Por décadas, los barrios chinos de Estados Unidos han estado bajo el ataque del desarrollo capitalista racista. Inmobiliarias, bancos y políticos compiten para construir el nuevo estadio, la mega cárcel más alta y los apartamentos lujosos más grises. Este tipo de proyectos, aparentemente beneficiosos pero inseguros e inesperados han desplazado a vecinas y vecinos y a pequeños negocios de larga data. Los proyectos de desarrollo capitalista han destruido comunidades enteras, lugares donde las personas solían vivir, juntarse y prosperar ahora son espacios vacíos y sin vida dedicados al turismo. Para los pocos barrios chinos donde inmigrantes y familias de clase trabajadora aún residen, fuerzas rabiosas de gentrificación empujan a las y los residentes locales a luchar por sus vidas.
Los proyectos de desarrollo inmobiliario son solo una de las instancias que amenazan a los barrios chinos. Lla pandemia de Covid 19 combinada con la propaganda de derecha dieron vida a sentimientos contra la población asiática y a crímenes de odio. Incontables ataques, la mayoría contra mujeres, ancianas y ancianos, han tenido lugar dentro y alrededor de los barrios chinos a lo largo del país. Víctimas de estos crímenes de odio han sido empujadas desde las plataformas del metro y las veredas, atacadas con objetos y deshumanizadas con lenguaje racista.
Los medios de comunicación dominantes han presentado estos ataques como incidentes particulares reducidos al odio racial de algunos individuos. Declaran que la solución a estos problemas es incrementar los reportes criminales, expandir el presupuesto policial y fortalecer el sistema carcelario. Cínicamente, los medios de noticias manipulan las preocupaciones de las y los asiáticos americanos para promover políticas reaccionarias de aplicar “mano dura al crimen”.
En coherencia con su comportamiento oportunista, las y los capitalistas están utilizando el reciente aumento de crímenes contra comunidades asiáticas para expandir diferencias entre los pueblos oprimidos como un medio para mantenerlos divididos y sin poder. Esta estrategia de división racial es parte de un esquema mayor para obtener beneficios económicos interviniendo los barrios chinos, dividiendo a las comunidades que pelean por el derecho a la vivienda.
La existencia de los barrios chinos bajo amenaza
El crecimiento de los barrios chinos en Estados Unidos puede rastrearse a mediados del siglo XIX, cuando trabajadoras y trabajadores chinos llegaban en grandes números a trabajar en el tren transcontinental y otras industrias. La primera ola de inmigrantes enfrentó una discriminación generalizada y fue forzada a formar enclaves étnicos. Con el tiempo, estas comunidades evolucionaron en lo que hoy conocemos como barrios chinos, los que se caracterizan por una rica herencia cultural.
Sin embargo, en décadas recientes, los proyectos de desarrollo en barrios chinos han tomado un nuevo carácter, uno motivado por la codicia capitalista y la especulación inmobiliaria. La gentrificación es la herramienta que hoy usa la clase dominante para eliminar los barrios chinos del mapa. Este proceso racista busca borrar la identidad cultural y reforzar los patrones de segregación y exclusión.
En 2017, el entonces alcalde de Nueva York Bill de Blasio aprobó un plan de construcción de 8.3 billones de dólares para construir la cárcel más alta del mundo. Erigiéndose 300 pies sobre la tierra y con una siniestra fachada de 40 pisos, el vibrante barrio chino neoyorquino fue será atrapado por las sombras de la mega cárcel. Ya es infame el uso de fondos públicos para energizar la encarcelación en masa en vez de utilizarlos en educación, salud, infraestructura y otros programas de servicios sociales. Y es aún más siniestro construir esta cárcel en el barrio chino, un área densamente poblada que alberga a inmigrantes, trabajadores y familias de bajos ingresos.
De forma similar, en Filadelfia, los billonarios de la empresa inmobiliaria 76DebCorp intentan construir un estadio de básquetbol justo en el borde del barrio chino de la ciudad. Se espera que este plan de 1.3 billones de dólares que involucra 10 años de construcción elimine lentamente los pocos barrios de bajo ingreso que se permanecen en el centro de la ciudad.
David Adelman, uno de los involucrados clave en la propuesta del estadio, también es el CEO de Campus Apartments, una reconocida compañía inmobiliaria que opera como el principal motor detrás de los esfuerzos de la Universidad de Pensilvania por desplazar a la población trabajadora de mayoría negra en el oeste de Filadelfia. La privatización de la vivienda estudiantil y la expansión perpetua de la universidad se extiende más allá de Filadelfia. David Blitszer, uno de los dueños de 76ers, es un ejecutivo global de Blackstone Inc., la compañía inmobiliaria más grande del mundo. Las Naciones Unidas han denunciado a Blackstone por su rol en la crisis de vivienda y cometer numerosas violaciones a los derechos humanos. Esta empresa de Wall Street también está haciendo lobby con el Pentágono y el Departamento de Estado en temas relacionados con la preparación y entrenamiento militar.
Una situación similar ocurrió en Washington DC donde el una vez vibrante barrio chino efectivamente desapareció cuando el Capital One Arena se erigió en el medio del vecindario. El barrio chino de San Francisco, la comunidad china más antigua de los Estados Unidos, enfrenta constantes amenazas de desplazamiento por codiciosas inmobiliarias y empresas de administración de edificios que buscan echar a las y los arrendatarios inmigrantes de bajos ingresos. Localizado en una de las áreas gentrificadas más intensamente, la amenaza contra las casas del barrio chino de Boston, las que tradicionalmente han alojado a los miembros más vulnerables de la comunidad, han desencadenado una lucha contra los desalojos promovidos por las empresas privadas. La lista de inmobiliarias que buscan beneficios económicos dentro y alrededor de los barrios chinos sigue y sigue y son un síntoma maligno del mismo sistema capitalista racista que determina casi todos los aspectos de nuestras vidas y que descuida nuestras comunidades.
El imperio estadounidense alimenta los sentimientos y políticas anti chinas
Mientras que, por un lado, la clase trabajadora china y otras comunidades asiáticas están siendo estrujadas por las fuerzas de desarrollo capitalista, por el otro lado una atmósfera represiva y racista en la sociedad está siendo fomentada como parte de la nueva Guerra Fría desplegada por el imperialismo de EEUU. La caza de rojos, la educación anti-comunista, la sinofobia y los ataques terroristas contra personas asiáticas están profundamente conectadas con los contextos históricos y contemporáneo del imperialismo de EEUU en Asia. Una y otra vez vemos cómo la elección de EEUU de un nuevo blanco para su agresión imperialista deriva en ataques viciosos dirigidos contra las y los inmigrantes de ese país.
La deshumanización de los pueblos chinos y de otros pueblos asiáticos satura los medios de comunicación empresariales y, consecuentemente, condiciona la conciencia estadounidense y arraiga aún más el racismo y la intolerancia a nivel sistémico. El cuestionable compromiso de los medios con el racismo anti-asiático es a todas luces un intento por manufacturar el consentimiento con una nueva Guerra Fría contra China.
En años recientes, la política exterior de los Estados Unidos ha incrementado su foco en el Asia Pacífico como un elemento central de su agenda imperialista. China ya no está disponible para ser utilizada y explotada en las formas deseadas por la clase dominante estadounidense al establecerse como un polo legítimo de desarrollo propio. China está liderada por un partido comunista y su gobierno fue establecido por una revolución socialista en 1949, otorgando una dimensión adicional a este conflicto.
Aprendiendo lecciones del último Terror Rojo
Durante la era del macartismo, las y los chino-americanos se convirtieron en víctimas de la histeria anti-comunista, una historia que fue clasificada como ultrasecreta por el gobierno de EEUU por cuatro décadas.
A comienzos de los 1950s, meses después de que Mao Zedong estableciera la República Popular China, el Departamento de Estado de EEUU lanzó una campaña contra las y los chino-americanos. Las dos décadas que le siguieron fueron tensionadas con una persecución racista rampante y una histeria anti-china. La caza de brujas anti-comunista macartista se extendió por los barrios chinos en busca de chinas y chinos comunistas y simpatizantes. Trabajando con los departamentos de policía de los campus universitarios, el FBI allanó las universidades y los clubes estudiantiles en busca de asiático-americanos radicales.
Las y los profesores e investigadores eran investigados por el Comité de la Cámara de Actividades Antiamericanas, enlistados e incluso despojados de sus permisos de residencia y ciudadanía. El Terror Rojo le quitó la libertad a las personas de comunicarse con sus familiares en Asia, hablar positivamente de su tierra natal y expresar su identidad étnica y cultural. Las sanciones económicas contra China prohibieron a las y los chino-americanos enviar dinero para apoyar a sus familias en su país de origen. Aquello forzó a los negocios de los barrios chinos a cerrar y a las comunidades a replegarse ante el miedo de las sospechas de la Guerra Fría.
Una nueva Guerra Fría
La agresión de EEUU a China involucra muchas formas, incluyendo guerras comerciales, posturas de guerra y la presión política designada para prevenir que China desafíe el dominio de EEUU en la economía global. Estamos en una nueva guerra fría y, con ella, esperamos ver campañas de propaganda que se volverán más y más absurdas y que intencional y gradualmente difumina la distinción entre individuos y estados.
Esta agresión ha tenido un profundo impacto en los barrios chinos, los que se han convertido en sitios clave de la competencia económica y política. La pandemia de Covid19 fue politizada a un grado tal que las personas han experimentado un daño significativo, especialmente los barrios chinos a lo largo y ancho del país. Individuos y negocios han sido violentamente atacados. Varios establecimientos han debido cerrar cuando las personas dejaron de comer y comprar en los barrios chinos. Los efectos desencadenados incluyen la pérdida de empleos y el acondicionamiento del terreno para el avance de la gentrificación. No es difícil ver cómo la escalada en los ataques de EEUU a China puede desencadenar ataques más organizados contra las y los asiático-americanos, de esos que operan con el apoyo del gobierno y las grandes empresas.
Nuestros barrios chinos son el hogar de un fuerte tejido social de personas inmigradas recientemente y trabajadoras y trabajadores que se apoyan unos a otros en la lucha por sobrevivir. Proporcionan lugares para trabajar y sentirse seguros. Los barrios chinos también albergan organizaciones políticas dinámicas y militantes. Las fuerzas que quieren destruir los barrios chinos tienen como objetivo nuestras hijas e hijos, colegas, madres, ancianas y ancianos. Han cerrado escuelas, centros de investigación e instituciones culturales. Con ello, necesitamos organizar a la clase trabajadora para resistir el desarrollo depredador a la vez que luchamos contra los políticos estadounidenses y las élites capitalistas que hacen sonar los tambores de guerra y presionan por la destrucción global.