Foto: Trump siendo sacado del escenario por agentes del Servicio Secreto el 13 de julio. Crédito: C-SPAN
El 13 de julio, la situación política en Estados Unidos se transformó en un instante cuando un hombre armado le disparó a Donald Trump mientras pronunciaba un discurso en el escenario de un mitin en el condado de Butler, Pensilvania.
La situación aún está evolucionando, pero el impacto político inicial es altamente favorable para Trump. Instruyendo a su destacamento del Servicio Secreto para que hiciera una pausa mientras lo evacuaban del escenario, Trump puso un puño en alto y gritó a la multitud: “¡Luchen!” —creando instantáneamente imágenes icónicas que hacen ver a Trump como heroico y fuerte—. El contraste entre su imagen (autocreada y falsa) como luchador imparable y la debilidad de Biden nunca ha sido mayor.
Inmediatamente después del tiroteo, la campaña de Biden suspendió sus anuncios de campaña. Prácticamente todos los principales funcionarios electos del Partido Demócrata se apresuraron a expresar su simpatía por Trump y desearle una pronta recuperación. Una variedad de líderes corporativos, quizás viendo la victoria de Trump como inevitable, emitieron declaraciones en apoyo del candidato.
El principal argumento que tenía el Partido Demócrata en la campaña hasta ahora era que Trump era un aspirante a dictador y mentiroso patológico que representaba una amenaza existencial para la democracia. Instantáneamente abandonaron esta narrativa en nombre de “la unión” y de “atenuar la retórica”. Lo más lejos que llega Biden ahora es decir que Trump tiene una “visión diferente” para el país.
La derecha, por otro lado, inmediatamente entró en la ofensiva. J. D. Vance, un contendiente a la vicepresidencia, culpó directamente a la retórica de Biden por el tiroteo. Donald Trump Jr. dijo inmediatamente después del tiroteo que su padre “nunca dejará de luchar para salvar a Estados Unidos, sin importar lo que la izquierda radical le arroje”. No hay indicios de que la “izquierda radical” haya tenido nada que ver con esto, ya que el tirador mismo era un republicano registrado, pero tales comentarios han saturado el ecosistema político de extrema derecha. Están destinados a silenciar a los críticos liberales de Trump, para que no se los vea apoyando la violencia. Esta retórica también sienta las bases y crea un pretexto para una nueva ola de represión, ya sea bajo una segunda presidencia de Trump o incluso ahora bajo Biden.
La Casa Blanca ya ha señalado que Biden planea emprender una nueva ofensiva política esta semana contra los campamentos universitarios en solidaridad con Palestina como ejemplo de “extremismo violento”. Esto es absurdo. Los campamentos se lanzaron para detener la violencia genocida contra el pueblo palestino; los manifestantes estudiantiles no han atacado a nadie y, de hecho, ellos mismos han sido blanco de la violencia.
Trump se dirige a Milwaukee para la Convención Nacional Republicana. Su discurso en la convención marcará la pauta para la próxima fase de la campaña. Según los informes, Trump está reescribiendo su discurso, que originalmente había sido un ataque total contra Biden, para centrarse más en temas de unidad nacional. Con los principales capitalistas extendiéndole una rama de olivo, Trump podría calcular que su mejor movida sería moverse en una dirección “moderada” y demostrar a sus compañeros miembros de la élite ultrarrica que puede ser una figura unificadora, “presidencial” y la fuerza actual del Imperio. Trump no tiene una ideología fija y solo se preocupa por su imagen y legado.
En otra señal de que estaba surgiendo un consenso de élite en torno a Trump como próximo presidente, el juez del caso penal de documentos clasificados contra Trump desestimó repentinamente todos los cargos dos días después del intento de asesinato. Dentro de poco, un juez de D. C. tendrá que decidir si otros cargos relacionados con el complot para anular las elecciones de 2020 pueden avanzar a la luz del fallo de la Corte Suprema sobre la inmunidad presidencial.
Falso pacifismo y un nuevo ciclo de violencia política
“No hay lugar en Estados Unidos para este tipo de violencia”, dice Joe Biden. “Sin excepción”. Es importante no perder de vista la extrema hipocresía de las poderosas figuras que ahora emiten condenas generales de la violencia.
Las mismas personas que están tan horrorizadas de que alguien le dispare a un político no se inmutaron ante la noticia el mismo sábado por la mañana de que aviones de combate israelíes acababan de matar a 90 civiles palestinos en un intento fallido de asesinar a un líder de la resistencia en Gaza. Normalizan y defienden toda la violencia llevada a cabo por el Estado, ya sea en vecindarios oprimidos dentro de Estados Unidos, en la frontera entre Estados Unidos y México o en el extranjero. Pero luego se dan la vuelta y dicen: “La violencia nunca ha sido la respuesta”.
Todos los políticos que de repente se han convertido en pacifistas por un fin de semana realmente no lo son de verdad. Solo se preocupan por su propia seguridad y por la de nadie más.
Más que nada, les preocupa una nueva ola de violencia política que podría desestabilizar su gobierno. Contrariamente a las afirmaciones de Biden de que tal violencia política es “inaudita”, los líderes de la clase trabajadora y los líderes de los movimientos sociales han sido blanco de la violencia a lo largo de la historia de Estados Unidos. También ha habido períodos en la historia de Estados Unidos en los que la violencia y el asesinato han sido los métodos utilizados para resolver disputas dentro de la clase dominante. La Guerra Civil estadounidense se produjo después de años de escalada de violencia política. Un siglo después, los asesinatos de John F. Kennedy y Robert F. Kennedy en 1963 y 1968 reformaron profundamente las campañas presidenciales que estaban en marcha en cada una de esas instancias. Luego vino el tiroteo que dejó paralizado a George Wallace en las elecciones de 1972, una elección en la que también el presidente Nixon ordenó el allanamiento de las oficinas de la Convención Nacional Demócrata. La destitución de Nixon y el posterior nombramiento de un presidente y vicepresidente no electos, Gerald Ford y Nelson Rockefeller, coronaron este período de extrema inestabilidad en la clase dominante y, para ponerle fin, Nixon fue indultado en nombre de la “unidad nacional”.
En períodos de gran agitación nacional e internacional, la tendencia a resolver las luchas dentro de la clase dominante utilizando la violencia se fortalece, al igual que la tendencia a utilizar la violencia contra el pueblo.
Para que no lo olvidemos: de 2017 a 2020, los líderes del Partido Demócrata intentaron deshacer las elecciones de 2016 con la falsa conspiración conocida como Russiagate, afirmando que Trump fue electo debido a la interferencia rusa en las elecciones. Desde el primer día de la presidencia de Trump, los líderes del Partido Demócrata y sus partidarios buscaban destituirlo por ser un “títere” de Putin. Luego, a su vez, Trump intentó invalidar las elecciones de 2020 movilizando fuerzas fascistas para apoderarse del Capitolio en el momento en que se iba a ratificar la votación. Y entre estos dos eventos, hubo un levantamiento masivo contra el asesinato policial de civiles desarmados, durante el cual se llamó a la Guardia Nacional, los alcaldes demócratas cumplieron con Trump para imponer toques de queda y realizar arrestos masivos, y Trump hasta invocó la Ley de Insurrección y llamó a los militares a ocupar ciudades en Estados Unidos. Vaya inestabilidad.
De cara a las elecciones de 2024, sigue existiendo el mismo potencial explosivo en torno a las elecciones y la transferencia de poder. Las crisis sociales subyacentes —destrucción de empleos, destrucción climática, confrontación militar, violencia estatal, crisis del costo de la vida, etc.— no pueden ser resueltas por ninguna facción de la clase capitalista. Ninguna de las partes puede controlar a los dos ególatras que las dirigen. La tasa de confianza en el Congreso, la Casa Blanca y la Corte Suprema está en mínimos históricos. Ya hay cientos de millones de armas en circulación entre la población. El país parece estar en curso de colisión. No es de extrañar que la clase dominante este diciendo: “Calma”.
Todo esto es más importante que con quién, si es que alguien, estaba conectado políticamente el tirador. Las teorías ya abundan, y ahora habrá investigaciones exhaustivas por parte de múltiples ramas del gobierno con intereses políticos contradictorios. Existe una intensa especulación sobre cómo el pistolero pudo colocarse tan cerca del escenario y por qué la policía no lo detuvo. Algo de eso puede aclararse en las próximas semanas, pero también puede seguir siendo un misterio. En lugar de centrarse en eso, los trabajadores con conciencia de clase deberían prestar más atención a cómo la clase dominante utilizará políticamente este intento de asesinato en el corto plazo.
Debe haber verdadera unidad de la clase trabajadora, ¡no unidad con la clase dominante!
Los demócratas ahora quieren invocar la “unidad” y el patriotismo estadounidense para silenciar las críticas a las instituciones cuya legitimidad ha estado disminuyendo rápidamente. Los republicanos también hablan de unidad y se envuelven en la bandera, pero quieren usar este evento para destruir cualquier oposición a su agenda radical procorporativa.
Dejando a un lado la hipocresía de los políticos de élite, están jugando con el sentimiento sincero que comparte mucha gente de clase trabajadora de que existe una división profunda en Estados Unidos que puede tener consecuencias peligrosas. La gente desea la paz sobre la inestabilidad, unidad sobre división. La pregunta, entonces, es ¿cuál es la respuesta a la “polarización”?
Los socialistas desean la unidad de la clase trabajadora, pero no la unidad con la pequeña clase multimillonaria que ha duplicado sus ganancias en los últimos cuatro años explotando a personas de todo perfil. El problema no es que la gente esté polarizada políticamente, sino que estamos polarizados por razones totalmente equivocadas.
Las personas de clase trabajadora que votan por Biden o por Trump, o por ninguno de los dos, tienen más en común de lo que piensan. Comparten las mismas dificultades para pagar la renta, la hipoteca, un tanque de gasolina y una docena de huevos mientras lidian con salarios estancados, jefes irrespetuosos, escuelas decrépitas, cuidado infantil exorbitante y compañías de seguro parasitarias. Casi no tienen voz democrática en nada de eso. Por lo general, querrían no involucrarse en las guerras en el extranjero y preferirían que el dinero de sus impuestos se utilizara para construir comunidades más fuertes.
Pero ambos partidos, que representan a dos facciones de la misma clase dominante, mantienen intencionalmente a la clase trabajadora dividida en diferentes bloques políticos, en la ficción de “azul contra rojo” para que cada uno pueda movilizarse más fácilmente a favor de sus respectivos gobernantes, en lugar de contra su enemigo común. Respaldadas por poderosas instituciones de medios que constantemente producen contenido, ambas facciones inventan amenazas existenciales que le atribuyen a la otra y generan puntos de división para mantener a los trabajadores separados y votando por miedo. Los líderes republicanos son, por supuesto, menos sutiles en sus apelaciones culturales al racismo, el sexismo y la xenofobia. Los líderes demócratas, por el contrario, usan un lenguaje “políticamente correcto” para expresar simpatía por ciertas comunidades, mientras no hacen nada por ellas y, en cambio, protegen el mismo sistema de explotación e imperialismo.
A pesar de toda la dura retórica que los dos partidos usan uno contra el otro, ¡la verdad es que apenas son diferentes! En la mayoría de los temas que son importantes para la clase capitalista, están en el mismo equipo. Trabajan para los mismos cabilderos y bancos, promulgan las mismas políticas de vigilancia masiva contra todos nosotros y trabajan juntos para financiar y armar a Israel, Ucrania y contratistas militares. Ambos trabajan para mantener a terceros fuera de la boleta electoral y de los debates. Ambos usan de chivo expiatorio a los inmigrantes por la disminución de los servicios. Ninguno de los dos lucha por los trabajadores. Nuestros problemas no se resolverán cuando estos dos partidos estén más “unidos”. Funcionalmente ya son lo mismo.
Mientras continúe este engaño, y mientras los trabajadores tengan que luchar entre ellos por las sobras que deja la clase multimillonaria, inevitablemente habrá innumerables puntos de división y conflicto. La base para una amplia unidad de la clase trabajadora es un programa que abogue por quitarle el poder a Wall Street y al Complejo Militar Industrial, y usar la riqueza del país para construir viviendas, proveer atención médica, educación y empleos bien remunerados, al tiempo que rechace todas las formas de odio e intolerancia.
Desde su fundación, un pequeño grupo de capitalistas ricos ha mantenido el poder político en este país. Durante más de 150 años, han mantenido este control del poder a través de dos partidos de la clase dominante. La gran mayoría, aquellos cuyo trabajo crea toda la riqueza real de la sociedad, no tienen ningún poder político y solo se les permite participar como partidarios de uno de los dos partidos que no representan sus necesidades e intereses o como espectadores de un sistema dominado por las grandes empresas. Esto es una plutocracia, no una democracia. Biden le dice al pueblo que Trump es el problema. Trump dice que Biden es el problema. El verdadero problema es que los bancos, corporaciones y medios de comunicación capitalistas más grandes tienen un poder dictatorial sobre la sociedad, el gobierno y sus políticas. Podemos crear una democracia real en Estados Unidos poniendo fin al dominio absoluto del poder político y económico de los bancos y corporaciones de Wall Street y sus títeres en el gobierno.