La crisis en Ucrania se ha intensificado dramáticamente en el transcurso de la última semana, culminando ayer con el reconocimiento de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk por parte de Rusia y el posterior despliegue de tropas rusas en estas zonas. En este momento, Estados Unidos y las potencias europeas están desplegando sanciones contra Rusia, incluyendo la suspensión del gasoducto NordStream 2 por parte de Alemania. Hasta ahora, las sanciones anunciadas por la administración de Biden están especialmente orientadas al sector financiero, sancionando a dos importantes bancos rusos y prohibiendo la compra de deuda pública rusa a personas e instituciones estadounidenses. Estos mismos Estados siguen amenazando con desencadenar sanciones “sin precedentes” en caso de una nueva escalada, cuyo objetivo sería aislar al país de la economía mundial y causar un enorme sufrimiento para los ciudadanos rusos. Incluso, muchas figuras de las clases dominantes de Estados Unidos exigen que tales sanciones se impongan ahora ya de manera preventiva.
Anoche se celebró una sesión de emergencia del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en la que Estados Unidos y sus aliados condenaron a Rusia mientras que el representante ruso defendió sus acciones. El representante de China declaró: “Todas las partes implicadas deben actuar con moderación y evitar cualquier acción que pueda alimentar las tensiones. Damos la bienvenida y alentamos todos los esfuerzos hacia una solución diplomática y hacemos un llamado a todas las partes implicadas para que continúen el diálogo y las consultas y busquen soluciones razonables para abordar las preocupaciones de cada uno sobre la base de la igualdad y el respeto mutuo.” India, que mantiene una estrecha relación con Rusia, también emitió una declaración neutral en el Consejo de Seguridad. Los gobiernos de Siria y Nicaragua han apoyado la medida de Rusia.
El gobierno de Estados Unidos condenó el reconocimiento de Donetsk y Lugansk como una violación de la soberanía de Ucrania, considerando el despliegue de soldados rusos como una ocupación extranjera del territorio ucraniano en contra de los deseos del gobierno. Es difícil imaginar una posición más hipócrita viniendo del país más perverso del mundo, con sus constantes invasiones y ocupaciones de otras naciones. Ahora mismo en Siria, por ejemplo, el Pentágono tiene soldados desplegados en zonas del norte controladas por los separatistas, a pesar de la clara oposición del gobierno reconocido internacionalmente. Aquello es exactamente lo mismo que lo que los Estados Unidos acusan a Rusia de estar haciendo en Ucrania.
Desde la desintegración de la Unión Soviética y del campo socialista de Europa del Este, la alianza militar imperialista de la OTAN se ha expandido de forma estable hacia el este, absorbiendo 14 estados anteriormente socialistas entre 1999 y 2020. Tres de estos países, Letonia, Lituania y Estonia, eran antiguas repúblicas de la propia Unión Soviética. La expansión de una alianza militar hostil hasta la frontera con Rusia se considera con justa razón una amenaza extrema. No obstante, lo peor de todo sería que Ucrania también se uniera a la OTAN. Ucrania era la segunda república más grande de la Unión Soviética después de Rusia, comparte una frontera de 1.200 millas con dicho país y ha sido históricamente una ruta de invasión a territorio ruso para los ejércitos de Europa occidental. El gobierno llevado al poder por el golpe de Estado de 2014 en Ucrania estaba decidido a entrar a la OTAN, pues Estados Unidos y sus aliados habían proporcionado apoyo militar, económico y diplomático al golpe de Estado.
Las causas inmediatas de la crisis actual se remontan a dicho golpe, el que derrocó al gobierno de Viktor Yanukóvic, quien seguía una política exterior neutral que buscaba relaciones positivas tanto con Rusia como con Occidente. En 2013, un movimiento de protesta surgió con el pleno respaldo de Estados Unidos. La alta funcionaria de su Departamento de Estado, Victoria Nuland, llegó a ir a una protesta y repartir galletas a los manifestantes antigubernamentales. Varias semanas después, se filtró una conversación entre Nuland y el embajador de Estados Unidos en Ucrania, Geoffrey Pyatt, en la que Nuland y Pyatt discutían en detalle qué figuras de la oposición y cuál papel debían desempeñar en un futuro gobierno ucraniano.
El golpe definitivo al gobierno de Yanukóvich lo asestaron en febrero de 2014, cuando las fuerzas paramilitares neonazis asaltaron el palacio presidencial. Tras el golpe, las fuerzas políticas abiertamente pro-nazis crecieron rápidamente y ascendieron a posiciones de gran influencia en el Estado. Junto con otras fuerzas del nuevo gobierno ucraniano, defendieron una política virulentamente anti Rusia y una hostilidad hacia la población étnicamente rusa de Ucrania, la cual está concentrada en el este del país. Tras rechazar la autoridad del nuevo régimen de Kiev, un movimiento separatista en las provincias orientales de Donetsk y Lugansk surgió, el que declaró la independencia e inició una lucha armada. La fase más intensa de esta lucha armada terminó con la firma de los Acuerdos de Minsk a finales de 2014, aunque violaciones relativamente menores del alto al fuego siguieron produciéndose. Sin embargo, los acuerdos que exigían un diálogo nacional y la concesión de poderes autónomos a las autoridades locales de Donetsk y Lugansk nunca fueron aplicados en su totalidad y el conflicto siguió.
En las últimas semanas, el gobierno de Estados Unidos redobló esta conducta provocadora. Emitió constantes predicciones de una inminente invasión rusa junto con estimaciones apocalípticas de víctimas sin aportar pruebas. Al mismo tiempo, Estados Unidos y sus aliados amenazaron con una guerra económica total para devastar a Rusia en caso de una intervención. Las demandas principales de Rusia, como el compromiso de no incorporar a Ucrania a la OTAN y dejar de enviar armamento pesado apuntando a Rusia, fueron calificadas de “no razonables”. Esto fue diseñado para arrinconar a Rusia, poniéndola en una posición en la que, o bien toma medidas militares, o es empujada hacia atrás, de manera humillante, por la amenaza de sanciones de Occidente. A partir de la semana pasada, las violaciones del alto el fuego se intensificaron, con el ejército ucraniano lanzando descargas de artillería y otros ataques contra Donetsk y Lugansk. A medida que se desarrollaba la crisis, el objetivo claramente declarado de Rusia era dar inicio a un diálogo entre ella y Occidente para establecer un nuevo marco de seguridad para Europa que incorporara los intereses de Rusia.
Alcanzar un acuerdo diplomático de este tipo es la única manera de lograr una paz estable en Europa del Este y de evitar los estragos de la guerra a sus pueblos. Cualquier otro intento del imperialismo estadounidense de inflamar la situación corre el riesgo de provocar una catástrofe para las clases obreras de Rusia, Ucrania, Estados Unidos y el mundo entero.
Putin anuncia el reconocimiento
Al reconocer oficialmente a Donetsk y Lugansk ante Rusia y el mundo, ayer, el presidente Vladimir Putin pronunció un discurso de alto nivel poco antes de dar la orden de desplegar las tropas. Habló tanto de la situación geopolítica actual como de las circunstancias que llevaron a la creación del Estado ucraniano moderno.
Gran parte del discurso se centró en falsedades de la historia de la política soviética relativas a la autodeterminación nacional y la estructura federativa de la URSS. Para apoyar la tesis de que “Ucrania no es sólo un país vecino para nosotros, sino que una parte inalienable de nuestra propia historia, cultura y espacio espiritual”, Putin argumentó que una política equivocada de los bolcheviques en la época de la Revolución Rusa puso en marcha la cadena de acontecimientos que produjo el actual Estado ucraniano. En particular, destacó el papel de Vladimir Lenin, afirmando que “la Ucrania soviética es el resultado de la política de los bolcheviques y puede llamarse con razón ‘la Ucrania de Vladimir Lenin’”. Putin afirmó que esto “comenzó prácticamente después de la revolución de 1917, y Lenin y sus asociados lo hicieron de una manera extremadamente dura para Rusia: separando, cortando lo que es históricamente tierra rusa.” También criticó “las ideas de Lenin de lo que en esencia era un acuerdo de estado confederativo y un eslogan sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación hasta la secesión”.
Sin embargo, en realidad, la política promovida por Lenin fue la piedra angular que mantuvo relaciones pacíficas y unidad entre los pueblos de la Unión Soviética desde la Revolución Rusa hasta el comienzo del colapso de la URSS. Al organizar el nuevo Estado socialista según las líneas del derecho de autodeterminación, Lenin estaba asestando un golpe a lo que se denominó el “chovinismo de la Gran Rusia”: la dominación del Estado ruso y de la nacionalidad rusa en el territorio del imperio recién derrocado. Junto con la transferencia administrativa de territorios, la política leninista era una forma de garantizar que los pueblos del recién formado Estado socialista pudieran convivir en paz e igualdad, sustituyendo la brutal dominación característica del régimen del Zar. El principio de autodeterminación sentó las bases de la unidad multinacional, constituyendo los fundamentos de los grandes éxitos de la Unión Soviética; por ejemplo, los 4,5 millones de ucranianos lucharon junto a los rusos para derrotar al fascismo en la Segunda Guerra Mundial.
La aplicación de la política soviética sobre la cuestión nacional fue un proceso extremedamente complejo que tuvo lugar en un periodo de profunda agitación y guerra civil. En la guerra de 1917-1922 que siguió a la Revolución Bolchevique, el gobierno soviético intervino contra fuerzas que se organizaban en torno a la bandera de la independencia nacional rusa cuando esta demanda se había fundido con la contrarrevolución capitalista. Incluso después de la conclusión de la guerra civil, la lucha relacionada con la cuestión nacional continuó. Mientras millones de ucranianos luchaban en el Ejército Rojo contra el fascismo, otros que se oponían al sistema socialista, por ejemplo, luchaban en unidades organizadas por las SS nazis que estaban comprometidas con el genocidio contra los judíos ucranianos, los rusos y cualquiera que se opusiera al fascismo.
De no ser por la política de Lenin en esta cuestión, la notable transformación de Rusia -que pasó de ser una “cárcel de naciones” en la que los pueblos oprimidos sufrían bajo el dominio chovinista del zar ruso a ser una federación con derechos consagrados para cada república- habría sido imposible.
Al contrario de lo que afirma Putin, no fueron “las odiosas y utópicas fantasías inspiradas por la revolución” las que llevaron al colapso de la Unión Soviética. Si bien es cierto que los movimientos nacionalistas reaccionarios que surgieron en la URSS en la década de 1980 “no se basaban en ninguna expectativa o sueño incumplido de los pueblos soviéticos, sino principalmente en los apetitos crecientes de las élites locales”, la culpa última de la destrucción de la Unión Soviética recae, con razón, sobre los hombros de la facción restauradora capitalista dentro del Partido Comunista de la Unión Soviética. De hecho, fue el presidente ruso, Boris Yeltsin, quien disolvió ilegal y unilateralmente la URSS en 1991 al firmar los “Acuerdos de Belovesh”.
La desintegración y el derrocamiento de la URSS fue el mayor revés de la historia para la clase obrera, como en Rusia y Ucrania, y para el movimiento de todo el mundo que lucha por la independencia del colonialismo y el imperialismo. Siendo el producto del primer esfuerzo de la clase obrera por construir el socialismo, la URSS, por supuesto, también enfrentó muchos defectos y problemas. Todos los socialistas esperamos que las relaciones pacíficas entre los pueblos de la antigua Unión Soviética se restablezcan, una paz que la restauración del capitalismo rompió.
La OTAN es la agresora
Aparte de la cuestión de la etnia y nacionalidad en los Estados de la antigua Unión Soviética, existe una clara justificación geopolítica de por qué Rusia se siente existencialmente amenazada por las acciones de Occidente en Ucrania. La difícil situación de los rusos étnicos que sufren bajo el yugo del gobierno nacionalista de Ucrania es un factor importante en la toma de decisiones de Rusia, pues genera presiones políticas internas importantes sobre el gobierno ruso para que actúe con decisión. Sin embargo, la principal preocupación geopolítica que motiva a Rusia es la expansión de la alianza militar de la OTAN.
La propia existencia de la OTAN supone una grave amenaza para la paz en todo el mundo. La OTAN se creó en 1949, al comienzo de la Guerra Fría, con el propósito de agrupar a todas las grandes potencias imperialistas en preparación de una futura guerra para destruir a la Unión Soviética. Desde la caída de la URSS, se ha reorientado como una alianza antirrusa en consonancia con la doctrina de “competencia de grandes potencias” de Estados Unidos, quien busca una nueva Guerra Fría. También se ha utilizado para hacer la guerra a los pueblos de la antigua Yugoslavia, Afganistán y Libia. La OTAN no tiene nada de “defensiva”: es una herramienta para la guerra y la agresión.
La abolición de la OTAN resolvería las tensiones explosivas en Europa del Este y representaría un paso histórico hacia la paz mundial. No hay ninguna razón legítima para que este bloque exista. Ninguna nación amenaza con atacar a Estados Unidos y Europa Occidental, ni podría suponer una amenaza realista de este tipo. La OTAN es un pilar clave de un orden mundial injusto dominado por el imperialismo estadounidense, un orden mundial cada vez más intolerable para los países de todo el mundo.