Argentina’s 2001 IMF-induced economic crisis pushed tens of thousands into abject poverty. Photo: Bill Hackwell |
En la Revolución Rusa de 1917, el estado del Zar, que se mezcló con elementos de la clase capitalista nueva de Rusia, fue reemplazada por un estado basado en el poder de los trabajadores, campesinos y soldados.
Las revoluciones no son motivadas por individuos o partidos políticos. Ocurren cuando las contradicciones inherentes en una sociedad de clase no pueden ser contenidas adentro del orden social. Medios tradicionales de control social no son suficientes para mantener la explotación de clase. Las quejas se vuelven protestas, y las protestas se convierten en rebeliones. El derecho de la clase dominante a gobernar entra en cuestionamiento.
Hoy día, en ningún otro lugar, la cuestión revolución es más importante que en América Latina. El potencial para la revolución social es el tema fundamental en la lucha política que se va desarrollando en Venezuela. Pero el continente completo, tradicionalmente dominado por el imperialismo de EEUU, está también en movimiento.
Hay dos formas donde los movimientos políticos tratan de responder a esa pregunta hoy. Por un lado, los partidos de izquierda están encontrando aperturas en el espacio electoral para desafiar a los partidos tradicionales de la clase dominante. Por otro lado, nuevas formas de lucha revolucionaria se han abierto en el curso de las luchas masivas de los pueblos.
Profundizando la explotación
La intervención y la explotación de América Latina por parte de los EEUU no son nuevas. Basta recordar las invasiones de Nicaragua y el partimiento de Colombia, apoyado por EEUU a finales del siglo, para asegurarse el control del Canal de Panamá. O la invasión de 1945 y el golpe en Guatemala para proteger las propiedades de la United Fruit Company.
Como resultado de esta intensa intervención política y económica de EEUU en todo el continente, la clase capitalista emergente en países de América Latina se desarrolló de una forma altamente dependiente del capital estadounidense. Las economías capitalistas fueron orientadas primariamente hacia la exportación de materias primas para uso en comercios y fábricas. Los gobiernos de América Latina, orientados para proteger la relación de su clase dominante con capital de EEUU, dependían extensamente del apoyo militar, entrenamiento e intervención de EEUU.
Comenzando al final de los ochenta, el patrón de explotación de EEUU en América Latina cambió. El objetivo de dominación principal de EEUU fue convertir a América Latina en el continente surtidor de mano de obra barata. Inversiones de capital directas en América Latina se elevaron rápidamente, ambas en la forma de construcción de fábricas o compra de industrias locales.
Para facilitar el boomerang de inversiones, EEUU usó su dominación en organizaciones financieras internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, para forzar a los gobiernos de América Latina a reestructurar sus economías. Usando préstamos como zanahoria y los pagos de préstamos como el garrote, el FMI y el Banco Mundial demandaron a los países privatizar las industrias y los servicios del gobierno, remover tarifas proteccionistas, y cortar gastos del gobierno.
Al mismo tiempo, los EEUU ha empujado una serie de acuerdos comerciales diseñados a facilitar esa reestructuración. El Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) de 1994 fue diseñado principalmente para México. Ahora, el gobierno de EEUU está tratando de expander el ALCA a todo el continente, el cual convertirá la reestructuración en acuerdos formales escritos.
La suma de esas medidas se convirtió en el conocido neoliberalismo.
La Rebelión barre el continente
El impacto de las políticas neoliberales se puede ver a través de América Central, América del Sur y el Caribe. Las “zonas de libre comercio” y las maquiladoras, donde las industrias extranjeras pueden producir y exportar sin pagar impuestos o tarifas, se vieron primero en México cerca de la frontera con EEUU. Ahora están en todo el continente, desde la República Dominicana a El Salvador, a Perú.
Pero la extensión de industrias extranjeras no ha resultado en beneficios para la clase trabajadora y los pobres del continente. El informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de Naciones Unidas de noviembre del 2004, “Panorama Social de América Latina 2004,” muestra un crecimiento gradual del número de personas que vive en la pobreza desde 1990, de 200 millones a 224 millones de personas. El mismo informe muestra que las riquezas han ido a parar directamente al 10 por ciento de la población en América Latina.
Una consecuencia relacionada con el traspaso en la explotación estadounidense de materias primas a mercados de trabajo ha sido un aumento en las movilizaciones políticas de la clase trabajadora y de los pobres del continente. Grandes movilizaciones en contra de las políticas neoli-berales han puesto en cuestión la habilidad de las élites tradicionales de la clase dominante para implementar la agenda económica y política de Washington y Wall Street.
Por ejemplo, en 1997, millones de trabajadores del Ecuador organizaron manifestaciones masivas y huelgas en contra del aumento de los precios después de que el gobierno cortó los subsidios de productos básicos. El gobierno fue derrocado. En el 2000, el movimiento basado en sindicatos y organizaciones de indígenas campesinos se movilizó nuevamente en contra de las políticas neoliberales del gobierno. Después de derrocar al presidente y hacer una apuesta al poder con un “Comité de Salvación Nacional,” los militares intervinieron con el apoyo de los EEUU e instalaron un nuevo gobierno.
En diciembre del 2001, una crisis económica en Argentina causada por la incapacidad del gobierno de pagar los préstamos al FMI, empujó a millones de trabajadores y elementos de la clase media a tomar las calles y demandar “¡Que se vayan todos!” El Presidente Fernando de la Rúa y su odiado ministro de finanzas fueron forzados a renunciar. Argentina es la tercera economía más grande de América Latina, y es altamente industrializada.
En el país andino de Bolivia, medidas de austeridad del gobierno y amenazas en contra de los campesinos que tradicionalmente cosechan coca provocaron una ola de protesta en febrero del 2003. Después de que el gobierno boliviano propusiera la privatización de las reservas de gas natural las protestas masivas forzaron al Presidente Gonzalo Sánchez de Lozada a renunciar.
Y en la República Dominicana, la creciente dependencia en los préstamos del FMI y las zonas de libre comercio han sido acompañados por la creciente pobreza, el aumento de los precios y los apagones. En enero del 2004, dos días de huelga general paralizaron a todo el país.
Todas esas movilizaciones muestran la creciente incapacidad de los gobiernos tradicionales de implementar la agenda de EEUU en América Latina. Esas forman la base de que se ponga en la agenda, la toma del poder por la clase trabajadora y sus aliados en todo el continente.
Thousands of Indigenous Bolivians demonstrate against a government attempt to privatize the nation’s natural gas reserve. Photo: Aizar Raldes |
Las protestas han forzado un cambio en el paisaje político a través de América Latina, visto en una serie de victorias electorales por candidatos de centro izquierda. Desde la elección de Ricardo Lagos del Partido Socialista en Chile en el 2000, los partidos social democratas han sido elegidos para gobernar países como Brasil, Argentina y Uruguay.
En diciembre, elecciones locales en Bolivia, partidos de campesinos y de indígenas opuestos al neoliberalismo salieron victoriosos a través del país. “Los partidos tradicionales no ganaron una sola ciudad importante,” de acuerdo a un informe de Prensa Asociada (AP) del 6 de diciembre.
Veinte años atrás, el gobierno de EEUU nunca hubiese tolerado el acceso al poder de partidos con base en la clase trabajadora en América Latina. Hoy, Washington está procediendo mucho más deliberadamente.
Los presidentes Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva en Brasil, Nestor Kirchner en Argentina, y Tabaré Vázquez en Uruguay han prometido suavizar el impacto de políticas neoliberales de gobiernos anteriores. Han prometido más independencia de la política exterior de EEUU, por ejemplo con respecto a Cuba socialista. Por esas razones, han levantado la esperanza de la clase trabajadora en toda América Latina.
Pero también han, prometido mante-ner sus países en la órbita económica del FMI. Ninguno ha amenazado con suspender pagos de los préstamos extranjeros, incluso cuando esos préstanos solo han enriquecido a las corporaciones de EEUU y un puñado de élites locales. Todos ellos le han asegurado a las élites gobernantes—y a Washington—que ellos gobernarán “responsablemente.” Ellos han prometido, en esencia, manejar los deseos de las masas dentro del sistema capitalista.
Esta es la razón de porque ninguna de esas elecciones han precipitado un rompimiento de relaciones con la administración Bush. Michael Shifter, un analista de la organización Inter-American Dialogue, describe en estos términos en un artículo de la AP del primero de noviembre, “Yo pienso que la mayoría de la gente piensa que si alguien está en el ala izquierda como Lula y Lagos, esa no es realmente una causa para preocuparse, porque esos dos presidentes, parecieran perseguir en gran parte, políticas económicas ortodoxas.”
Este es el papel histórico y tradicional de la social democracia: distraer las energías de las masas y volcarlas en la arena electoral, dando algunas concesiones sociales a las masas a cambio de paz social. Enfrentados a la rebelión creciente que amenaza en convertirse en revolución, el imperialismo estado-unidense es capaz de tolerar a “la izquierda”—mientras que siga políticas económicas “ortodoxas”—pro FMI.
Polos revolucionarios
La decisión por parte del imperialismo de EEUU de tolerar gobiernos social demócratas en países de América Latina es también una función de nuevos polos políticos en el continente. En Venezuela, el gobierno del Presidente Hugo Chávez se ha embarcado en un proceso revolucionario que ha inspirado a millones en todo el continente.
La Revolución Bolivariana, conocido también como el proceso venezolano, tiene características que lo distingue de cualquier otro gobierno social demócrata ahora en el poder en América Latina. Está firmemente basada en la clase trabajadora, que ha derrotado intentos de golpe y movilizaciones contrarrevolucionarias. Es firmemente anti-imperialista, y está desarrollando una profunda relación con Cuba socialista.
Washington entiende la diferencia entre las numerosas elecciones que han apoyado al Presidente Chávez y esas que han tenido lugar en Chile, Brasil, Argentina y Uruguay. Las elecciones en Venezuela han ayudado a movilizar a trabajadores y oprimidos. Las otras elecciones amenazan con atrapar a los trabajadores y poner sus esperanzas en gobierno cuya alianza final es con la clase dominante.
Al mismo tiempo, insurgencias lideradas por comunistas en Colombia continúan demostrando la relevancia de la lucha revolucionaria en contra del imperialismo de EEUU y sus regímenes clientes. A pesar de los $3.3 mil millones en ayuda militar de EEUU y el apoyo y entrenamiento de cientos de consejeros militares de EEUU en los cuatro años pasados, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) continúan amenazando el orden capitalista en Colombia. Un creciente y militante movimiento sindical continúa organizando huelgas heroicas y protestas debido a los asesinatos brutales de los escuadrones de la muerte.
Y Cuba socialista continúa siendo el ejemplo para el continente. Cada ganancia lograda por la Revolución Cubana en la salud, las ciencias o la educación es un ejemplo más para los trabajadores de América Latina de los grandes avances que se pueden hacer al romper las cadenas del capitalismo y el imperialismo de EEUU.
Las contradicciones básicas que enfrentan las clases dominantes de América Latina es que las relaciones con el mundo capitalista dependen en el aumento de la explotación de la clase trabajadora del continente. Millones de trabajadores y campesinos han visto la realidad de sus luchas en la década pasada.
Si toman el paso de rebelión a revolución—desafiando gobiernos que representan a la clase capitalista—dependerá de la habilidad de las organizaciones revolucionarias de proveer una clara conciencia de clase y un liderazgo anti-imperialista.