requiere niveles de voluntad, determinación, y fortaleza inimaginables. En palabras de la periodista Meryem Ilayda Atlas, la mujer que baña a sus dos niños entre los escombros de un edificio en Gaza, está prestando un servicio público—está encarnando el espíritu de la sumud.
Desafortunadamente, la lucha de estas mujeres ha sido cooptada por Israel y difamada usando interpretaciones sesgadas y descontextualizadas del feminismo burgués “primermundista” que opera como lacayo del capitalismo. Un ejemplo de esto se puede visulizar en el artículo “¿Por qué tantas de las víctimas en Gaza son niños?” publicado en el diario The Economist, en el que se atribuye el gran número de muertes infantiles en Gaza, desde el 7 de octubre, a una tasa de natalidad excesivamente alta. El artículo traza una conexión de causalidad entre la tasa de fertilidad, la pobreza y el bajo nivel educativo (y si bien es cierto que Gaza tiene una alta tasa de pobreza, también tiene un alto nivel de alfabetización entre las mujeres); y no se menciona en ningún momento las acciones de Israel y de las Fuerzas de Ocupación Israelíes. Esta narrativa pretende invisibilizar la labor de las médicas gazatíes que cuidan bebés que no podrían sobrevivir de otra manera, desde que la electricidad de los hospitales fue cortada, o la de las periodistas que realizan sus transmisiones en inglés desde Gaza para el resto del mundo, transmitiendo serenamente en medio de gritos de terror, o la de las mujeres de Gaza que intentan como pueden de seguir, aún entre las ruinas, porque no tienen otra opción.
En el pueblo de Nabi Saleh en el centro ocupado de Cisjordania, los tejados rojos de las casas en los asentamientos ilegales israelíes, pueblan los cerros aledaños. La mayor parte de la tierra en este pueblo del Área C se encuentra bajo control militar israelí. Entre el 2009 y el 2016, los pobladores organizaron manifestaciones en contra de la expropiación israelí de la tierra y el agua en estos asentamientos, manifestaciones que fueron brutalmente reprimidas y muchas veces, mortales, por el ejército israelí.
“Zania”, una joven madre palestina de Nabi Saleh, recuerda el momento en el que se vio obligada a lanzar a su hijita de dos años por la ventana de un segundo piso, hacia los brazos de un vecino, para ponerla a salvo cuando el ejército israelí arrojó un bote de gas lacrimógeno al interior de su casa. Para Zania y otras mujeres palestinas, la sumud se encarna en su determinación de mantener una presencia física en su territorio—pues saben que si se van, lo más probable es que sus carceleros israelíes no les permitan volver nunca más—así también como en su capacidad para adaptarse a condiciones siempre cambiantes y en constante deterioro: “Lo más importante es quedarte en tu casa, haciéndole frente a los soldados israelíes y a la ocupación”, dice Zania. “Si nos quedamos en nuestras casas, estamos diciendo ‘no le tememos a sus armas’. Así que nos quedamos en nuestras casas, vivimos una vida normal, y ¡ah!, de ahí viene nuestra fortaleza ante la ocupación, eso es lo más importante.”
En esencia, la sumud es la existencia como resistencia. Más que una manera de pensar, es una tarea para asumir el compromiso con la liberación. No se trata de una esperanza ciega de que un día las cosas mejorarán, sino una consciencia activa de que las vidas de las y los palestinos sólo mejorarán a través de la lucha y la solidaridad. Y en esto, las mujeres palestinas han sido sus precursoras. Mientras que Israel, apoyado por los EE. UU., ataca brutalmente Gaza, matando miles de personas y desplazando a millones, la sumud y la tarweed nos recuerdan que la resistencia palestina tiene una larga historia. Las y los palestinos han resistido el genocidio imperialista usando innumerables y creativas formas y continuarán resistiendo.
Ilustración: GERALUZ, Artistas en Contra del Apartheid.