Por Manuel E. Yepe
Hace 60 años fueron asesinados en silla eléctrica los esposos Ethel y Julius Rosenberg. Fue aquella la primera ejecución en la historia de Estados Unidos de civiles acusados de espionaje.
Fueron culpados de indagar y transferir información sobre el desarrollo nuclear estadounidense a la Unión Soviética, una clara manipulación típica del contexto macartista de aquella época en Estados Unidos.
La influencia de la izquierda había crecido en los difíciles tiempos de la crisis económica de los años treinta y durante la guerra contra el fascismo.
Concluida la II Guerra Mundial, el establishment (o sea, el sistema estadounidense) se esforzaba por hacer más fuerte y seguro al capitalismo en el país y construir un consenso de apoyo para que Estados Unidos, que emergía como la potencia menos afectada económicamente por el conflicto bélico y con las mejores condiciones para el desarrollo imperialista, asumiera la hegemonía efectiva en el plantea. Para ello trataba de debilitar a la izquierda y aislarla, tanto globalmente como en lo interno.
Aunque los militantes del partido comunista probablemente eran menos de cien mil en los Estados Unidos, esa organización política constituía una fuerza poderosa en los sindicatos—que entonces reunían millones de miembros—así como entre los artistas artes y la intelectualidad en general. Un crecido número ciudadanos afectados por el fracaso del sistema capitalista había asumido una actitud favorable al comunismo y el socialismo.
Al fuerte ambiente anticomunista y el miedo a un inminente enfrentamiento con la Unión Soviética estimulado por el macartismo en la sociedad estadounidense se unieron imputaciones tales como imputaciones de responsabilidad por el crecido número de bajas sufridas por Estados Unidos en la guerra que Washington libraba contra Corea.
Se fabricaron por la Fiscalía testimonios y pruebas obtenidas de personas acosadas por sus creencias políticas o asociaciones y no por presuntas actividades ilegales, a cambio de rebajarles sus condenas u otras concesiones.
Julius Rosenberg, había sido activista de la Liga de Jóvenes Comunistas y este fue el principal pretexto para vincularlo con la Unión Soviética. Hoy se conoce que Ethel fue apresada solo porque se negó a cooperar con la fiscalía testificando contra Julius, a sabiendas de que ella no había participado activamente en los supuestos actos de espionaje de que era acusado su esposo.
Entre las muchas irregularidades del juicio estuvo la de que la condena a pena de muerte que les fue impuesta era la prevista en el Acta de Espionaje de 1917 para tiempo de guerra pese a que, al momento del supuesto espionaje, Estados Unidos no estaba en guerra con la Unión Soviética ni con ninguna otra nación.
El mito de la supuesta “clave secreta de la bomba atómica” que Julius habría obtenido y facilitado a la Unión Soviética era una falacia total creada por la Fiscalía como estrategia para justificar la pena de muerte.
En la noche del viernes 19 de junio de 1953, en la sala de ejecución del penal de Sing Sing, el FBI mantuvo abierta una línea telefónica con Washington con la pretensión de que el matrimonio prefiriera
confesar actividades de espionaje a ser ejecutados. Pero Julius y Ethel optaron por ratificar su inocencia aunque tuviera que ser al costo de la silla eléctrica que segó sus vidas.
La campaña mundial de protesta contra la condena incluyó a personalidades como Albert Einstein, Jean-Paul Sartre, Pablo Picasso, entre otros de gran prestigio mundial que llamaron a los presidentes Truman y Eisenhower a evitar el crimen, pero todas las apelaciones fueron rechazadas.
En el último momento, un juez concedió un aplazamiento de la ejecución. Pero enseguida otra instancia superior canceló ese acto y ordenó el envío de aviones especiales para traer de regreso a Washington a los jueces desde diversas partes del país donde vacacionaban a fin de que la ejecución se realizara el 19 de junio de 1953. Fue un acto terrorista de Estado porque, si bien en medio de la campaña anticomunista imperante no eran muchos los que se identificaban con el matrimonio Rosenberg, la ciudadanía sabría a que tendrían que atenerse aquellos que el Gobierno considerara “traidores” en la Guerra Fría.
Poco antes de ser electrocutada, Ethel declaró: “No estoy sola, y muero con honor y dignidad, sabiendo que mi esposo y yo seremos reivindicados por la historia”.
Sus dos pequeños hijos, de 6 y 9 años, blancos del odio del macartista, fueron amenazados y expulsados de sus escuelas. Hoy ambos luchan contra la pena de muerte y por los derechos humanos en su país.
Los esposos Rosemberg serán por siempre, héroes de la Humanidad.
Junio de 2013