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Necesitamos construir una izquierda de verdad, no una que condene la resistencia y que no incluya al pueblo palestino

Foto: El 4 de noviembre, 500,000 personas se reunieron en Washington D. C. para una marcha histórica que reconoció el derecho palestino a resistir. 

Llevamos ocho semanas de asedio contra Gaza y ocho semanas de un movimiento de protesta que ha arrasado el país entero exigiendo justicia para el pueblo palestino. Es notable cuánto se ha transformado el ambiente político en Estados Unidos en general, y dentro de la izquierda estadounidense en particular debido a las movilizaciones masivas organizadas por fuerzas antiimperialistas, tanto dentro de Estados Unidos como en todo el mundo. Sin embargo, una reflexión honesta debe admitir que hace ocho semanas, muchos en las izquierdas liberales y “progresistas” estaban paralizados, cediendo a las presiones de la opinión burguesa, y prácticamente abandonando la causa palestina y reservando su hostilidad más severa para los antiimperialistas en lugar de dirigirla contra el apartheid de Israel. 

Desde el principio, los antiimperialistas se posicionaron del lado de Palestina y, con un discurso coordinado, alcaldes, gobernadores, la Casa Blanca y publicaciones liberales de izquierda los llamaron apologistas del terrorismo. Si bien por un momento ello significó que la verdadera izquierda antiimperialista fue demonizada, caricaturizada y descartada como una franja marginal por las organizaciones liberales de izquierda y algunos “influencers” liberales, ahora, dos meses después, hay un movimiento antiguerra de masas que está tomando las calles todas las noches bajo una política antiimperialista clara, y son los liberales quienes están aislados.

La posición cobarde de “condenar ambos lados” sostenida por liberales supuestamente de izquierda y “progresistas” colapsó en solo una semana cuando Israel comenzó su bombardeo genocida, y cuando la amplia gama de fuerzas de izquierda y palestinas se unió para exigir el fin del asedio contra Gaza y un alto al fuego. Pero la obscena reacción inicial de grandes sectores de comentaristas supuestamente de “izquierda” no debe olvidarse –de hecho, debemos aprender de ella. Esta refleja una línea divisoria recurrente que probablemente reaparecerá a medida que el asedio de Israel entre en una nueva etapa asesina, especialmente si el pueblo palestinos comienza a contraatacar fuera de Gaza. Esta división no tiene que ver con minucias ideológicas, sino con un enfoque fundamentalmente diferente frente a la cuestión colonial. Habla directamente de la pregunta por el tipo de movimiento que pretendemos construir —ya sea uno que esté atado a un sector de la burguesía liberal y, por lo tanto, vacile junto a él, o uno que busque construir una política antiimperialista desde adentro de la clase trabajadora y que esté orientado hacia la unidad con el Sur Global.  

En resumen: Cuatro días después del bombardeo genocida y el asedio contra Gaza, con la amenaza de una invasión terrestre masiva inminente, los intelectuales liberales supuestamente de izquierda más prominentes de Occidente decidieron alzar la voz en contra de… la izquierda que salió a la calle por Palestina. Naomi Klein, Michelle Goldberg y otros escritores autoproclamados como de “izquierda” se unieron de inmediato a la turba de la clase dominante que condenaba a gritos a quienes se habían atrevido a manifestarse en solidaridad con el pueblo palestino y su resistencia en los días posteriores a la Operación Inundación de Al-Aqsa. Declararon que no puede haber una izquierda “creíble” o “decente” que no condene las tácticas de la resistencia palestina —y que al “celebrar el terrorismo, estas voces de la izquierda están eligiendo efectivamente dejar de competir por el poder de una manera seria”.

Goldberg propuso que la izquierda debería declarar: “Estamos horrorizados por el asesinato de personas inocentes por parte de Hamás y queremos que Estados Unidos ejerza la máxima presión sobre Israel para que no cometa atrocidades en Gaza”. Esta oración es una maravilla. Los sentimientos de horror están reservados para las acciones de Hamás —no las de Israel— mientras que las atrocidades israelíes se presentan pasivamente, como acciones que podrían o no pasar en el futuro, que tal vez podrían ser detenidas por “la presión del gobierno de los Estados Unidos”. Se ignoran todas las preguntas centrales: ¿qué de las atrocidades israelíes de larga data y el hecho de que Estados Unidos siempre ha facilitado y financiado esos crímenes? ¿y qué debería hacer el pueblo palestino mientras tanto? Aparentemente, cualquier cosa menos defenderse.

Por su parte, Klein pidió: “Una izquierda internacional arraigada en valores que se pongan del lado del niño por encima del lado del arma sin excepción, sin importar de quién sea el arma y sin importar de quién sea el niño. Una izquierda que sea inquebrantablemente coherente moralmente, y que no confunda esa coherencia con la equivalencia moral entre ocupante y ocupado. Amor”.

Si analizamos la poética de este párrafo, es esencialmente un llamado a la izquierda a poner la misma distancia entre todos los bandos de la batalla, para que pueda lograr una moralidad pura y sin adulteraciones. ¡Qué decente! Quizás el pueblo palestino debería soltar sus armas por completo para que la izquierda internacional podamos mantener nuestras manos y reputación limpias. Bajo esta posición liberal (que usa engañosamente lenguaje de izquierda), está perfectamente bien mantener la posición moral y política de que el pueblo palestino tiene razón en oponerse a la ocupación, pero para ser “consistentes”, deberíamos combinar esta posición con una condena del pueblo palestino cuando realmente se levanta contra esa ocupación. Esta posición es una tontería: define a la “izquierda” como una abstracción en lugar de como una fuerza social que acompaña las luchas vivas de nuestros tiempos y las personas reales que luchan contra la injusticia. La verdadera traición a los principios de izquierda es caer en el pacifismo puro y el humanismo abstracto para crear distancia con los oprimidos.

Esa distancia con los oprimidos se hizo literal en los días siguientes, cuando a las protestas de corte liberal sorprendentemente asistieron pocos palestinos y apenas se veía una bandera palestina. Mientras tanto, a las fuerzas antiimperialistas que fueron tan demonizadas y acusadas de que no estaban “compitiendo por el poder de manera seria” se unieron una amplia coalición arraigada en la comunidad palestina y árabe para la marcha pro Palestina más grande en la historia de Estados Unidos, que se estimó en 500,000 personas. Esa unidad no se construyó sobre una visión equivocada de la autodeterminación palestina, o para complacer a la burguesía liberal. Hacer esto no habría hecho que la marcha fuera más grande, sino que la habría condenado al fracaso. En cambio, esa unidad emitió un mensaje claro e inconfundible que resonó en el ánimo combativo y de desafío  que sienten las masas conscientes  de todas las comunidades. 

A pesar del aislamiento inicial enfrentado por los antiimperialistas, este último mes de movilización ha demostrado que se puede construir un tipo diferente de unidad amplia —que no necesita los liberales burgueses— sino una unidad que va directamente a la base y está orientada hacia el sentimiento generalizado  del Sur Global. Visto desde una escala global, son los liberales quienes están aislados y luchando cada vez más por mantenerse relevantes. Miremos a la supuesta “izquierda” “decente” representada por figuras como Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez: nunca han sido menos relevantes para el movimiento real de la historia como ahora —cuando más cuenta. Sanders se ha negado obstinadamente a exigir un alto al fuego, mientras que Ocasio-Cortez tomó una posición apenas mejor —en solo dos meses ha ido de expresar su apoyo al Iron Dome (la Cúpula de Hierro, un sistema móvil de defensa aérea israelí) a pedir un alto al fuego, y, esta semana votó a favor de una calumniosa resolución de la Cámara que equipara el antisionismo con el antisemitismo. 

Klein, Goldberg y compañía centraron sus argumentos después del 7 de octubre en el asesinato de civiles y no combatientes israelíes como crímenes de guerra. Pero esta era solo una manera conveniente de enmascarar lo que realmente era una condena de la resistencia armada palestina en general. No es como si hubieran aplicado esas mismas reglas de la guerra en defensa de las muertes que resultaron de la Operación Inundación de Al-Aqsa bajo las reglas de la guerra, o la toma de docenas de soldados más, incluidos generales, como prisioneros de guerra. Lo que realmente quieren es que los palestinos permanezcan pacíficos y comprometidos con formas de protesta no violentas. Una versión más sofisticada y explícita de este argumento se presentó extensamente en un ensayo del New York Times en el que se hacía un llamado a los palestinos a que se comprometieran con la “resistencia ética”.

Por supuesto, los grupos palestinos debatirán entre ellos qué tácticas y estrategias son correctas para avanzar en su lucha de liberación nacional, como lo han hecho en cada fase de la lucha. Pero ni un solo partido o facción palestina (aparte del ampliamente odiado Mahmoud Abbas) ha condenado la Operación Inundación de Al-Aqsa —sino todo lo contrario. Klein, Goldberg y otros deberían preguntarse por qué no. Es porque el pueblo palestino ha intentado todo tipo de marchas, protestas y peticiones solo para ver cómo se le apretaba la soga al cuello. 

La Gran Marcha del Retorno consistió en marchas semanales en 2018-19 en la frontera de Gaza. Esas marchas masivas, pacíficas aparte del mero lanzamiento de piedras, resultaron en 223 palestinos asesinados por disparos de francotiradores israelíes y miles de heridos. No hubo ningún clamor internacional; los asentamientos se expandieron y la sociedad israelí se inclinó aún más hacia el fascismo. Ahora, cuatro años después, los combatientes de la Operación Inundación de Al-Aqsa regresaron a esas mismas cercas fronterizas y las arrasaron. No es de extrañar por qué tres cuartas partes de todos los palestinos apoyan explícitamente los ataques del 7 de octubre y el 89% apoya al ala militar de Hamás. 

El pueblo palestino en su conjunto, como nación, entiende que aquellos que hicieron imposible la revolución noviolenta hicieron inevitable el cambio a una resistencia armada en toda regla. Entonces, en su insistencia en una izquierda internacional que condene la resistencia armada, Klein y Goldberg están pidiendo efectivamente una izquierda internacional sin palestinos y palestinas. 

Sin lugar a dudas, la experiencia de la guerra es horrible, y ninguna imagen conmueve la conciencia como las de víctimas civiles, especialmente mujeres, niños y ancianos. Estas imágenes parecen no requerir contexto ni explicación; instintivamente moldean nuestras emociones, despiertan nuestro deseo de justicia y nos obligan a mostrar solidaridad con las víctimas. Pero así es cómo y por qué funciona una y otra vez la propaganda de guerra imperialista. Aunque algunas personas pueden ver retrospectivamente la locura de muchas guerras, en el momento de la crisis se les presentan selectivamente ciertas imágenes, de modo que los sentimientos de empatía y dolor se instrumentalizan fácilmente como pretexto para una invasión. La demanda en plena fiebre de guerra es sentir ira y dolor, dejar de lado el análisis y el pensamiento crítico. Por supuesto, están ocultos los años de imágenes de muerte de civiles y de destrucción masiva en el lado palestino, las historias de trauma y terrorismo que han soportado, los nombres de sus hijos. El mundo entero nunca ha sido dirigido a unirse a su dolor e insistir en su derecho a la legítima defensa y represalias contra los responsables de ese terrorismo. 

La guerra siempre es horrible y cualquier estudiante de historia militar sabe que las llamadas “reglas de la guerra” se violan rutinariamente —de hecho, los estrategas militares no las consideran en absoluto cuando hacen sus planes. Miremos el bombardeo estadounidense de “shock and awe” (conmoción y pavor) en Irak, que fue solo otra forma de decir “aterrorizar” a toda la sociedad iraquí. Miremos la operación “Rolling Thunder” de Lyndon B. Johnson para destruir completamente la parte norte de Vietnam, matando a unos 182,000 civiles en tres años. Miremos incluso las “guerras buenas” como la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos bombardeó ciudades en Japón y Alemania que no tenían ningún propósito militar, causando intencionalmente muertes masivas de civiles como una forma de aterrorizar psicológicamente al enemigo para que se rindiera. Pero nadie cuestiona la justicia y la necesidad de la guerra contra el fascismo. Los líderes estadounidenses que dirigieron esas masacres masivas de civiles nunca enfrentaron un día en los tribunales por crímenes de guerra, sino que nombraron escuelas y aeropuertos en su honor. 

El Monumento a Vietnam en D. C. enumera los nombres de 58,000 miembros del servicio estadounidense caídos en la guerra, una exhibición emocional que se extiende alrededor de 500 pies (150 metros). Pero si el mismo monumento tuviera los nombres de los muertos vietnamitas —civiles y combatientes por igual— se extendería por dos millas (tres kilómetros). La forma en que la guerra se ha presentado y se entiende emocionalmente en Estados Unidos es, nuevamente, totalmente selectiva. Se sostiene así la ficción de que un bando civilizado libra la guerra dentro de las “reglas”, y solo los “bárbaros” libran la guerra usando el terror. De hecho, toda guerra moderna contiene elementos de terror.

Por su parte, Hamás dice oficialmente que respeta las reglas de la guerra y las prohibiciones islámicas sobre atacar a mujeres y niños, cuestionando la narrativa dominante del 7 de octubre, y dice que la ruptura de las cercas fronterizas permitió que grupos de palestinos que no eran parte de la operación entraran a los asentamientos israelíes cercanos. 

Pero independientemente de lo que haya sucedido exactamente y de quién ordenó exactamente qué, eso no puede usarse para confundir los conceptos básicos de la cuestión palestina. Es una lucha por la liberación nacional contra el colonialismo. No es una guerra entre dos ejércitos convencionales. Un lado tiene un ejército masivo, sofisticado y de alta tecnología, con sistemas de armas avanzados, mientras que el otro lado es una colección de fuerzas guerrilleras. Los palestinos no tienen bases militares que controlen, ni sistemas avanzados de armas que puedan comprar, ni control sobre sus propias fronteras o espacio aéreo, ni una fuerza militar legalmente reconocida internacionalmente para contraatacar a Estados enemigos y defender a su población. Esta es una guerra totalmente asimétrica, y durante años ha consistido en piedras contra tanques, con casi todas las bajas en un solo lado. 

Para ganar su lucha de liberación nacional, el pueblo palestino ha intentado huelgas generales. Ha intentado que intervengan otros ejércitos árabes en la región. Ha llevado a cabo secuestros dramáticos para llamar la atención mundial, a menudo diseñados para ofrecer el máximo espectáculo con pérdidas civiles mínimas. Ha intentado acuerdos y negociaciones de paz (el propio Hamás solo recurrió a la resistencia armada después de aproximadamente una década de tácticas como estas). Ha intentado campañas internacionales de boicot, desinversión y sanciones. Ha acudido a cortes y tribunales internacionales. La Primera Intifada se basó en mitines y movilizaciones masivas, en gran parte lideradas por la izquierda, y fue solo después de que el Estado israelí llevó a cabo una campaña de encarcelamiento masivo y asesinato de sus líderes que comenzó la era de los atentados suicidas con bombas. El fracaso de todos los acuerdos de paz incumplidos produjo la Segunda Intifada, esta vez más violenta. Y ahora, después de años de perder más y más tierras, siendo asfixiados en millones, se ha abierto una nueva fase, una fase que es parte de una lucha continua de liberación nacional. 

La única analogía real que queda es la de los pueblos originarios de América o los argelinos, cuyas luchas de guerrilla no eran para ganar el apoyo de la población de colonos —viéndolo como imposible— sino para contraatacar para que abandonaran las tierras robadas y así mostrar a su propia gente por la fuerza que el Estado enemigo no era invencible. Esas batallas implicaron con demasiada frecuencia la muerte sangrienta de no combatientes, y los combatientes anticoloniales fueron llamados “salvajes” en los medios de comunicación de su época. Pero después de años de promesas y tratados incumplidos, de invasión continua de tierras, miseria y humillación, tal resistencia armada y erupciones violentas se hicieron inevitables. Y mirando hacia atrás, ¿hay realmente alguna confusión sobre cuál era el lado de la justicia? 

A medida que Israel comienza una nueva ronda de bombardeos genocidas contra Gaza, toda la responsabilidad por el renovado derramamiento de sangre debe recaer en la potencia ocupante. El mundo ve claramente el carácter genocida y terrorista de las fuerzas armadas israelíes. La tarea en Estados Unidos es canalizar esto hacia una fuerza social de masas que haga insostenible que el gobierno estadounidense continúe financiando y armando la ocupación. De los horrores del presente, muchos dentro de la comunidad palestina también creen que están entrando en una nueva fase de lucha de liberación nacional. Este poderoso movimiento de masas debe estar preparado para apoyarlos.

Ben Becker es miembro del Comité Central del Partido por el Socialismo y la Liberación (PSL)

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