En la reflexión escrita la noche del jueves 25, hace tres días, dije: “Ignoramos qué ocurrirá esta noche o mañana en Honduras pero la conducta valiente de Zelaya pasará a la historia.”
Dos párrafos antes había señalado: “…Lo que allí ocurra será una prueba para la OEA y para la actual administración de Estados Unidos.”
La prehistórica institución interamericana se había reunido al otro día en Washington, y en una apagada y tibia resolución prometió realizar las gestiones pertinentes de inmediato para buscar una armonía entre las partes en pugna. Es decir, una negociación entre los golpistas y el Presidente Constitucional de Honduras.
El alto jefe militar, que seguía al mando de las Fuerzas Armadas hondureñas, hacía pronunciamientos públicos en discrepancia con las posiciones del Presidente, mientras solo de modo meramente formal reconocía su autoridad.
No necesitaban los golpistas otra cosa de la OEA. Les importó un bledo la presencia de un gran número de observadores internacionales que viajaron a ese país para dar fe de una consulta popular, a los cuales Zelaya habló hasta altas horas de la noche. Antes del amanecer de hoy lanzaron alrededor de 200 soldados profesionales bien entrenados y armados contra la residencia del Presidente, los que apartando rudamente la escuadra de la Guardia de Honor secuestraron a Zelaya, quien en ese momento dormía, lo conducen a la base aérea, lo montan por la fuerza en un avión y lo transportan a un aeropuerto en Costa Rica.
A las 8 y 30 de la mañana, conocimos por Telesur la noticia del asalto a la Casa Presidencial y el secuestro. El Presidente no pudo asistir al acto inicial de la consulta popular que tendría lugar este domingo. Se desconocía lo que habían hecho con él.
La emisora de televisión oficial fue silenciada. Deseaban impedir la divulgación prematura de la traicionera acción a través de Telesur y Cubavisión Internacional, que informaban de los hechos. Suspendieron por ello los centros de retransmisión y terminaron cortando la electricidad a todo el país. Todavía el Congreso y los altos tribunales envueltos en la conspiración no habían publicado las decisiones que justificaban la conjura. Primero llevaron a cabo el incalificable golpe militar y luego lo legalizaron.
El pueblo se despertó con los hechos consumados y comenzó a reaccionar con creciente indignación. No se sabía el destino de Zelaya. Tres horas más tarde, la reacción popular era tal que se vio a mujeres golpeando con el puño a los soldados, cuyos fusiles casi se les caían de las manos por puro desconcierto y nerviosismo. Inicialmente sus movimientos parecían los de un extraño combate contra fantasmas, más tarde trataban de tapar con las manos las cámaras de Telesur, apuntaban temblorosos sus fusiles contra los reporteros, y a veces, cuando la gente avanzaba, los soldados retrocedían. Enviaron transportadores blindados con cañones y ametralladoras. La población discutía sin miedo con las dotaciones de los blindados; la reacción popular era asombrosa.
Alrededor de las 2 de la tarde, en coordinación con los golpistas, una mayoría domesticada del Congreso depuso a Zelaya, Presidente Constitucional de Honduras, y designó un nuevo Jefe de Estado, afirmando al mundo que aquel había renunciado, presentando una firma falsificada. Minutos después, Zelaya, desde un aeropuerto en Costa Rica, informó todo lo ocurrido y desmintió categóricamente la noticia de su renuncia. Los conspiradores hicieron el ridículo ante el mundo.
Otras muchas cosas ocurrieron hoy. Cubavisión se dedicó por entero a desenmascarar el golpe, informando todo el tiempo a nuestra población.
Hubo hechos de carácter netamente fascista, que no por esperados dejan de asombrar.
Patricia Rodas, la ministra de Relaciones Exteriores de Honduras, fue después de Zelaya el objetivo fundamental de los golpistas. Otro destacamento fue enviado a su residencia. Ella, valiente y decidida, se movió rápido, no perdió un minuto en denunciar por todos los medios el golpe. Nuestro embajador había hecho contacto con Patricia para conocer la situación, como lo hicieron otros embajadores. En un momento determinado les solicitó a los representantes diplomáticos de Venezuela, Nicaragua y Cuba reunirse con ella, que, ferozmente acosada, necesitaba protección diplomática. Nuestro embajador, que desde el primer instante estaba autorizado a brindar el máximo apoyo a la Ministra constitucional y legal, partió para visitarla en su propia residencia.
Cuando estaban ya en su casa, el mando golpista envió al mayor Oceguera para arrestarla. Ellos se pusieron delante de la mujer y le dicen que está bajo protección diplomática, y solo se puede mover en compañía de los embajadores. Oceguera discute con ellos y lo hace de forma respetuosa. Minutos después penetran en la casa entre 12 ó 15 hombres uniformados y encapuchados. Los tres embajadores se abrazan a Patricia; los enmascarados actúan de manera brutal y logran separar a los embajadores de Venezuela y Nicaragua; Hernández la toma tan fuertemente por uno de los brazos, que los enmascarados los arrastran a los dos hasta una furgoneta; los conducen a la base aérea, donde logran separarlos, y se la llevan. Estando allí detenido, Bruno, que tenía noticias del secuestro, se comunica con él a través del celular; un enmascarado trata de arrebatarle rudamente el teléfono; el embajador cubano, que ya había sido golpeado en casa de Patricia, le grita: “¡No me empujes, cojones!” No recuerdo si la palabra que pronunció fuese alguna vez utilizada por Cervantes, pero sin duda el embajador Juan Carlos Hernández enriqueció nuestro idioma.
Después lo dejaron en una carretera lejos de la misión y antes de abandonarlo le dijeron que, si hablaba, podía sucederle algo peor. “¡Nada es peor que la muerte!”, les respondió con dignidad, “y no por ello les temo a ustedes.” Los vecinos de la zona lo ayudaron a regresar a la embajada, desde donde de inmediato se comunicó otra vez con Bruno.
Con ese alto mando golpista no se puede negociar, hay que exigirle la renuncia y que otros oficiales más jóvenes y no comprometidos con la oligarquía ocupen el mando militar, o no habrá jamás un gobierno “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” en Honduras.
Los golpistas, acorralados y aislados, no tienen salvación posible si se enfrenta con firmeza el problema.
Hasta la señora Clinton declaró ya en horas de la tarde que Zelaya es el único Presidente de Honduras, y los golpistas hondureños ni siquiera respiran sin el apoyo de Estados Unidos.
En camisa de dormir hasta hace unas horas, Zelaya será reconocido por el mundo como el único Presidente Constitucional de Honduras.
Fidel Castro Ruz
Junio 28 de 2009
6 y 14 p.m.