Será más poderoso a partir de ahora. En vida tuvo un poder que ningún mandatario ha igualado. Por el respaldo de la fuerza armada que reconstruyó y a la cual rescató como continuidad del ejército libertador de Simón Bolívar. Por la recuperación de la riqueza infinita del petróleo en las reservas más grandes del mundo. Pero sobre todo y en primer lugar, por su arraigo sin par en el pueblo venezolano, ése que ahora irrumpe en las calles como un mar manso pero inexorable, que asombra, atemoriza, a los defensores del capital en todo el mundo.
“A una fuerza material, sólo puede vencerla otra fuerza material. Pero cuando las ideas penetran en las masas, se transforman en una fuerza material”, escribió Marx.
Eso ocurrió con Chávez, las masas venezolanas y franjas muy anchas de los pueblos latinoamericanos, en una simbiosis cuyo despliegue recién comienza. En muchas oportunidades y en circunstancias muy diferentes -el fragor de una manifestación de masas, un aparte fugaz en medio de algún acto público o conferencia de prensa, la tranquilidad de un largo viaje en avión, a diez mil metros de altura y con el rugido de las turbinas en el camarote presidencial- recordamos y desmenuzamos aquel concepto clave. Él volvía una y otra vez sobre esa cita, comentada por primera vez el 28 de diciembre de 2001, en una terraza del palacio de Miraflores, durante una extensa entrevista luego convertida en libro. Esa convicción, prolongada en la certeza de que el poder reside precisamente allí, en las ideas convertidas en fuerza material, que luego se transmutará en capacidad para sembrar la tierra, extraer petróleo, cantarle a la vida o empuñar un fusil, fue uno de los dos rasgos principales que hicieron de Hugo Chávez un líder singular. El otro fue su innato internacionalismo. Exceptuando figuras como Marx, Lenin, Trotsky o Fidel, no se registra la existencia de dirigentes políticos con una asunción tan profunda y constante de una verdad tan simple como por regla general inasible: nada puede entenderse, sobre nada se puede actuar efectivamente, si no se parte de la totalidad de la economía y la política mundiales.
Cierta vez, en un salón de Westminster, ante una abigarrada audiencia de pie –el gobierno británico no mantuvo flema ni elegancia ante la irrupción de Chávez en el corazón político del imperio en decadencia y le negó el espacio requerido para que hablara allí con sus muchos partidarios ingleses–el revolucionario socialista que desafiaba al capitalismo desde sus propias entrañas, reconoció que en sus primeros pasos había confiado en la “tercera vía”, la engañifa enarbolada por Anthony Blair para encubrir su papel de agente socialdemócrata del gran capital. Ése fue otro rasgo distintivo de Chávez: la capacidad para rectificar sus errores; para aprender de la experiencia y buscar afanosamente la verdad teórica a partir de la práctica.
Otras fuentes de su poder residían en características individuales e historia personal, conjunción virtuosa que combinó la llaneza de un simple hombre bueno con la dureza de un luchador lúcido, resuelto e incansable, para constituir uno de esos raros individuos capaces de ser decisivos para el curso de la historia en un momento dado. Pero yerran quienes piensan que su gravitación en la política mundial ha terminado y en Venezuela sólo tiene una prolongación artificial. Desde la memoria de millones, encarnado como idea de revolución y socialismo, es ahora más peligroso que nunca para el imperialismo y sus socios, para patéticos reformistas socialdemócratas o socialcristianos, para oportunistas de todo color. Nadie lo diría como Miguel Hernández: hecho millones, Chávez es el rayo que no cesa.
Rescate de conceptos y coraje político
Aquel conjunto formidable de virtudes y circunstancias se proyectaron como factor clave en la política mundial, dándole al sujeto una fuerza con pocos o ningún antecedente, porque Chávez los resumió rescatando conceptos históricos y convirtiéndolos en acción política. A contramano del “sentido común” impuesto en la decadencia post moderna, Chávez enarboló la palabra Revolución, inicialmente asociada sólo a Bolívar, la relegitimó ante las masas y a partir de allí hizo que se reabriera camino en vanguardias desnortadas de todo el mundo. “Para darle de comer tres veces por día, todos los días, a todos los pobres, hay que hacer una revolución”, dijo en un memorable discurso ante un millón de seguidores, en el primer aniversario del golpe contrarrevolucionario de 2002. “Para cumplir con el programa de la Constitución, hay que hacer la Revolución”. “Para acabar con la pobreza, hay que darle el poder a los pobres”.
Al compás de la acelerada marcha por el camino de la revolución política, Chávez avanzó en las definiciones y, tras proclamar el carácter antimperialista de la Revolución Bolivariana, culminó explicando, cual maestro a niños de escuela, la necesidad del socialismo.
Quienes desde la medianía y el rencor se burlaron de sus kilométricos Aló Presidente no comprendieron que estaba trabajando, como sólo él podía hacerlo, para que las ideas se hicieran fuerza material en la mente y la sangre de millones de venezolanos. Lo logró.
Pero el comandante no se detuvo allí. Rescató también el concepto de Partido. Y lo realizó, en una construcción de masas, plural, todo lo democrático que puede ser un organismo vivo que metaboliza la realidad social de un momento histórico, en un país dado. Y cuando el Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv) fue una realidad, llamó a las vanguardias del mundo a construir una V Internacional, a sabiendas del rechazo que a priori recibiría esa puntada decisiva en la urdimbre revolucionaria que tejía. En efecto, ésa fue la única tarea que dejó pendiente; y no por su responsabilidad.
Revolución, socialismo, partido e internacional, fueron en última instancia los conceptos que hicieron de Chávez una figura de relevancia planetaria. La combinación de sus capacidades individuales con la asunción de la respuesta histórica de la teoría y la práctica por la emancipación del género humano, lo transformó para cientos de millones de víctimas en un faro, la luz de esperanza, el horizonte visible en medio de la tormenta económica y social que asuela al mundo. Comentaristas adocenados que atribuyen el impacto de masas de Chávez a su “carisma” (comodín vacío para eludir el análisis de un fenómeno) y con la misma liviandad ahora dictaminan que Nicolás Maduro carece de esa varita mágica y por tanto fracasará a corto plazo, no pueden asimilar las razones que explican la vertiginosa proyección del “teniente coronel golpista” al escenario político mundial con impacto de masas en países y culturas distantes, aunadas únicamente por la necesidad de la revolución y el socialismo.
Lo que vendrá
Esa luz no se apagará. Todo lo contrario. En Venezuela la Revolución Socialista Bolivariana continuará su marcha. Nicolás Maduro será ratificado en la presidencia en próximas elecciones cuyos resultados no ofrecen incógnita alguna. Todo seguirá su curso, con mayor y más visible participación de los Consejos Comunales, el Psuv y Diosdado Cabello como primera figura de ese instrumento clave; con la emergencia de innumerables cuadros antiguos y nuevos, entre los cuales sobresalen hombres como Rafael Ramírez, Elías Jaua y tantos otros, con o sin cargo ministerial; con la concreción de ese Golpe de Timón que en su autocrítica ante el Consejo de ministros en octubre último (ver pág. 40), Chávez planteo como punto de partida para el período 2013-2019 ahora encabezado por Maduro, con todo el equipo dirigente del Psuv abroquelado en la defensa y profundización de la Revolución y la transición al socialismo.
Sólo si Washington ordena a sus esbirros locales dar un paso ofensivo por fuera de la institucionalidad (decisión improbable a la vista de las relaciones de fuerza hoy palpitando en las calles), se alteraría el rumbo de Venezuela. Pero en semejante hipótesis, el único desenlace imaginable hoy sería una derrota aplastante de la burguesía venezolana y una radicalización extrema de la Revolución.
Estados Unidos, claro está, no cejará en su plan contrarrevolucionario a escala regional. Por eso mismo, Venezuela continuará siendo el centro de la lucha antimperialista y anticapitalista en el hemisferio. El Alba será la instancia decisiva para avanzar en pos de la unión latinoamericana (como quería denominarla Chávez, en lugar de la equívoca “integración”). Y a la par del eventual desenvolvimiento de Celac, Unasur y Mercosur, se replanteará en escala mayor y perentoria, en toda América Latina y particularmente en Ecuador, Bolivia, Argentina, la necesidad de emular a Venezuela construyendo partidos de masas, plurales, democráticos, socialistas y revolucionarios, capaces de aunar su estrategia regional y mundial en una organización internacional.
Ése es el legado de Chávez. Millones lo tomaremos para llevarlo a la victoria. Descansa en paz hermano, compañero querido, comandante del próximo período de luchas y victorias.