La brutalidad policial es uno de los recordatorios más agudos y más ampliamente reconocidos de que vivimos en una sociedad dominada por una clase opresora. Los policías cometen algunas de las atrocidades más terribles contra los pobres y los trabajadores de forma regular, y un amplio sector de la clase trabajadora puede identificarse con la experiencia de haber sido maltratado.
En los Estados Unidos, la policía es especialmente fundamental para el mantenimiento de la supremacía blanca y la opresión nacional. Las comunidades negras y latinas, principalmente los jóvenes, están sujetos a las formas más extremas de acoso policial y violencia, incluyendo el asesinato. La clase dominante criminaliza y estigmatiza a estas comunidades, ya que reflejan su larga historia de opresión y desigualdad. Estas comunidades han sido protagonistas de importantes luchas sociales y resistencia militante, y ahora, cuando son azotadas por un desempleo récord y subempleo, se han convertido en una amenaza para el orden social.
La policía también lleva a cabo la represión en otros ámbitos de la sociedad. La amplia aplicación de terror policial en nombre de la clase capitalista ofrece una oportunidad clave para desafiar su dominio sobre la sociedad. La lucha contra la brutalidad policial tiene un valor estratégico, ya que es un motor potencial de la unidad de la clase trabajadora.
Ataques contra la comunidad LGBT
Como agentes armados garantes del orden social existente, la policía hace cumplir las leyes y las normas patriarcales, e históricamente ha ejercido una violencia terrible contra las mujeres y las personas LGBT que desafían esas normas. Dado su rol a tiempo completo como agentes de un sistema injusto, la policía a menudo concentra todos los prejuicios de la sociedad dentro de sus filas. Como la única entidad con licencia gratuita para utilizar la violencia en público, vale la pena señalar que a menudo va mucho más allá de sus protocolos al abusar de sus objetivos.
Las personas LGBT están sujetas a constantes abusos a manos de la policía. Hace apenas unas semanas, tres hombres gay, Josh Williams, Antonio Maenza y Ben Collins, fueron atacados por un grupo de oficiales de la policía de Nueva York. Williams fue arrestado, esposado y luego rociado con gas pimienta mientras un policía le gritaba un insulto homofóbico. Hace varios meses, los miembros del PSL marcharon en defensa de Jabbar Campbell en Brooklyn, después de que los policías asaltaran su Partido Pride (Orgullo).
En 1969, el movimiento LGBT moderno entro en el escenario de la lucha durante el histórico levantamiento de Stonewall en contra de la policía.
Stonewall logró que la comunidad LGBT alcanzase logros importantes, sin embargo, la brutalidad policial contra las personas LGBT sigue siendo habitual, y en los últimos años se ha expandido rápidamente. En el período de 2007 a 2008, este tipo de violencia se incrementó en un 150 por ciento. Las personas transgénero, en particular, son atacadas de una manera especialmente cruel, siendo tres veces más probable de ser maltratados por la policía, según un informe sobre violencia de odio en 2012 (Coalición Nacional de Programas Contra la Violencia, Lesbiana, Gay, Bisexual, Transgénero, Queer y afectados por el VIH violencia de odio en 2012).
Desafiar el acoso y la violencia policial sigue siendo una tarea central de las organizaciones militantes LGBT.
Represión contra los sindicatos
Nada plantea una mayor amenaza para el capitalismo que la organización de la clase obrera y su movilización. Los sindicatos son otro objetivo de la brutalidad policial a largo plazo, elevándose bruscamente durante los puntos álgidos de la militancia obrera.
Durante la Gran Depresión de la década de 1930, los trabajadores industriales comenzaron a organizarse y a emprender luchas militantes en sus lugares de trabajo, lo que condujo a la clase capitalista a depender en gran medida de la represión policial para debilitar y hacer retroceder la lucha laboral.
Un ejemplo destacado es la Marcha de Hambre de Ford en 1932, cuando miles de personas desempleadas en Detroit marcharon en el complejo industrial River Rouge de Henry Ford para exigir trabajo y el fin de la discriminación racial. Cuando los manifestantes salieron de los límites de la ciudad de Detroit, los policías de la vecina Dearborn asaltaron la marcha, matando a cuatro manifestantes. Del mismo modo, la policía asesinó en Chicago a diez manifestantes que asistían a una manifestación en apoyo de los trabajadores siderúrgicos en el Día de los Caídos de 1937. Durante este período, los sindicatos demostraban abiertamente su oposición a la represión policial, realizando marchas masivas contra la misma.
Los trabajadores que defienden sus derechos en el trabajo aún se enfrentan una grave brutalidad policial. En 2011, los miembros de la Unión Internacional de Trabajadores Estibadores fueron atacados durante su lucha contra el terminal a mando de la empresa EGT, que quería establecer una planta no sindicalizada en Long View, Washington Los policías respondieron a los esfuerzos del ILWU para asegurar el derecho a organizarse con palizas, acoso y más de 130 arrestos.
Policías contra los inmigrantes
En esta fase del capitalismo estadounidense, los empresarios basan sus ganancias en una capa súper-explotada de trabajadores inmigrantes que en respuesta al empobrecimiento de sus países de origen empezaron a llegar a los países desarrollados en busca de trabajo y sustento para sus familias. La brutalidad policial es una herramienta fundamental utilizada por la clase capitalista para gestionar este flujo e imponer la condición de segunda clase a los trabajadores inmigrantes y sus familias.
Una serie de recientes asesinatos de alto nivel llevados a cabo por la Patrulla Fronteriza, brutalmente racista, ha puesto en evidencia este problema. José Antonio Elena Rodríguez, de 16 años de edad, fue asesinado por la policía fronteriza el 10 de octubre de 2012, cuando abrieron fuego hacia México. Los policías argumentan que se sintieron en peligro porque Rodríguez estaba tirando piedras. Pero incluso si esto fuera cierto — hecho que sucedió a media noche, y pone en duda la capacidad de los agentes para ver de dónde venían las rocas — responder a las piedras con balas es tan absolutamente desproporcionado que puede ser considerado nada menos que un asesinato a sangre fría.
El 3 de septiembre del 2012, una serie de personas que estaban disfrutando de un picnic familiar en el lado mexicano del Río Grande, vieron a un barco pontón de la Patrulla Fronteriza tratando de ahogar a alguien que trataba de cruzar a nado. En respuesta, los policías fronterizos abrieron fuego contra la multitud que se había reunido a lo largo del río, tratando de rescatar al hombre que se ahogaba. Cuando detuvieron el fuego, Arévalo Pedroza, un trabajador de la construcción que celebraba el cumpleaños de su hija, había muerto.
Los inmigrantes que logran llegar a los Estados Unidos también son recibidos con acoso racista y violencia brutal. Un juez federal dictaminó recientemente que el alguacil semifascista del condado Maricopa, Joe Arpaio, aplica la discriminación racial sistemática centrada en los latinos. Manuel Jamines, un trabajador inmigrante guatemalteco y padre de tres hijos, fue asesinado a tiros en septiembre de 2010 por agentes de policía de Los Ángeles.
El poder de la clase trabajadora
Los grupos afectados por la violencia son grandes y variados, y dicha violencia es ejecutada por el mismo instrumento del estado capitalista: la policía, hecho que abre la posibilidad de la unidad en la lucha contra dicha violencia, posibilitando también el desafío y hasta la derrota la clase dominante. Existen varios ejemplos del poder de este tipo de amplia unidad en la lucha. En octubre de 2010, el ILWU se declaró en huelga y se unió a una manifestación exigiendo justicia para Oscar Grant, quien fue asesinado por un oficial de policía del BART en Oakland, California. El ataque tuvo lugar mientras el juicio del policía entró en la fase de sentencia. Si bien se le dio una sentencia escandalosamente liviana, el hecho que un policía haya sido condenado a pasar un tiempo en la cárcel es una prueba de la amenaza planteada por las crecientes movilizaciones del pueblo.
Ya con la vista puesta fuera de los Estados Unidos, el asesinato de Alexandros Grigoropoulos, de 15 años de edad, por la policía griega en Atenas, provocó una ola de rebelión en todo el país que comenzó el 6 de diciembre de 2008. Esta lucha se intensificó y se le dio una fuerte orientación de clase que condujo a una huelga general que al cuarto día logró cerrar la actividad económica en toda Grecia. El policía que mató al adolescente fue declarado culpable de asesinato y se le condenó a cadena perpetua en la cárcel, mientras que su compañero fue acusado como cómplice y condenado a 10 años.
La lucha de masas sostenida contra la brutalidad policial debe responder a la violencia fanática de los policías con la más amplia unidad posible. La victoria completa de estas luchas en última instancia requerirá que la clase trabajadora global asuma el liderazgo en la lucha contra todas las formas de opresión.
Esta orientación permite no sólo librar luchas exitosas contra la policía, sino también la construcción de un movimiento revolucionario capaz de reemplazar el dominio de una minoría rica que sólo puede perpetuarse a través de la más despiadada coerción física, junto con el espionaje a toda la población y el uso de su riqueza para manipular las elecciones. En su lugar, exigimos el verdadero dominio de la mayoría a través de un gobierno obrero y la completa autodeterminación de los pueblos oprimidos.