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¿Cuáles son los paralelos entre los motines fascistas en el Reino Unido y el auge de la ultraderecha en Estados Unidos?

Partidarios de Trump antes de irrumpir en el edificio del Capitolio el 6 de enero de 2021. Crédito: Flickr / Brett Davis (CC BY-NC 2.0)

El 29 de julio, un trágico apuñalamiento múltiple que dejó muertas a tres niñas en Southport, Inglaterra, provocó conmoción y angustia en todo el Reino Unido. Mientras los residentes de Southport lamentaban el fallecimiento de Bebe King, de seis años, Elsie Dot Stancombe, de siete, y Alice Dasilva Aguiar, de nueve, en una vigilia la noche siguiente, las teorías de conspiración sobre la supuesta identidad del atacante ya circulaban en las páginas de Internet de derecha.

Miembros de la comunidad de Southport afirman que su dolor fue “secuestrado” por fuerzas de la ultraderecha, quienes inmediatamente crearon una narrativa falsa de que el atacante era un solicitante de asilo musulmán sirio que había ingresado recientemente al país. Se produjo indignación y motines entre un grupo pequeño pero galvanizado de los llamados “manifestantes antiinmigrantes” en Southport que se reunieron el 30 de julio para atacar una mezquita local. Con la esperanza de frenar la violencia, un juez tomó el paso inusual de revelar que el atacante era en realidad un ciudadano británico de 17 años nacido en Cardiff, Gales, de padres cristianos que se habían mudado al Reino Unido desde Ruanda.

La información no detuvo los motines.

Aunque los medios británicos y estadounidenses se han referido a los perpetradores de estos motines como “manifestantes probritánicos”, sus acciones hasta ahora podrían ser mejor descritas como terrorismo doméstico: han roto ventanas de mezquitas con ladrillos, gritado consignas antiislámicas, prendido fuego a automóviles, atacado tanto a residentes locales como a policías, e intentar destruir las casas de solicitantes de asilo. Un video viral mostró a una turba moderna de linchadores atacando al azar a un hombre negro en la calle a plena luz del día. Grupos de Internet de derecha han compilado una lista de más de 30 ubicaciones asociadas con el sistema de migración británico para atacar, y muchos amotinados incluso intentaron prender fuego a un hotel local que albergaba a inmigrantes en busca de asilo.

Keir Starmer, el nuevo primer ministro del Reino Unido, habló después de varios días para descartar a los amotinados como “matones de derecha” y unir una fuerza policial especial para tratar de mantener la paz. Las “protestas” también han disminuido en tamaño, ya que grupos antirracistas, iglesias y comunidades enteras se han estado movilizando rápidamente para llevar a cabo contraprotestas, a menudo asegurando que los motines no puedan materializarse. Pero a falta de una respuesta contundente del Estado, los amotinados tenían otras 40 acciones previstas para el 10 de agosto. Aún no ha surgido evidencia de que el atacante original tuviera alguna conexión con el Islam o el sistema de inmigración británico.

Varios políticos y medios de comunicación británicos han tratado de culpar a las empresas de redes sociales, alegando que tales disturbios son simplemente una “externalidad negativa de las redes sociales”. Starmer subió al podio una vez más el viernes, 9 de agosto para exigir una investigación más profunda de las plataformas de redes sociales del país y su papel en la difusión de desinformación y contenido racista. Aunque es una crítica verdadera y justa que los ejecutivos de las redes sociales priorizan las ganancias generadas por el contenido inflamatorio por sobre la seguridad pública —como lo demuestra el algoritmo de la plataforma “X” que recomienda la identidad falsa del atacante a sus usuarios— un creciente sentimiento de ultraderecha en la sociedad occidental es la razón principal de este caos.

Cuando la victoria de Starmer devolvió el poder parlamentario al Partido Laborista en las elecciones de 2024, muchos medios de comunicación liberales anunciaron su victoria como un triunfo sobre el fascismo, ya que el Partido Conservador perdió casi el 20% de la participación de votos que tenía en 2019. Pero lo que muchas encuestas y expertos olvidan mencionar es que Reform U. K., el partido nacionalista británico de extrema derecha, obtuvo un aumento de participación del 12,3% en el mismo período de tiempo, y ahora representa el 14,3% del total de votos.

Paralelos en la violencia de la ultraderecha

Este giro a la derecha refleja el panorama político en Estados Unidos. En muchos sentidos, la creciente influencia de Reform U. K. refleja el mismo cambio en los votantes conservadores que provocó que los republicanos anteriormente “moderados” se unieran al campo de Donald Trump y su discurso abiertamente racista. Pero los sentimientos racistas de estos amotinados —como los de Southport, los que irrumpieron en el Capitolio de EE. UU. el 6 de enero de 2021 y como los de Charlottesville, Virginia en 2017— no son generalizados entre la población. Simplemente son altamente visibles. Y la perpetración de tales ideas racistas se debe, en parte, al fracaso de las figuras mediáticas, las organizaciones y medios liberales dominantes en reconocer esta distinción.

Tomemos, por ejemplo, a Kamala Harris: como presunta candidata presidencial por el Partido Demócrata, Harris ha abrazado con orgullo la política fronteriza del sur de Estados Unidos del presidente Joe Biden en la campaña electoral, que fue una continuación descarada de la política de ultraderecha que Trump había implementado originalmente. Ahora Harris es la cara principal del mismo partido que en 2020 hizo campaña con promesas de “no más niños enjaulados” en la frontera como una forma de posicionarse moralmente en oposición a Trump. Sin embargo, la actual administración solo ha continuado con la política, ahora llamando a las jaulas “instalaciones de inmigración para niños”. En una reciente parada de campaña en Atlanta, Harris incluso trató tomar una posición aún más a la derecha de Trump en cuanto a la inmigración, alegando que “Donald Trump ha estado hablando mucho sobre la frontera. Pero no hace nada”.

El fracaso de los partidos liberales o los llamados “progresistas” para confrontar seriamente la violencia de ultraderecha solo ha llevado a su normalización. Los amotinados arrestados y acusados en Southport tuvieron la misma reacción que aquellos que fueron arrestados en el Capitolio el 6 de enero: confusión genuina. La falta de decoro de los amotinados —grabarse a sí mismos cometiendo crímenes, destruyendo propiedades con el rostro descubierto, etc.— apuntan a un cierto nivel de comodidad que sienten en sus expresiones de racismo. Personas que atacaron a policías por ser “traidores” el 6 de enero fueron llamados “gente muy buena” por Trump por exhibir el mismo comportamiento unos años antes en Charlottesville. Normalmente, si no es una situación de alto perfil, pueden salirse con la suya con este tipo de violencia. La violencia de derecha es altamente aceptable entre la clase dominante estadounidense.

Por el contrario, Harris ni titubeó antes de referirse a una protesta en Washington, D. C., del 24 de julio contra la visita de Netanyahu al Congreso como “vil” y “antisemita”. El genocidio del pueblo palestino llevado a cabo por Israel en Gaza es reconocido en todo el mundo como una de las crisis humanitarias más horribles, brutales e intencionales de toda la historia, sin embargo, la candidata presidencial del Partido Demócrata ha usado palabras más severas para referirse a los manifestantes que a los genocidas. Mientras tanto, una ola de violencia antiárabe está arrasando Estados Unidos como resultado directo de la política de la administración Biden-Harris de respaldar incondicionalmente a Israel.

La misma dinámica se ha desarrollado con respecto a la migración masiva tanto en EE. UU. como en el Reino Unido. Según los políticos y los medios, la responsabilidad moral y la condena recaen en los millones de migrantes que huyen de sus países por desesperación económica, y no pronuncian ni una palabra condenando a los políticos y halcones corporativos que fabricaron esa desesperación en primer lugar.

Esta contradicción moral deja al descubierto la naturaleza de la política bajo el capitalismo: los partidos liberales, incluso los supuestos “progresistas”, siempre van a ceder ante los deseos y el discurso de la derecha porque no pueden ofrecer soluciones reales. Una solución real y progresista atacaría la raíz del problema: detener el imperialismo en el extranjero que crea las condiciones para la migración. Al mismo tiempo, invertir en las comunidades domésticas y garantizar que se satisfagan las necesidades de todes a través de un sistema socialista comenzaría a disolver las tensiones que conducen a la violencia racista sobre la falsa premisa de que hay escasez de recursos. Estados Unidos y el Reino Unido son dos de los países más ricos del planeta, y ambos tienen recursos más que suficientes para absorber adecuadamente el influjo de migrantes económicos.

Pero cuando las soluciones reales son reemplazadas por retórica odiosa o vacía, demuestra que las clases dominantes tanto de Estados Unidos como del Reino Unido son leales a las ganancias por encima de todo lo demás. Bajo la lógica del capitalismo, los políticos adinerados y sus cabilderos corporativos han demostrado una y otra vez que, siempre y cuando sus ganancias no se vean afectadas, están más que dispuestos a aceptar disturbios raciales, mezquitas incendiadas, migrantes desesperados y toda una serie de problemas sociales. Cuando los partidos liberales o de izquierda se niegan a adoptar una postura firme para encontrar una solución real, esencialmente están diciendo: “No hay otro camino a seguir excepto el fascismo”.

El verdadero problema: El capitalismo y el imperialismo

El repunte en la violencia de ultraderecha, especialmente contra los migrantes, sin duda continuará incrementando en países como Estados Unidos y el Reino Unido a menos que se desarrolle un movimiento de masas que sea capaz de luchar contra la verdadera fuente de sus dificultades: el capitalismo y el imperialismo. La renuencia de la clase dominante a abordar el cambio climático, la pobreza, el racismo, el imperialismo y muchos otros males sociales subraya la verdad de que están comprometidos a mantener su riqueza personal por encima del orden social. Pero existen soluciones reales a estos problemas.

Si bien quizás podamos elogiar a Starmer por las palabras relativamente duras que tuvo para los amotinados de Southport, solo en contraste con otros políticos tanto en EE. UU. como en el Reino Unido, la gente del Reino Unido sabe que esas serán solo palabras vacías hasta que no se tomen medidas concretas contra la ultraderecha. La mayoría de los residentes del Reino Unido han dejado claro a través de las contraprotestas su oposición firme al odio de la ultraderecha. Y dado a la cantidad enorme de manifestantes, las contraprotestas han podido detener los disturbios racistas incluso antes de que comiencen, con poco o ninguna violencia

Todo esto demuestra que ambos partidos de la clase dominante, ya sean liberales o conservadores, permitirán una espiral hacia el fascismo siempre y cuando sus ganancias queden intactas, y que es el deber del pueblo trabajador construir un movimiento para encontrar otro camino.

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