Una vez al año, durante la temporada navideña, los medios corporativos dedican un día o dos para hablar de los problemas del hambre en los Estados Unidos. Hay un aluvión de historias en televisión que mencionan la alarmante tasa de hambre y a continuación muestran almacenes de ayuda alimentaria y refugios. El objetivo es dar una imagen conmovedora, con voluntarios que ayudan a los menos afortunados, que a su vez, están muy agradecidos por la comida. Incentivan a la audiencia a entregar alimentos enlatados y otros suministros básicos a los refugios locales.
Los ricos a menudo atraen la atención con obras de caridad, por sus grandes donaciones ocasionales, para tener la oportunidad de personalidades poder servir un plato de comida a personas sin hogar. Así mismo, cada año millones de trabajadores también toman parte en estas actividades de beneficencia, a través de la donación de su propio dinero y tiempo, motivados por un sentido de comunidad y servicio.
Sin embargo, el hambre sigue existiendo. Toda la energía y los recursos que se vierten en la caridad y la filantropía apenas han hecho mella en este problema social, que sólo ha empeorado en los últimos años.
Feeding America, una importante organización benéfica, estima que una de cada seis personas en este país sufre del hambre. El problema afecta a personas de todas las edades en las ciudades y zonas rurales. El Departamento de Agricultura de EE.UU. ha estimado que 17 millones de niños en este país viven en hogares que padecen de inseguridad alimentaria y 49 millones de personas no tienen acceso permanente a una alimentación adecuada. Son forzados a escoger entre pagar por alimentos, medicinas, o calefacción en su casa.
Pero, ¿por qué? ¿Por qué, en un país inmensamente rico como Estados Unidos existen tantas personas que padecen del hambre?
¿Mala fortuna individual o el sistema social?
Gracias a las campañas de caridad nos da la impresión de que vivimos en una sociedad compasiva. Pero lo cierto es que el sistema económico capitalista trata a la gran mayoría de la población como artículos desechables. Podemos ser contratados o despedidos y abandonados a nuestra suerte, con decisiones basadas únicamente en que si uno puede ser explotado para maximizar los beneficios del 1%. El hambre no es un problema aislado de la mala fortuna individual.
El hambre en los EE.UU. no es por falta de recursos o un suministro insuficiente de alimentos. Más bien es el resultado de la necesidad capitalista de vender los bienes en base a un beneficio. Las personas pasan hambre mientras que los alimentos que no se pueden vender con cierta rentabilidad, son desechados. En el caso del maíz, los capitalistas no vacilan en venderlo para convertirlo en etanol bio-combustible, si eso les produce beneficio mayor.
Los trabajadores que apoyan y trabajan en organizaciones de caridad con el objeto de mitigar el hambre y la pobreza no van a resolver el problema a pesar de sus buenas intenciones. Mark Winne, ex director de un importante banco de alimentos en Connecticut, escribió acerca de los límites de la caridad: “A menudo me preguntaba qué pasaría si la energía colectiva que se centró en la petición y distribución de alimentos se utilizara en acabar con el hambre y la pobreza en su lugar. Sin duda tendría un impacto considerable si 3.000 voluntarios del área de Hartford, alentados por algunos de los ciudadanos más privilegiados y respetados de Hartford, se presentaran un día en la legislatura del estado, exigiendo los recursos suficientes para acabar con el hambre y la pobreza”. (Washington Post, 18 de nov, 2007.) Los capitalistas trabajan duro para ocultar las causas sistémicas del hambre. Los grandes medios de comunicación juegan un papel importante también, transformando a millonarios en personajes y escribiendo textos aduladores que alaban su filantropía. En 2010, Warren Buffett, Bill Gates y decenas de otros multimillonarios encontraron una nueva manera de mejorar su imagen: se comprometieron a donar la mitad de su dinero neto a obras de caridad, antes de morir.
Esto no es diferente de cómo procedió George Washington, quien además de ser el primer presidente del país, fue también el mayor propietario de esclavos de Virginia. Washington decidió liberar a estos esclavos, pero sólo después de su muerte. ¡Qué generosidad!
¿Quiénes son los verdaderos filántropos?
Es un hecho que la riqueza de los capitalistas, como la de los esclavistas, se genera a través de la explotación de la clase obrera y no de su propio labor. En efecto, roban el dinero de los trabajadores, donan una fracción de vuelta, y entonces son reconocidos por su generosidad. Al crear fundaciones filantrópicas que llevan su nombre, nunca serán recordados por sus fechorías. Andrew Carnegie, el magnate del acero que obligaba a trabajar a sus empleados siete días a la semana como norma y contrataba a sicarios asesinos para acabar con las huelgas, ¡es recordado ahora por las becas universitarias y de investigaciones científicas!
En realidad, los trabajadores son filántropos diarios. “Donan” una parte de su trabajo todos los días para asegurar la riqueza de las corporaciones y bancos. Las protestas globales del año pasado demostraron que millones de personas son conscientes de que una verdadera lucha, no la caridad, nos librará de este sistema podrido y nos permitirá crear una sociedad justa en la que las migajas de la caridad sean algo del pasado.