Casi la mitad de la población estadounidense—146,4 millones de personas—vive oficialmente con bajos ingresos o en la pobreza, de acuerdo a un informe expedido por el Departamento Federal del Censo en diciembre de 2011. Son cifras conmovedoras por ser el país más rico del mundo.
Las cifras de personas que viven en la pobreza se han elevado en los últimos cuatro años a causa de la crisis económica severa. Si no fuera por los programas de prestaciones sociales como los cupones de alimentos, Medicare, el subsidio de vivienda y la ayuda económica, la cifra sería mucho más alta.
Ahora la Cámara de Representantes acaba de aprobar el “Presupuesto Ryan”, nombrado así en honor al Congresista Republicano, ultraderechista y anti-trabajador, Paul Ryan, quien lo diseñó. Dicho presupuesto propone recortes masivos a los cupones de alimentos, al cuidado médico, a la vivienda, a la educación y otros programas sociales que benefician a decenas de millones de personas con bajos ingresos económicos. A la misma vez dicho presupuesto incluye nuevos privilegios tributarios para los bancos, las corporaciones y los multimillonarios; mientras que elimina varias regulaciones financieras y de protección al medio ambiente.
Este año no cabe ninguna duda que los Demócratas denunciarán esta vil propuesta de Ryan en su propaganda electoral, señalando el sufrimiento que dicho presupuesto causará a la población. Pero en realidad durante las últimas tres décadas, los Demócratas y Republicanos han sido socios en el desmantelamiento de lo que comúnmente se conoce como la “red de protección social”.
La cruzada de Bill Clinton
Durante su campaña presidencial de 1992, Bill Clinton—un Demócrata—prometió “acabar con la beneficencia social como se ha venido a conocer”. En 1996 Clinton confabuló junto al entonces vocero de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich—un Republicano—a promulgar la ley de “Responsabilidad Personal y Reconciliación de Oportunidad de Empleo”. Dicha ley acabó con el programa de asistencia social como un derecho y fijó un límite para recibir asistencia pública de cinco años en total, en la vida de cualquiera persona que los solicite, sin importar su condición económica.
A pesar de su nombre engañoso y paternalista, dicha ley no tenía ningún componente de “oportunidad de empleo” que en realidad suministrara empleos.
Hoy en día existen millones de trabajadores sin empleo y muchos han estado así por años, con muy poca esperanza de encontrar uno. Estos trabajadores no se han quedado en casa para “disfrutar más tiempo libre” como afirman los economistas del mercado libre. Se encuentran sin empleo porque así es el capitalismo normalmente. Casi siempre existe un “ejército de desempleados” bajo el capitalismo y ese “ejército” se expande extensamente durante la fase de declive del ciclo auge-declive que se encuentra engendrado en el sistema. Mientras las ganancias de Wall Street se han incrementado en los últimos cinco años desde que comenzó la crisis, no ha habido ningún alivio para el pueblo.
El origen de los programas sociales
Hasta el momento de la Gran Depresión que comenzó en 1929, no había existido ningún programa federal de prestación social—ningún Seguro Social para ancianos o personas incapacitadas, ningún Medicare ni cupones de alimentos, ni subsidios de vivienda, ninguna asistencia económica, etc. Dichos programas tampoco fueron promulgados durante los primeros seis años de aquella crisis económica, la peor en la historia de Estados Unidos. En dicho periodo las cifras del desempleo alcanzaron el 25% y millones de trabajadores vagueaban desesperadamente por todo el país en busca de empleo, alimentos y albergue.
Eventualmente estas condiciones incitaron un masivo auge en el movimiento obrero de Estados Unidos. En 1934 se desataron huelgas generales en tres ciudades importantes, Minneapolis, San Francisco y Toledo, Ohio. Esto fue una clara señal del resurgimiento de una nueva oleada de radicalización dentro de la clase trabajadora.
Entre una gran cantidad de trabajadores, el entendimiento de que el capitalismo era la causa del desempleo, el hambre y la pobreza, cobró auge. Esa realidad puso de manifiesto a la recién establecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, donde no existía ni la depresión ni el desempleo.
Algunos elementos dentro de la clase dominante capitalista y sus representantes políticos, incluyendo el Presidente Franklin D. Roosevelt, vieron lo obvio: Si no hicieran reformas significativas, lo perderían todo. En 1935 Roosevelt firmó la ley del Seguro Social.
Estas reformas hechas ante el creciente movimiento obrero y sus demandas—el Seguro Social, el seguro de desempleo, la legalización de las campañas sindicales, la asistencia pública, la vivienda pública, el programa previo a los cupones de alimentos y otros programas—eran vistas por Roosevelt y sus asesores como un tipo de “seguro” para prevenir a una revolución.
Otros programas vitales de servicios sociales, como el Medicare y Medicaid, la ayuda económica para estudiantes, el entrenamiento laboral, la educación preescolar y muchos otros, esos existen como resultado del movimiento por los derechos civiles, el movimiento de liberación afroamericana y otros movimientos progresistas de los años 60.
La clase dominante desmantela los logros
A medida que los movimiento laborales y sociales se debilitaron en los años 70 y 80, la clase dominante capitalista, con la ayuda de los líderes Demócratas y Republicanos, lanzó una ofensiva para reducir o eliminar completamente varios de estos programas, los cuales han sido visto como algo que afectaría sus ganancias.
Dicha ofensiva se aceleró con la caída de la Unión Soviética y otros países del bloque socialista en Europa. Junto a la caída de los gobiernos socialistas en esos países, también llegó la eliminación de los derechos del pueblo al empleo, la salud y otras necesidades.
El debilitamiento del movimiento laboral y otros movi-mientos populares, combinado con la desaparición de la URSS, podrían ser interpretados como que si la rueda de la historia haya girado para atrás.
Lo que nos ha mostrado la historia de los últimos 80 años es que el verdadero progreso solamente se logra con poderosos, organizados y contundentes movimientos populares.