Aunque de tanto en tanto los políticos puedan hacer declaraciones huecas y promulgar políticas templadas orientadas a atenuar la discriminación de género, lo cierto es que las cifras históricas de participación de las mujeres en las diferentes profesiones que ofrece capitalismo son pésimas. Con muy pocas excepciones individuales, las mujeres han sido, excluidas sistemáticamente de las posiciones más influyentes de la sociedad, bien en términos de remuneración o de prestigio.
En los Estados Unidos, uno de los países más desarrollados del mundo, las mujeres han logrado avances económicos importantes, pero el sistema de dominación masculina y la división sexual del trabajo permanecen firmemente arraigados en su economía capitalista.
Las capas más profundas y explotadas de la clase obrera están compuestas por mujeres en un número desproporcionado. Más del 75% de los trabajadores en las diez ocupaciones peor pagadas son mujeres: niñeras, amas de casa, asistentas de cuidado personal en el hogar, cajeras, camareras de diversos tipos, meseras, cocineras, envasadoras a mano. La desigualdad es aún peor para las mujeres de color, así como para lesbianas, bisexuales y transexuales, que además experimentan formas de discriminación adicionales.
La insuficiente representación femenina en las diferentes áreas económicas es un hecho, más que evidente, espectacular. Aunque el 47% de la fuerza laboral de EE.UU. son mujeres, de acuerdo con un informe del 2011 de la Oficina de Estadísticas Laborales, éstas aportan menos de un 34% del total de médicos y cirujanos, son el 32% de los abogados y el 14% de los arquitectos.
En trabajos relacionados con ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM) la participación femenina está incluso disminuyendo. En 1990 ocupaban el 34% de estos puestos de trabajo, cifra ya de por sí muy modesta, pero en 2011 esta proporción ya se había reducido al 27%.
No existe ninguna diferencia biológica que explique estas estadísticas; son simplemente el resultado de la hegemonía de la cultura patriarcal y de la forma de organización económica.
Tras las revoluciones socialistas
Las primeras revoluciones socialistas tuvieron lugar en sociedades que habían soportado horribles regímenes de opresión feudal y patriarcal. Por fortuna, el empoderamiento y la liberación de la mujer se convirtieron en tareas centrales de la agenda socialista.
Hay que tener en cuenta que en los países que trataban de construir las primeras experiencias socialistas la base económica para la completa eliminación de la división sexual del trabajo aún no existía, y los vestigios del patriarcado seguían siendo notorios. Pero el ritmo de los progresos realizados como consecuencia de la revolución y la construcción socialista hicieron que esta forma de opresión también se tambalease.
La Unión Soviética plasmó legalmente la plena igualdad entre géneros antes de que algunos Estados capitalistas reconocieran siquiera el derecho al voto femenino. Tan sólo un 2% de los ingenieros eran mujeres cuando comenzó el proceso de la construcción socialista, pero para 1967 esta cifra había aumentado hasta el 41%. En 1956, el 53% de los trabajadores soviéticos cualificados eran mujeres.
En Cuba las mujeres ocupan el 45% de los escaños parlamentarios. Entre 1970 y 1990 la fuerza laboral femenina creció en un 22%, y en el año 2010 las cubanas representan el 46,7% de los funcionarios, el 67% de los graduados universitarios, el 65,7% de los técnicos y profesionales, el 70% de los trabajadores de salud y educación, el 51% de los investigadores y el 56% de los jueces.
En 1974 el gobierno socialista de Cuba inició un gran debate nacional para la redacción de un nuevo Código de la Familia que incluyó a todos los barrios. El Código, que entró en vigor el Día Internacional de la Mujer de 1975, conminó a toda la sociedad a repensar y reorganizar las relaciones en el trabajo y en el ámbito familiar, a compartir las tareas del hogar y avanzar firmemente hacia la liberación de la mujer y la igualdad real.
Garantías inequívocas de la igualdad de las mujeres se pueden encontrar en las constituciones y leyes fundamentales de cada estado socialista de la historia. La Constitución china de 1954 declaró que “las mujeres en la República Popular de China disfrutan de igualdad de derechos con el hombre en todas las esferas de la vida política, económica, cultural, social y familiar.” En la década de 1970, los movimientos femeninos de masas estadounidenses exigieron una disposición constitucional similar, pero los políticos capitalistas se negaron, y todavía hoy se niegan a ceder con algún tipo de enmienda por la igualdad de derechos.
Estas leyes no sólo existían en el papel: se trataba de verdaderas guías prácticas en la senda de la total liberación femenina. Se crearon marcos jurídicos para las mujeres como individuos y para sus organizaciones de masas, que junto al apoyo de multitud de hombres progresistas y revolucionarios y el respaldo de sus gobiernos, desafiaron los aspectos patriarcales remanentes en sus sociedades.
Un tópico de la clase dominante es que el socialismo puede sonar bien en teoría pero no en la práctica. Sin embargo, las evidencias son claras: que cuando hablamos de igualdad de las mujeres en la fuerza laboral el sistema capitalista es un fracaso miserable e incoherente, y que las únicas sociedades que han demostrado ser capaces de construir un marco económico sobre la base de la igualdad de género son las socialistas.
Lo que un gobierno socialista podría lograr en los Estados Unidos
Un gobierno socialista en los Estados Unidos se basaría en los notables éxitos de las revoluciones socialistas previas, asegurando plena igualdad de género ante la ley, requiriendo la igualdad remunerativa para trabajos comparables, promoviendo campañas masivas contra el sexismo e institucionalizando políticas activas generalizadas con objeto de deshacer el legado del capitalismo la intolerancia en el lugar de trabajo.
Bajo el socialismo, en los Estados Unidos los trabajos serían creados sobre la base de las necesidades de la sociedad y se distribuirían de acuerdo a los méritos individuales, no a los prejuicios de la clase patronal.
Incluso los que trabajan los trabajos menos deseables recibirían salarios dignos, educación, asistencia médica y vivienda como derechos legales garantizados. Una nueva cultura laboral se edificaría de acuerdo a esta base económica, haciendo hincapié en la dignidad del trabajo y nuestras contribuciones a la sociedad, reemplazando así la actual glorificación del dinero. Además, la los avances tecnológicos y la economía industrializada de hoy podrían ayudarnos decisivamente a eliminar la base social de la opresión de las mujeres.
Los defensores del statu quo sexista a menudo citan la división del trabajo entre hombres y mujeres en las primeras sociedades humanas, como si aquello fuese inherente a la “naturaleza humana”. La realidad es que el desarrollo actual de la tecnología y la maquinaria prácticamente han eliminado cualquier base biológica para la división de los tipos de trabajo según el género. La socialización de lo que en el capitalismo es conocido como “trabajo del hogar” (cocinar, limpiar, criar a los hijos, etc.) establecería las bases para la erradicación de la concepción reaccionaria de lo que es un “trabajo de mujeres” y la división sexual del trabajo en su totalidad.
Por otra parte, y debido a que un gobierno socialista garantiza la seguridad económica a todos, se rompería así la dependencia económica de la mujer inherente a la unidad de la familia bajo el capitalismo, factor que con frecuencia hace muy difícil que pueda escapar de situaciones violentas y abusivas.
Aunque la liberación de las mujeres no pueda lograrse de la noche a la mañana, sí requiere una lucha constante contra toda decrépita mentalidad capitalista y feudal, promoviendo al mismo tiempo una reorganización socialista de la sociedad que siente las bases para la liberación de la mujer.