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Editorial del PSL: Los demócratas no lograron detener a Trump, pero la clase trabajadora puede derrotarlo y ganar una nueva sociedad

Foto: Mitin de campaña de Trump en Pittsburgh, Pensilvania el 4 de noviembre. Crédito: Designism / Wikimedia Commons.

La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales marca el comienzo de una nueva fase en la política estadounidense que amenaza con  atacar profundamente a los derechos básicos de las y los trabajadores y comunidades oprimidas, pero también presenta una oportunidad para construir un movimiento unido de la clase trabajadora que pueda de una vez por todas superar  el nefasto rumbo del ala más liberal de la clase dominante, que ha fracasado tan miserablemente en detener el avance de la extrema derecha. En este momento, nuestras tareas son organizar a los y las trabajadoras, tanto para luchar contra la ofensiva que Trump se dispone a llevar a cabo como para construir un movimiento socialista que luche por derrocar el dominio de los multimillonarios. 

Para que cualquiera de las dos tenga éxito, estas dos tareas no pueden separarse. La lucha contra las iniciativas ultrarreaccionarias de Trump no tendrá éxito si se lleva a cabo como defensa del statu quo. Es necesario que haya una visión más amplia para la transformación de la sociedad que sustente la lucha que tenemos por delante.

¿Qué sucedió el día de las elecciones?

Los resultados electorales deben entenderse ante todo como un fracaso total del Partido Demócrata. No faltarán narrativas que culpen a uno u otro sector de la población por el resultado. Pero en realidad, la élite del Partido Demócrata, así como todo el ala centrista / liberal de la clase dominante, no tienen a nadie a quien culpar sino a ellos mismos.

El tema clave de las elecciones fue la economía y, en particular, el alto costo de vida. Trump frecuentemente comenzaba sus mítines preguntando si los asistentes estaban mejor o peor que hace cuatro años, y para un gran número de personas, la respuesta era que ahora estaban en una peor posición económica. En los primeros 15 meses de la administración Biden, los salarios semanales cayeron casi un 4%, cuando se toma en cuenta la inflación. Aunque los salarios se recuperaron, en su mayoría, más tarde en el mandato de Biden, no se presentó ningún programa sustancial para abordar el declive y el estancamiento que las y los trabajadores han experimentado durante años.

Biden, asumió el cargo prometiendo la mayor expansión de programas sociales desde la década de 1960: con sula agenda programa de “reconstruir mejor”. Sin embargo, nNo solo abandonó este programa ante la resistencia de los senadores dentro de su propio partido, sino que presidió la expiración de todos los programas de ayuda de emergencia promulgados durante la pandemia de COVID-19. En el año previo a las elecciones, gastó $27 mil millones respaldando el genocidio de Israel en Gaza, mientras no se satisfacían las necesidades básicas de la población gente seguían desatendidas.

Más allá de las condiciones materiales, los desaciertos torpes pasos en falso políticos de la dirección del Partido Demócrata desempeñaron un papel importante. Kamala Harris fue candidata solo por poco más de 100 días. Biden insistió en postularse para el cargo hasta que su colapso en el escenario del debate lo obligó a abandonar la carrera. En ese momento, también se había convertido en odiado,había sido odiado legítimamente por millones de personas, y a raíz de por su participación en el despiadado genocidio contra el pueblo palestino, un genocidio que, Harris, prometió que continuaría, respaldando con suministros ilimitados de armas. Y para empezar Biden solo fueera el candidato, esencialmente , básicamente porque estaba en el lugar correcto, en el momento adecuado para derrotar a Bernie Sanders en las primarias demócratas de 2020. Y a pesar de todo esto, Harris se negó a distanciarse de Biden, abrazando su historial mientras construía una marca personal vacía en torno a la “alegría” y la “esperanza”.

Cualquier intento de culpar de la victoria de Trump a un grupo demográfico u otro está destinado a  fracasar. Por ejemplo, una de las estrategias línea de ataque de los liberales, ha sido acusar a los hombres negros de apoyar a Trump en cifras récord. No hay evidencia alguna de que esto se materializara el día de las elecciones, de hecho,: las encuestas a boca de urna encontraron que Trump contaba disfrutaba de con un 20% de apoyo entre los votantes negros hombres, en comparación con el 78% de Harris, básicamenteesencialmente sin cambios con respecto al total de 2020. Asimismo, la idea de que hubo un aumento en el sentimiento misógino en la sociedad, en general,  no se condicealinea con las victorias decisivas de los referendumsos por el derecho al aborto en todo el país. En 10 estados donde el derecho al aborto estaba en la boleta electoral, una clara mayoría estaba a favor, en ocho de ellos, con las únicas derrotas en  solo perdió en Nebraska y Dakota del Sur, estados dominadas dominados por los conservadores. 

Por otro lado, lLas encuestas de salida reflejaron un crecimiento significativo en el apoyo a Trump entre la población latinaos latinos. Harris ganó el 53% del voto latino, en comparación con el 45% de Trump, un aumento de 13 puntos porcentuales. Que Trump haya logrado esta hazaña al mismo tiempo que intensificóa su retórica racista contra mexicanos, venezolanos, puertorriqueños, y personas de otras nacionalidades latinoamericanas, es un reflejo del profundo rechazoasco que tienen esos sectores con el Partido Demócrata, a raíz de  por su incapacidad para abordar profundas adversidades dificultades económicas. 

Los gobiernos de turno de todo el mundo enfrentaránn serios desafíos. Los partidos dominantes de larga data de muchas tendencias ideológicas diferentes han enfrentado severos reveses electorales ante una situación mundial caracterizada por una alta inflación, una profundización del conflicto geopolítico, y una desigualdad que va en aumentovertiginosa. Esto también se ha demostradofue cierto en los Estados Unidos, multiplicado por la incompetencia y el egoísmo de las y los políticos del Partido Demócrata. 

Gráfico: Resultados del colegio electoral para el 7 de noviembre.  Crédito: Wikimedia Commons. 

Derrotando la próxima guerra contra los inmigrantes

Trump ha prometido llevar a cabo una represión policial masiva contra los inmigrantes, prometiendo reunir a millones de indocumentados en redadas militarizadas que se llevarían a cabo en todas partes del país. Ha fomentado el apoyo a esta campaña de deportación masiva utilizando la retórica más vil y racista que calumnia a los inmigrantes como criminales violentos. 

El Partido Demócrata ha reaccionado a esto adoptando esencialmente el programa antiinmigrante de Trump, pero sin su lenguaje demonizador. Harris promocionó su plan para expandir enormemente la Patrulla Fronteriza y enfatizó el apoyo de la asociación de oficiales de la Patrulla Fronteriza a su política. Se presentó como una fiscal “dura contra el crimen” que estaba lista para abordar “la frontera”. Aún más, han ignorado por completo leyes como la Ley sobre Extranjería y Sedición y la Ley de Insurrección que Trump está utilizando como cobertura legal para su ofensiva. Prefirieron hablar de la Alemania nazi, ignorando las estructuras autoritarias del gobierno de EE. UU. que facilitan muchas de las propuestas de Trump. 

Algunos grupos que tradicionalmente están en la órbita del Partido Demócrata han presentado una narrativa en defensa de los inmigrantes, pero su presentación como un tema único aislado de los otros asuntos urgentes en la mente de los trabajadores no ha logrado galvanizar a una masa suficiente de personas. El modelo de organización sin fines de lucro se presta exactamente a este tipo de error, y también da crédito a la falsa narrativa de derecha de que los individuos ultrarricos (que de hecho proporcionan el dinero de las subvenciones que alimentan a las organizaciones sin fines de lucro) están conspirando para “reemplazar” la población nativa con personas nacidas en otras partes del mundo. 

Un movimiento capaz de derrotar la guerra contra los inmigrantes necesita tener en su núcleo la idea de una solidaridad de la clase trabajadora que aplique a todas las personas, independientemente de su lugar de nacimiento o estatus legal. Deportar a millones de indocumentados no reducirá los costos de alquiler ni hará que baje el precio de la comida. Los inmigrantes no decidieron cerrar fábricas y devastar comunidades; los ejecutivos corporativos fueron los que lo hicieron. Los inmigrantes quieren exactamente lo mismo que los trabajadores nacidos en Estados Unidos: la capacidad de vivir una vida digna y mantener a sus familias. A menudo huyen de la guerra y la pobreza creadas por las mismas corporaciones y políticos que son responsables de las injusticias que la gente experimenta aquí en Estados Unidos. 

Foto: Kamala Harris visita el muro fronterizo entre Estados Unidos y México el 27 de septiembre. Crédito – La Casa Blanca

Exponiendo la naturaleza clasista del programa de Trump

A pesar de su retórica hueca sobre defender “los hombres y mujeres trabajadores”, la agenda de Trump en realidad se basa en la destrucción de los derechos de la clase trabajadora en beneficio de los multimillonarios y las grandes corporaciones. Volvió al poder gracias al apoyo de algunas de las personas más ricas del planeta, como Elon Musk, Richard y Elizabeth Uihlein, Marc Andreessen y muchos otros. Su objetivo final es revertir los derechos económicos y políticos ganados durante el New Deal de la década de 1930 y la revolución de los Derechos Civiles de la década de 1960. 

Trump se ha comprometido a nombrar a Elon Musk para dirigir una nueva “comisión de eficiencia gubernamental” a la que se le daría un amplio mandato de remodelar el gobierno federal. Musk ciertamente no se centrará en asegurarse de que el gobierno brinde atención médica, educación de calidad o ayuda en casos de desastre a las personas de manera más eficiente. Su mandato será llevar a cabo despidos masivos de trabajadores del sector público, lo que también constituiría un ataque histórico contra los sindicatos, y reducir drásticamente cualquier programa social vital que ayude a los trabajadores a sobrevivir. Esto podría tomar la forma de la eliminación total de programas como la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio, o mediante la imposición de “pruebas de medios” burocráticas diseñadas para hacer que calificar para beneficios sea casi imposible.

Los trabajadores involucrados en la aplicación de las regulaciones ambientales ciertamente estarán entre los principales objetivos de este ataque, al igual que las regulaciones mismas. Trump quiere asegurarse de que no haya restricciones sobre cuánto pueden contaminar las corporaciones el aire, verter productos químicos tóxicos en nuestros cuerpos de agua o someter a nuestras comunidades a peligros que causan cáncer. Y se ha comprometido a expandir drásticamente el uso de combustibles fósiles que profundizan la crisis climática que ya causa un sufrimiento tan enorme, como la muerte y destrucción a raíz del huracán Helene.

Uno de los primeros puntos en la agenda legislativa republicana del próximo año será la extensión de los recortes de impuestos de 2017 que Trump impulsó en su primer mandato. Este fue un regalo de $2 billones de dólares para los ricos y sus corporaciones, privando al gobierno de ingresos que de otro modo podrían usarse para el bien común. Incluso si Trump cumpliera con algunas de las promesas contributivas que hizo en la campaña electoral, como eliminar los impuestos sobre las propinas o las horas extras, eso no cambiará la esencia promultimillonaria y procorporativa de la política fiscal de Trump.

Trump afirma que compensará esos ingresos mediante la imposición de aranceles a los bienes importados de otros países. Por décadas, el “libre comercio” ha sido la posición de consenso de la clase dominante. Pero ese no siempre ha sido el caso. Por mucho tiempo en Estados Unidos los aranceles fueron una herramienta preferida para promover la “industria nacional” y proteger la participación de mercado de los capitalistas con sede en los EE. UU. La política arancelaria también se utilizó como herramienta política para convencer a ciertos sectores de la clase trabajadora de que su bienestar estaba ligado a la prosperidad de sus jefes. No es inconcebible que en algunas industrias los aranceles altos resulten en la creación de un número no insignificante de nuevos empleos, ya que las empresas se ven obligadas a trasladar la producción a Estados Unidos. Pero el efecto general sobre la clase trabajadora sería hacer subir los precios y hacer que la crisis inflacionaria volviera a estallar. Para reconstruir las comunidades destrozadas por la desindustrialización, necesitamos incautar la riqueza robada de la clase multimillonaria y redistribuirla, no jugar con la política fiscal para incentivar a las corporaciones a explotar a las personas “en casa” en lugar de en el extranjero.

Foto: Mitin de Trump del 27 de octubre en la ciudad de Nueva York. Crédito: Dean Charbal / Wikimedia Commons. 

Es probable que la nueva administración Trump aplique políticas que serán enormemente perjudiciales para la salud pública. Trump ha indicado que nombraría a Robert F. Kennedy Jr. para un puesto importante en esta área, dándole la oportunidad de promulgar su extraña agenda de “Hacer que Estados Unidos vuelva a estar Sano” que incluye hostilidad hacia vacunas que salvan vidas. Kennedy explica esto en retórica sobre las grandes farmacéuticas y la codicia de la industria médica. Pero el país vio durante la pandemia de COVID que cuando se rechazan las medidas de salud pública de sentido común, son los trabajadores de primera línea y las comunidades más oprimidas de la sociedad quienes más sufren. La ciencia es una herramienta poderosa para salvar vidas y mejorar el sustento de los trabajadores, y tiene que ser defendida de hombres como Kennedy que nacieron con una riqueza inimaginable y buscan una plataforma para sus fantasías conspirativas. 

La afirmación de Trump de que es un amante de la paz que se niega a iniciar nuevas guerras es ridícula. Él es un defensor abierto de canalizar más y más de los dólares de nuestros contribuyentes a la máquina de guerra. Quiere intensificar la ayuda militar a Israel para que pueda “terminar el trabajo” en su genocidio contra los palestinos y la agresión en toda la región. Durante su mandato, llevó al país aún más por el camino hacia un conflicto devastador con China, y estuvo a punto de iniciar una guerra con Irán al llevar a cabo un asesinato descaradamente ilegal de un alto líder iraní. E impuso crueles bloqueos e intentó orquestar un cambio de régimen en países como Venezuela y Cuba que no quieren nada más que el derecho a perseguir sus propios proyectos sociales independientes. 

¿A quién se enviará a pelear las guerras que Trump desate? Ciertamente no los hijos de los políticos en Washington o los ejecutivos en las juntas directivas de Lockheed Martin, Boeing u otros especuladores de la guerra. Serán los jóvenes de la clase trabajadora quienes sean enviados a matar y morir en nombre de millonarios y multimillonarios que ven sus vidas como completamente desechables. 

Luchando contra Trump, luchando por el socialismo

Aunque Trump dirigió una campaña enfrentando a un sector de la clase trabajadora contra otro, de hecho, hay muchas cosas en las que los trabajadores están ampliamente unidos. La mayoría de los trabajadores apoyan la atención médica universal, el cuidado infantil universal, los derechos sindicales, la cancelación de la deuda estudiantil y el fin de las guerras interminables. Y más allá de eso, la gente es muy receptiva a una crítica radical que llega al núcleo del sistema. Una encuesta de opinión reciente del New York Times encontró que el 69% de los encuestados afirmó que la economía de EE. UU. necesita un “cambio importante” o que el sistema debe ser “completamente derribado”.

La experiencia de la campaña ‘Vote Socialist’ del Partido por el Socialismo y la Liberación (PSL), que postuló a Claudia De la Cruz para presidenta y a Karina García para vicepresidenta, es una prueba más de ello. Todavía se están contando muchos votos, pero ya sabemos que esta boleta aseguró un total histórico de votos para las candidatas socialistas. Durante más de un año, miles de miembros y voluntarios del PSL en todo el país trabajaron incansablemente para difundir el mensaje radical de la campaña y explicar la necesidad urgente de “acabar con el capitalismo antes de que acabe con nosotres”.

Un elemento central de este programa fue la demanda de incautar las 100 corporaciones más grandes y convertirlas en propiedad pública. Esta sería la base para brindar atención médica, educación, vivienda y un trabajo con un salario digno a todos y todas como derechos constitucionales garantizados. Recuperar la riqueza robada de la clase multimillonaria también permitiría tomar las medidas decisivas necesarias para salvar al planeta de la crisis climática. 

La completa derrota del Partido Demócrata y su incapacidad para detener a la extrema derecha nunca ha estado más clara. Es hora de deshacerse de una vez y por todas de su liderazgo desastroso y construir un movimiento independiente que no rinda cuentas a nadie más que a la clase trabajadora. 

Inevitablemente, habrá muchos momentos de lucha defensiva, donde Trump tendrá la iniciativa que requerirán que el pueblo lo detenga. Pero un movimiento capaz de derrotar a Trump también tendrá que presentar un programa positivo que aborde las profundas crisis que enfrenta el pueblo trabajador. Y las medidas progresistas que exigimos no deben presentarse como meras curitas para abordar tal o cual problema. Son escalones a medida que avanzamos hacia la transformación socialista de la sociedad. Esta será una tarea enorme, pero es la única forma en que el pueblo puede derrotar a Trump y mantener la lucha por la justicia avanzando hasta que toda la élite política y económica sea derrocada para siempre.

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