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La inquisición estadounidense parte 1. Orígenes de la Guerra Fría y el macartismo

Foto: el senador Joseph McCarthy (centro) durante un interrogatorio del Comité de Actividades Antiestadounidenses en la cámara de representantes. Crédito: Wikimedia Commons.

El fantasma de Joe “Artillero de Cola” McCarthy atormenta al congreso estadounidense. Los republicanos en específico, durante sus varias audiencias sobre TikTok, han resucitado algunos de sus sellos distintivos en sus interrogatorios de varios oficiales y ejecutivos sobre las redes sociales e Israel. A veces esto hasta incluye variaciones de la famosa pregunta “¿Es usted parte, o alguna vez ha sido parte de…” algún grupo demonizado?. Los demócratas también se han unido con sus propias acusaciones, generalmente sin evidencia, de “desinformación y mala información” difundida por países “revisionistas”. 

La repetición de este espectáculo no es realmente una sorpresa, dado que hoy en día, igual que en los tiempos de McCarthy, está atada a un amplio esfuerzo orientado a preparar al país para el conflicto nuclear, creando un enemigo para hacer más fácil la movilización de recursos y personas para un rango de conflictos que no llegan al nivel de guerra nuclear. El orden mundial después de la Segunda Guerra Mundial formado por la Guerra Fría se está derrumbando. Nuevas potencias que buscan tener mayor influencia en asuntos mundiales están amenazando la hegemonía de EE.UU. Como en los años 1950, los opositores internos de los empresarios estadounidenses representan un obstáculo para la clase gobernante. 

Entender la verdadera historia de la “inquisición estadounidense” es sumamente importante para quienquiera que busque construir un mundo mejor. El macartismo principalmente amenazó a las organizaciones dedicadas justamente a ese propósito. Todas las organizaciones de derechos civiles más militantes–los sindicatos aguerridamente luchando en contra de los jefes y del racismo; las cooperativas ayudando a que las y los trabajadores alcanzaran un mejor nivel de vida; los periódicos, centros de estudios y discográficas construyendo un mundo de educación y cultura que abarcaba todas estas luchas– murieron a manos del Temor Rojo.

Aún más, las víctimas de esta “purga” estadounidense fueron calumniadas por segunda vez tras la caída de la Unión Soviética. Una dudosa “erudición” producida principalmente por partisanos anticomunistas ha “justificado” el macartismo en una gran parte del discurso popular a través de varios libros que supuestamente han “probado” que la Unión Soviética dirigió una gran red de espías que se había transformado en una gran amenaza para EE.UU.

Asimismo, hoy en día, el intento de forzar la conformidad con la Guerra Fría en contra de Rusia y China y el genocidio en Gaza está apuntando sus armas en la misma dirección. Ellos ven lo que nosotros vemos: la insurgencia electoral en contra de Sanders, los levantamientos del 2020, las grandes manifestaciones por Gaza, las olas de huelgas, la creciente popularidad de los sindicatos y el socialismo. Esto es de gran preocupación para las élites gobernantes.

Si queremos evitar un destino parecido, vale la pena entender la verdadera historia de las purgas de finales de los 1940s y los 1950s.

El mundo después de la guerra   

Para el año 1943, las discusiones sobre cómo sería el mundo después de la guerra comenzaban a aclararse. La coalición aliada había creado una relación única entre las fuerzas presentes, intereses diferentes unidos solamente por su creencia que el fascismo constituía el mayor peligro. Los imperialistas británicos, comunistas soviéticos, e industriales estadounidenses eran parte del mismo equipo. Aún más, para poder llevar a cabo la guerra, se hicieron varias concesiones a fuerzas anticoloniales y antirracistas que, a pesar de ser forzadas, ambiguas e inadecuadas, presagiaban un posible fin al status quo en esos asuntos. 

Una amplia facción en EE.UU. sentía que, en general, la alianza militar era una buena estructura para las relaciones internacionales, y que el Nuevo Trato era una buena estructura de cómo se podrían relacionar las clases y los estratos sociales a nivel nacional. Esta fue la estructura general que aseguró la victoria para Franklin Delano Roosevelt en las elecciones presidenciales de 1944.

La otra facción vio signos de dólar. Ellos sabían que la “vieja Europa” iba a quedar paralizada y exhausta, viendo una oportunidad para que el resto del siglo XX se convirtiera en “el siglo estadounidense.” Vieron su oportunidad para desplazar a Francia y Alemania como las primeras potencias mundiales y, como dijo el magnate de noticias Henry Luce, “ejercer el pleno impacto de nuestra influencia para los fines que consideremos oportunos.”1

Para ambos lados, esto creó cuestiones espinosas, especialmente para la segunda facción. Había esperanzas en que el final de la guerra significaría la transición hacia el fin del colonialismo, Jim Crow y el conflicto entre potencias mundiales. Esto no iba a funcionar para la clase capitalista que buscaba “ejercer el pleno impacto” de su influencia. A nivel internacional, la riqueza del Norte global dependía de la continuación de la explotación colonial. Entonces, aunque promover la independencia formal de las colonias beneficiaba al capital de EE.UU. porque le proveía el beneficio de dividir las zonas económicas exclusivas del viejo sistema imperialista, el país norteamericano no podía permitir demasiada independencia porque podría resultar en demasiadas prácticas en contra de la explotación y, con ello, provocar la reducción de ganancias del capital. 

Como dijo Leo Welch, el tesorero de la compañía petrolera Standard Oil, “nuestra política exterior se enfocará más que nunca en mantener la seguridad y estabilidad de nuestras inversiones en el extranjero,” agregando que el “respeto adecuado” por el “capital en el extranjero” de EE.UU. era una meta principal, y además que EE.UU. tenía que convertirse en “el accionista mayoritario de esta empresa llamada el mundo…y no por un mandato limitado. Esta es una obligación permanente.”2 

A nivel doméstico, había un problema muy parecido. Los sindicatos eran demasiado poderosos. En 1946, en específico, hubo una gran ola de huelgas exigiendo mejores sueldos y condiciones laborales. Ese mismo año, la Asociación Nacional de Fabricantes–unos de los principales grupos de interés corporativo–publicó un libro, “El Sistema Americano de Empresas Individuales,” que, entre otras cosas, formuló el esquema para una nueva ley que luego sería adoptada, la que fue diseñada para incapacitar a los sindicatos.3 Unos años después, en una reunión secreta de los principales capitalistas que incluía a Charles E. Wilson, presidente de General Electric, hubo “acuerdo unánime” sobre la necesidad de “neutralizar el poder creciente del movimiento obrero.”4

Aun más, las y los trabajadores negros estaban especialmente inquietos. La guerra había creado poder de presión que se había usado en contra de Jim Crow. La Corte Suprema había prohibido las elecciones primarias que solo permitían votar a los blancos, y algunos estados sureños estaban modificando el impuesto electoral, creando las primeras aperturas políticas para los negros en el sur desde la Reconstrucción. La alianza entre el movimiento de derechos civiles y el movimiento obrero había adquirido poder en estados como Nueva York durante la Depresión y la guerra, y más y más congresistas de esos estados se expresaban en contra de la discriminación. Como un signo de los tiempos, el senador fascista de Mississippi Theodore Bilbo fue expulsado del congreso por su racismo extremo y su corrupción, solamente evitando una censura oficial porque murió de cáncer antes de ello.

En su conjunto, esto creó serios problemas para las grandes empresas. Si el movimiento obrero podía desafiar agresivamente los esfuerzos para prevenir que las y los trabajadores obtuvieran mejores sueldos y beneficios, y si insistía en que se enfrentaran las desigualdades raciales en el mercado laboral–y, además de todo eso, también podía desafiar el pilar central del capital, a saber, la maquinaria política fascista de Jim Crow–entonces el “siglo estadounidense” no sería todo lo que esperaban sus partidarios.

Los mejores planes

Sin embargo, las élites gobernantes formularon un plan que aún hoy resuena: promover la histeria colectiva sobre el potencial de guerra con Rusia. Dentro del país o en el extranjero, los principales rivales de los intentos del capitalismo estadounidense de intensificar la explotación de las y los trabajadores, las y los campesinos y de las naciones oprimidas han sido comunistas. Sin ellos, el acoso sindical, la reducción de los salarios, la protección de la segregación y la continuación de viejos imperios bajo nuevos dueños sería mucho más fácil.

Los miembros de la élite también sabían que esto proporcionaría un empuje para hacer permanente la economía de guerra, lo que podría ser enormemente lucrativo. Durante la Segunda Guerra Mundial, las ganancias se dispararon debido a que las empresas y el gobierno convergieron, creciendo al doble del promedio de antes de la guerra, y a cuatro veces ese promedio después de que acabó la guerra de Corea.5 Además, fondos públicos se estaban usando como garantía de crédito para varias innovaciones que simplemente se les regalaban a las empresas y les ayudaban a mover su producción a lugares con menor presencia sindical. Este “complejo militar-industrial” no solamente ofrecía grandes ganancias, sino también la posibilidad de generar suficiente actividad económica para convencer a la clase trabajadora que el sistema funcionaba. 

Como dijo en ese entonces el periódico empresarial Journal of Commerce, “la garantía del mantenimiento de altos niveles de gastos militares bajo las condiciones actuales no se puede subestimar porque la economía global entera gira en torno a esto.”6

La relación entre todas estas cuestiones es fácil de entender cuando uno observa la situación general de 1947. Ese año, el gobierno estadounidense estableció el departamento de defensa, creó la CIA y estableció el Consejo de Seguridad Nacional para coordinar la relación entre el ejército y los asuntos diplomáticos y domésticos. Además, el presidente Harry Truman anunció la doctrina Truman, prometiendo que EE.UU. apoyaría a cualquier movimiento o gobierno considerado anticomunista con dinero y armas esencialmente ilimitados. También en 1947, el Congreso aprobó el acta Taft-Hartley, la que incapacitó a los sindicatos para llevar adelante sus luchas, siendo escrita por grupos de intereses empresariales. Finalmente, el presidente Truman también comenzó el “programa de lealtad” diseñado para perseguir a cualquier empleado del servicio civil que no estuviera de acuerdo con la política de la Guerra Fría. Este programa de lealtad adquirió prioridad para la Cámara de Comercio Estadounidense.

¿Existía una amenaza soviética? 

La historiografía de EE.UU.–conservadora y liberal, en ese entonces y hoy en día–ha afirmado que no importando cuantos excesos existían, la Guerra Fría era inevitable y existía una “amenaza soviética.” El problema es que esta amenaza no existía. Los soviéticos habían perdido 27 millones de personas en la Segunda Guerra Mundial. Anteriormente, habían perdido más de un millón en la Primera Guerra Mundial y millones más luchando contra los vestigios zaristas en la guerra civil después de la revolución de 1917. A ello se suma que la Unión Soviética pagó un precio muy alto entre las guerras al convertirse en la potencia industrial número dos en el mundo.

En 1946, el secretario de defensa James Forrestal escribió en su diario que los soviéticos “no avanzarían” hacia la guerra “en ningún momento.”7 Un mes después, el secretario Forrestal agregó que el gobernador militar estadounidense en Alemania le dijo que “los rusos no querían más guerra.” Un mes después de eso, el general Eisenhower le dijo al secretario que “los rusos no tomarían medidas para provocar una guerra inmediata.” Aún dos años después, en 1948, cuando la Guerra Fría ya estaba entrando en calor, uno de los generales estadounidenses de mayor rango le dijo a Forrestal que él estaba “seguro que ellos no quieren una guerra.”8 

En 1950, la revista anticomunista Readers Digest citó a George Kennan, el arquitecto intelectual de gran parte de la política de la Guerra Fría y, en ese entonces, el embajador en Moscú, quien dijo que era “muy poco probable” que los soviéticos estuvieran “planeando un ataque militar en contra de Occidente.” En 1952, cuando el Terror Rojo estaba en pleno desarrollo, el general Alfred Gruenther, el jefe de gabinete de Eisenhower, dejó clara su opinión en la prensa que “desde mi punto de vista, no va a haber ninguna guerra.” Herbert Hoover, quien fue activamente antisoviético durante su presidencia, reaccionó airado y le dijo al periódico New York Times que el militarismo de Washington no era nada más que “psicosis de guerra.”9

¿Qué  pasaba en realidad?

La verdadera tensión entre las dos potencias no era la guerra, sino el balance de poder. La supremacía mundial de EE.UU. dependía de la capacidad de Washington de poder manejar los cambios en Europa. Alemania estaba al centro de este proceso. A los soviéticos les quedaba muy presente la memoria de cómo Inglaterra y Francia–y en cierta medida EE.UU.–habían colaborado con los Nazis para provocar que invadieran a la Unión Soviética y destronaran al bolchevismo. El gobierno soviético quería que Alemania quedara totalmente desmilitarizada con límites en su producción económica. Para la clase gobernante en EE.UU., esto resultaría en un obstáculo. 

Era casi seguro que una Alemania unificada y desmilitarizada sería políticamente “pluralista,” o sea, incluiría comunistas, capitalistas y todo lo demás. Probablemente, también dependería de vínculos económicos naturales para crear una alianza con la Unión Soviética. Política y económicamente esto amenazaba con reorientar a Europa, especialmente Europa Occidental, y alejarla de la “alianza atlántica” dominada por EE.UU. 

Políticamente, Francia e Italia ya estaban avanzando en una dirección “pluralista”. En Yugoslavia y Grecia, los Nazis habían sido derrotados por guerrillas comunistas que estaban tomando el poder en ambos lugares. Buscando seguridad contra la invasión, los soviéticos habían instalado gobiernos antifascistas, y frecuentemente comunistas, en Polonia, Checoslovaquia, Hungría, y Rumania. Económicamente, el control del carbón alemán era clave para revivir las economías de Europa Occidental. 

Entonces, en ambos casos, una Alemania unificada haría más difícil hacer ganancias de la reconstrucción europea, y tendría el potencial de crear una alianza euroasiática que podría desafiar el deseo estadounidense de “ejercer el pleno impacto de nuestra influencia para los fines que consideremos oportunos.” Como dijo un legislador importante en 1947: “la dificultad contra la que nos enfrentamos es que no importando la posición que hemos anunciado, en realidad no planeamos aceptar la reunificación alemana.”10

Al mismo tiempo, en Asia, la situación rápidamente estaba cambiando. Por un lado, las fuerzas comunistas estaban arrollando al gobierno quebrado de Chiang Kai-Shek, y tenían el apoyo de la mayoría de los chinos. El pueblo chino vio su programa con mucha esperanza–el que prometía terminar con el feudalismo ruinoso del campo, avanzar la industrialización dirigida por las y los trabajadores en las ciudades, y terminar con las concesiones imperialistas por siempre. Por otro lado, las fuerzas de Chiang representaban la brutal clase de propietarios y jefes empresariales mafiosos que habían producido hambrunas y pobreza durante más de un siglo en la alianza con sus “amigos” occidentales. 

También en Corea, las fuerzas antifascistas encabezadas por comunistas eran las más populares, quienes fueron punta de lanza en la manifestación más reciente de resistencia en contra de las décadas de colonización japonesa. Lo mismo pasó en Vietnam, sin mencionar que los comunistas fueron los principales oponentes de las fuerzas coloniales francesas presentes antes de la guerra y que buscaban regresar una vez esta había terminado. 

Desde India a Malasia, Indonesia y Filipinas, fuerzas de izquierda que habían encabezado movimientos de liberación nacional también estaban en posiciones de liderazgo político. Esto resultó en que EE.UU. arrastrara a “Corea del Norte” a un conflicto que al menos hiriera a Rusia y China, y debilitara la ola anticolonial en Asia, si no directamente invadir China y derrocar a los comunistas, sin importar que en todos estos lugares los nuevos partidos líderes tenían esperanzas de establecer una relación funcional con EE.UU. que, en varios casos, sería como repetir lo que ocurría en Europa, desarrollando alianzas antifascistas en tiempos de guerra. 

Comienza el Terror Rojo

La falta de una verdadera amenaza de guerra hizo todavía más crítica la necesidad del pánico masivo. Además, no podía parecer muy lejano, sino un peligro claro y presente. Incapaces de realmente producir la imagen de una Unión Soviética agresiva, los taquígrafos del capitalismo tuvieron que hacer que los gestos pacíficos de los comunistas alrededor del mundo parecieran siniestros, cortinas de humo para ocultar preparaciones de guerra. Para hacer que los ciudadanos en EE.UU creyeran esto, tuvieron que “exponer” que los comunistas “los estaban rodeando” desde los grupos comunitarios más pequeños hasta los niveles más altos del gobierno. Dado a que esto era un “complot secreto”, no era suficiente perseguir a los que eran abiertamente comunistas, sino también a los rojos camuflados y a los “simpatizantes” que podrían ayudarlos. Esto significaba identificar a cualquiera que hubiera dado algún apoyo a “organizaciones de fachada comunista”. 

Esto hacía sentido a los acosadores de comunistas (“redbsiters”) porque les presentaba millones de estadounidenses que podían utilizar como chivo expiatorio. Desde la Depresión hasta el final de la guerra, millones de personas habían firmado peticiones en contra del racismo y del linchamiento y exigido justicia para las víctimas de las bandas de linchadores legales. Muchos se habían opuesto activamente a la invasión fascista de Etiopía y a la insurgencia fascista en España. Se hicieron miembros de sindicatos y lucharon con ellos, inspirados por la resistencia del Congreso de Organizaciones Industriales (CIO por sus siglas en inglés) en contra de la política abusiva capitalista. Algunos de ellos eran estrellas de Hollywood que buscaban usar su fama para generar apoyo por estas causas. Varios de ellos se habían unido al Nuevo Trato, con la esperanza de usar sus habilidades para ayudar a las y los agricultores afectados por la gran sequía llamada el “Dust Bowl”, o a encontrar trabajo a través de la Administración de Proyectos de Trabajo (WPA por sus siglas en inglés).

Y sí, un pequeño porcentaje de estos millones, nunca superando los 100.000, eran miembros oficiales del Partido Comunista. Claro, nada de esto era ilegal. Al contrario, su participación fue muy positiva. Para resolver ese problema, la gran mayoría de quienes habían firmado una petición, participado en una manifestación, o se habían hecho miembros de sindicatos o del Partido Comunista fueron calificados de “ilusos”, supuestamente proporcionando una cobertura respetable a los propósitos malévolos de varios “agentes soviéticos” que se estaban “aprovechando” de estos movimientos para crear división y reclutar espías dentro del gobierno. 

Para averiguar quién era quién, era importante forzar al mayor número de personas posible a “mencionar nombres” de los que eran parte de la conspiración comunista. Además del “programa de lealtad” que expulsaba a cualquiera que se rehusara a prestar juramento anticomunista, el Acta Taft-Hartley estableció un “juramento anticomunista” para todos los oficiales sindicales también. Las empresas privadas hicieron lo mismo, pero también hubo oprobio público.

El FBI y otros rápidamente juntaron un círculo de ex comunistas que tenían sus propios motivos y estaban dispuestos a distribuir historias morbosas y ridículas. Por ejemplo, Elizabeth Bentley dijo en público que un espía soviético solía sentarse detrás de una cortina negra durante las reuniones del Comité Central para ocultar su identidad mientras transmitía consejos de Stalin. Muchas de las veces, la información que daban era obviamente falsa. Manning Johnson, un testigo frecuente en las audiencias del gobierno, al verse confrontado con sus múltiples declaraciones falsas, le dijo a un panel federal que “mentiría mil veces si los intereses de mi gobierno están en juego.” Paul Crouch, el testigo estelar de los cazadores de brujas que fue desplegado en contra de Robert Oppenheimer, Charlie Chaplin, y docenas de personas de todos los niveles, fue expuesto antes de 1955 como un fantasioso, y sus varios testimonios fueron ampliamente desacreditados. 

Sin embargo, las audiencias, los juicios, y la mayoría de los medios  ignoraron incoherencias y mentiras muy obvias, y la idea de una gran conspiración comunista fue ampliamente aceptada en el imaginario social. Las “autobiografías” de los testigos estelares se convirtieron en algunos de los libros de mayor venta, con adaptaciones en películas y televisión. El resultado fue la destrucción de los elementos más progresistas del país—y el ascenso de una perspectiva más conservadora que dio nuevas energías a Jim Crow y debilitó al sindicalismo militante, disminuyendo las posibilidades para cualquiera que no fuera extremadamente rico o blanco de tener acceso a las promesas del mundo de la posguerra. 

  1.  https://thehill.com/opinion/national-security/539700-a-look-back-at-the-american-century/ ↩︎
  2. Carl Marzani, We Can Be Friends (1952) p. 107 ↩︎
  3. Jennifer Delton, The Industrialists: How the National Association of Manufacturers Shaped American Capitalism (Princeton UP, 2020). P.140 ↩︎
  4. Marzani. p.72 ↩︎
  5. Marzani, p.68 ↩︎
  6.  Marzani, p. 64 ↩︎
  7.  Marzani, p. 23 ↩︎
  8.  Ibid. p. 23 ↩︎
  9.  Ibid. pp. 20-27 ↩︎

 Christopher Layne, The Peace of Illusions : American Grand Strategy from 1940 to the Present (Cornell, 2006) p.67 ↩︎

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