Quienes escriben los discursos de Joe Biden tuvieron una difícil tarea aquella noche del 7 de febrero: ¿cómo puede el fracaso casi total del gobierno transformarse en una historia de celebración por las promesas cumplidas? Como era de esperarse, distorsiones y omisiones se multiplicaron en el monólogo de Biden.
Biden dijo: “mi plan económico es invertir en los lugares y personas que han sido olvidadas”. Sin embargo, de haber tenido tal apreciación sobre la profundidad de las dificultades enfrentadas por el pueblo trabajador, los cursos de acción del gobierno habrían sido totalmente diferentes en estos dos años.
Los supuestos logros promocionados por Biden en la noche del 7 de febrero son, de hecho, expresión de su tendencia a comprometerse, retroceder y rendirse frente a las fuerzas de derecha, siempre y cuando no hayan estado ya de acuerdo desde el principio. Tomemos el proyecto de ley de infraestructura como ejemplo. Esta legislación asigna recursos para proyectos de gran necesidad y crea una cantidad sustancial de empleos. A su vez, en su primer ingreso al Congreso, las medidas de infraestructura, las que ya contaban con gran apoyo de congresistas, incluidas las y los republicanos, estaban atadas con una propuesta de ley que realizaba una expansión importante de los programas sociales para enfrentar la desigualdad y la pobreza. En lugar de presionar a las y los derechistas a elegir entre detener el gasto en infraestructura que tanto anhelaban o aceptar las medidas progresistas que rechazaban, Biden rápidamente se rindió y presentó las medidas por separado.
Como consecuencia, el proyecto de ley “Reconstruir Mejor”, el que habría implicado la mayor expansión de programas sociales de esta generación, se derrumbó. La licencia parental garantizada no pasó. Las universidades comunitarias no se volvieron gratuitas y no hubo subsidios para cubrir los gastos de cuidado de las y los niños de madres y padres que trabajan. Los pagos del crédito tributario por hijo se terminaron. Las reparaciones de vivienda pública siguen estando irremediablemente atrasadas. Se archivó un ambicioso plan para transformar la red eléctrica del país con una inversión de cientos de miles de millones de dólares en energías renovables. A pesar de su importancia, la expansión de caminos y puentes no puede cubrir un fracaso de tales dimensiones.
Vemos un escenario similar en el frente de la salud. En medio de la pandemia de COVID-19 que cobró cientos de miles de vidas bajo el gobierno de Biden, la urgencia de establecer la atención médica universal nunca había sido más clara. En lugar de enfrentarse a la codicia de las compañías de seguros y grandes farmacéuticas, Biden se contentó con nuevas regulaciones que ponen un límite a las corporaciones en la determinación de precios de medicamentos vitales para las personas. Sin embargo, la reducción del precio de los medicamentos que Biden presentó con tanto entusiasmo no es tan impresionante y ya se encontraba en marcha. Debido a la Ley de Reducción de la Inflación del año pasado, a partir de 2026, Medicare podrá negociar con las corporaciones farmacéuticas el precio de 10 medicamentos inicialmente y luego de 20.
En este camino por proteger el derecho a obtener ganancias como mejor les parezca, Biden está dando premios de consuelo a los capitalistas del sector salud. Al poner fin oficialmente a la emergencia nacional por COVID declarada en mayo, Biden está creando una situación en la que muchos podrían perder el acceso a pruebas, vacunas y tratamientos gratuitos desde su hogar. ¡Pfizer ya anunció un precio de entre 110 y 130 dólares por dosis de la vacuna! Además, Biden puso a uno de los suyos, Jeff Zients, a cargo de las operaciones diarias de la Casa Blanca. Zients, quien asumió el cargo de Jefe de Gabinete de Biden el 8 de febrero, se hizo rico dirigiendo dos empresas de consultoría que asesoraban a empresas de la salud sobre cómo obtener aún mayores ganancias del cuidado de enfermos y lesionados.
Desde la última vez que Biden dio el discurso del Estado de la Unión, la Corte Suprema dio un golpe histórico a la igualdad de las mujeres y eliminó el derecho al aborto a nivel federal. Si bien Biden estaba deseoso de ganar puntos políticos aquella noche al resaltar lo fuera de sintonía que están las opiniones de la derecha con la mayoría del país, él se mantuvo completamente inmóvil cuando pudo actuar y revertir la decisión de la autoridad judicial.
Cuando la Corte Suprema revocó Roe vs Wade, una respuesta pudo haber sido sacar el asunto de las manos de la corte y promulgar una ley federal que garantizara el derecho al aborto. Si estaban tan dispuestos a terminar con la regla antidemocrática de “obstrucción” (filibusterismo), las y los demócratas pudieron haber pasado dicha ley en el Congreso sin necesitar de ningún voto republicano. Esto ya ha ocurrido en varias ocasiones, donde las y los demócratas han tenido control total del gobierno federal para hacerlo. Biden mismo ha estado en el Congreso todo este tiempo, asumiendo su posición en el Senado el mismo año que la decisión de Roe en 1973.
A falta de esta alternativa, Biden podría haber tomado medidas ejecutivas audaces en respuesta a la escandalosa decisión de Dobbs de la Corte Suprema. Esto habría podido incluir clínicas de aborto en tierras federales en Estados que han promulgado prohibiciones, o declarar una emergencia de salud pública que pasaría por alto la Enmienda Hyde contra las y los trabajadores, permitiendo que los fondos de Medicaid puedan cubrir el costo de los abortos. En vez de enfrentar el problema, Biden y el resto de las y los demócratas se contentaron con usar el derecho al aborto como una herramienta retórica para movilizar a sus electores.
Algunas de las mentiras más indignantes del discurso de Biden se relacionan con temas internacionales. Biden presentó la guerra proxy en Ucrania como un acto de “defensa de la democracia”. Sin embargo, en vez de donar $100 mil millones de dólares de las y los contribuyentes a productores de armas para llevar al mundo al borde de una guerra nuclear, este dinero debió haber sido usado para enfrentar la crisis inflacionaria y dar un alivio a las y los trabajadores que deben sufrir las alzas del costo de la vida.
Biden también incluyó en su discurso una dosis considerable de miedo dirigido contra China. En vez de buscar paz y cooperación entre las dos potencias más importantes del globo, Biden nos está llevando a una nueva Guerra Fría que amenaza al mundo con el desastre. Toda la palabrería de las élites políticas del supuesto peligro presentado por China es una excusa para justificar el presupuesto de un trillón de dólares al año para la guerra, dinero que podría ser usado para las reales amenazas que enfrenta el pueblo como el hambre, las alzas en los arriendos y el colapso de escuelas.
Para el pueblo trabajador, la presidencia de Biden ha significado un fracaso total. El hecho de que las y los republicanos son aún peores o de las escasas migajas entregadas por las escuálidas reformas de la administración Biden, no debería distraernos de esta verdad fundamental.