El 28 de abril, en su primer discurso frente a una sesión conjunta del congreso, Joe Biden calculadamente decidió atender de manera directa las necesidades de la clase trabajadora. “20 millones de estadounidenses perdieron su trabajo durante la pandemia – estadounidenses de clase media y trabajadora. Al mismo tiempo, el patrimonio neto de los aproximadamente 650 billonarios en Estados Unidos aumentó por más de $1 trillón”, señaló Biden, “La economía del trickle-down nunca ha funcionado. Ha llegado el momento de expandir la economía desde abajo hacia arriba y desde el medio hacia afuera”. Biden pasó a resaltar varias reformas específicas que, de ser aprobadas, tendrían implicaciones significativas en las vidas de innumerables millones de personas trabajadoras.
Al igual que los presidentes del periodo de la Guerra Fría, Biden formuló este programa en términos explícitamente imperialistas, intentando cínicamente obtener apoyo para esta política de confrontación –una medida potencialmente catastrófica que ya está causando gran daño a los trabajadores en los Estados Unidos, China y el resto del mundo. Pero lo que distingue su discurso es que el político burgués más poderoso del mundo usó esta tan prominente plataforma para dirigirse directamente a los intereses de los trabajadores como clase, y para proponer una serie de medidas progresistas realmente substanciales para atender los problemas de desigualdad de clase y de raza. Entender las razones detrás esta decisión es de crucial importancia para aquellos que quieren ganar estas reformas inmediatas y para socialistas que imaginan una sociedad completamente nueva.
Esto no fue resultado de la bondad de Joe Biden. Biden ha sido un sirviente leal de las grandes empresas a lo largo de toda su carrera –ha apoyado acuerdos antitrabajador de “libre” comercio, la desregulación de los grandes bancos e instituciones financieras y ha ayudado a desmantelar la red de seguridad social.
Al contrario, Biden está haciendo un cálculo político y tomando en consideración los múltiples problemas y presiones que actualmente enfrenta el sistema capitalista en los Estados Unidos. En los últimos diez años, movimientos políticos radicales, socialistas y de otras variedades, han entrado en el discurso popular. El movimiento Ocupa Wall Street, la rebelión en Ferguson que desató el movimiento por las vidas negras, la creciente lucha ambiental, el movimiento que se desarrolló alrededor de las campañas presidenciales de Bernie Sanders y las revueltas nacionales en contra del racismo de este verano, junto a otras luchas importantes, han alterado de manera fundamental la política estadounidense. Al hacer el llamado que hizo en su discurso frente al Congreso, Biden está adoptando la lógica de “doblarse para no romperse”. Está proponiendo hacer concesiones a movimientos populares y tomando las exigencias de estos como si fuesen suyas. Esto es a la vez un logro significativo para estos movimientos y un reto estratégico en términos de cómo proceder.
Durante su toma de poder, Joe Biden le extendió una rama de olivo a la derecha, ofreciendo establecer una alianza a largo plazo con el liderazgo del Partido Republicano en el nombre del “bipartidismo” y la “unidad”. El Partido Republicano ha demostrado poco interés en esta propuesta –otro factor que llevó a Biden a adoptar la orientación expresada en su discurso frente al Congreso. Si la administración de Biden continúa por este camino, los Republicanos podrían llegar a lamentar está decisión.
¿Qué propuso Biden?
Biden usó su gran discurso para anunciar oficialmente una iniciativa legislativa importante –el Plan para las Familias Estadounidenses. La iniciativa establecería educación prekínder universal y dos años gratis de colegio comunitario; subsidiaría el cuidado infantil para familias de clase trabajadora; garantizaría 12 semanas pagadas de licencia de maternidad o médica; y haría permanente un crédito tributario significativo para padres. Biden aclaró que estas medidas serían pagadas con un aumento tributario a corporaciones e individuos que ganen más de $400,000 al año.
El Plan para las Familias Estadounidenses es la segunda parte de la propuesta de infraestructura de Biden. El otro componente es el Plan de Empleo Estadounidense, cuyo enfoque son mejoras en las áreas de transporte, comunicaciones, vivienda y servicios. Biden también destacó este plan en su discurso, y enfatizó que 90 por ciento de los trabajos que la propuesta pretende crear no requieren un grado universitario.
Aunque no llegó a respaldar un sistema de salud de pagador único, Biden sí dijo que “La atención médica debería ser un derecho, no un privilegio.” y propuso extender los beneficios de Medicare. Sostuvo que esto se puede pagar combatiendo la manipulación de precios por parte de las compañías farmacéuticas, refiriéndose a los costos de los medicamentos recetados como “inaceptablemente altos”.
Biden rindió tributo a George Floyd y urgió al Congreso a que pasara una ley de reforma policiaca. Aunque el discurso incluyó líneas sobre como la mayoría de los policías sirven a sus comunidades, Biden todavía se sintió compelido a reafirmar su determinación de “erradicar el racismo sistemático que plaga la vida estadounidense”, particularmente en el sistema de justicia criminal. Urgió la expansión de las becas Pell en universidades y colegios históricamente negros que por mucho tiempo han experimentado negligencia y discrimen por parte del gobierno federal.
En su discurso Biden expresó su apoyo por otras medidas progresistas como: la Ley PRO, la cual ampliaría dramáticamente los derechos sindicales de los trabajadores; la exención permanente de deportación de los “dreamers”; la aprobación de la Ley de Pago Justo, la cual garantiza un salario equitativo para mujeres trabajadoras; la ampliación permanente del Estatus de Protección Temporal, el cual se otorga a inmigrantes que escapan circunstancias catastróficas; y la aprobación de la Ley de Igualdad para prohibir el discrimen en contra de la población LGBTQ.
La situación internacional
“Estamos en competencia con China y otros países para ganar el Siglo 21”, declaró Biden en su discurso frente al Congreso, antes de añadir que le advirtió “al Presidente Xi que vamos a mantener una presencia militar fuerte en el Indo-Pacífico, tal como hacemos con la OTAN en Europa”. Biden añadió que esto era “una política exterior que beneficia a la clase media… los Estados Unidos hará frente a prácticas de comercio que socavan a los trabajos e industrias estadounidenses”.
Este apoyo de políticas domésticas progresistas por parte de Biden no ha aminorado ni un poco su compromiso al Imperio estadounidense. Innumerables acciones que ha tomado desde que asumió su cargo han dejado esto claro, incluyendo su rechazo a levantar las restricciones impuestas a Cuba bajo la administración de Trump y su decisión de mantener las sanciones devastadoras impuestas a Venezuela.
Lejos de proteger a los “trabajadores e industrias estadounidenses”, la campaña hacia un conflicto total con China tendrá un efecto devastador –tomando cantidades exorbitantes de dinero que podrían ser usadas para pagar programas sociales, desviándolas en cambio hacia una escalada militar descabellada de épicas proporciones, y que podría poner a personas trabajadoras en una situación en la que serían enviados a matar y morir por las ganancias de Wall Street y los fabricantes de armas.
Pero esta formulación también apunta a una tendencia histórica importante. La presión internacional sobre la clase dominante estadounidense es frecuentemente el factor principal que lleva a la adopción de reformas mayores. La posibilidad de que China podría “ganar el siglo 21”, junto con la ola emergente de movimientos radicales dentro de los Estados Unidos, obliga a la clase capitalista a considerar medidas que de otra manera serían descartadas sin más trámite.
Consideremos el ejemplo del “New Deal” de la administración de Franklin Roosevelt. Para Roosevelt, la Gran Depresión trajo consigo el reto intenso de los sindicatos y los partidos políticos socialistas cuyos números crecían a diario. Mientras tanto en la Unión Soviética no había depresión alguna. De hecho, a menudo había escasez de trabajadores, pues el país se encontraba en medio del periodo de desarrollo económico quizás más acelerado de cualquier sociedad en la historia –un punto que los organizadores socialistas enfatizaban frecuentemente. Roosevelt estaba en su propia “carrera estratégica” con la Unión Soviética, y la legalización de los sindicatos, la creación del seguro social y otras medidas fueron aprobadas tras reconocer que el capitalismo estadounidense se veía lamentablemente inferior en comparación.
Lo mismo puede decirse del fin de la segregación Jim Crow. La clase dominante enfrentaba por un lado la determinada lucha por la liberación de la gente negra en los Estados Unidos y por el otro la confrontación global con la Unión Soviética, en ese momento campeones de las luchas contra el colonialismo supremacista blanco que estallaban alrededor del mundo.
Una lógica similar estaba en juego en las iniciativas “Great Society” de Lyndon Johnson que crearon programas como Medicare y Medicaid.
Lejos de temer la ascendencia de China o cualquier otro país, los trabajadores estadounidenses deberían aprovechar el decaimiento del poder de los Estados Unidos a nivel mundial. Esto pone a nuestros verdaderos enemigos –las grandes compañías y sus sirvientes en Washington—en una posición más débil en la que pueden ser presionados a hacer concesiones.
¿Qué se necesita para ganar?
Claro que es mucho más fácil para Biden declarar su apoyo por medidas progresistas en un discurso que en efecto lograrlas. Hasta versiones diluidas de las medidas seguramente enfrentarán oposición de tanto el Partido Republicano como de la facción derechista del Partido Demócrata. Estas concesiones están ahora sobre la mesa; ganarlas va a requerir una lucha intensa.
Si Biden y el resto del liderazgo del Partido Demócrata realmente quieren lograr estos cambios, necesitan eliminar el filibuster. La regla legislativa en el Senado en efecto impone un requisito de 60 votos para aprobar la mayoría de las piezas legislativas, a diferencia de una mayoría simple de 50%-más-uno que sería mucho más fácil de alcanzar. El filibuster podría ser eliminado sin necesitar siquiera un voto republicano.
Se debe ejercer considerable presión política sobre los senadores Joe Manchin, Kyrsten Sinema y otros políticos demócratas con posiciones de derecha similarmente intransigentes. En lugar de ponerlos en un pedestal como “colaboradores bipartidistas” que logran ocupar puestos en regiones del país con altas proporciones de electores conservadores, estos enemigos de la clase trabajadora deben ser ridiculizados y rechazados hasta que vengan a la mesa de negociación. No cabe duda de que el Partido Republicano ha disciplinado a sus propios miembros, quienes temen que sus oponentes les tilden de “Republicanos en nombre solamente” si no siguen la ortodoxia derechista al pie de la letra.
Movilizaciones masivas, especialmente aquellas que involucren al movimiento laboral, harían mucho para crear la presión necesaria para forzar la aprobación de reformas substanciales. Hacer un llamado a la gente para que se movilicen más allá de las urnas o en campañas electorales es taboo para los políticos de la clase dominante. Pero para lograr cambio real, la política no puede seguir siendo el ámbito exclusivo de los ricos, dejando a los trabajadores son meros espectadores.
Ganar reformas puede motivar a la gente a organizarse y luchar por objetivos a largo plazo, prueba de que la lucha puede llevar a resultados tangibles. La sentencia de Derek Chauvin, por ejemplo, no ha logrado en lo absoluto mermar el interés en la lucha contra el terror policiaco racista. Si la gente que cree en una sociedad nueva y socialista son partícipes dedicados en estas luchas, pueden servir como trampolín para un movimiento que transforme completamente el gobierno y la economía para servir los intereses de la clase trabajadora.